La familia siempre es foco de problemas y, si es pasada por el tamiz de la contracultura americana, de los odios y envidias, del éxito y el fracaso, el resultado es un viaje descendente, una caída en el caos que no tiene nada de regenerador. Sam Shepard (Fort Sheridan, Illinois, 1945 – Midway, Kentucky, 2017) estrenó True West en un teatro de San Francisco en 1980. Dejó en el texto todas las líneas que han marcado una trayectoria experta en radiografiar una sociedad que en aquella época cogió el gusto a revisar esa utopía absurda pero eficaz en su labor propagandística llamada sueño americano, cargada de felicidad simulada, coches y whisky.
En True West hay una familia sobre el escenario, dos hermanos, y también fuera de él y a la que se hace referencia, un padre ausente y alcohólico (personaje muy querido en las historias americanas) y una madre de viaje en Alaska. La obra ha sido adaptada al español por Eduardo Mendoza y dirigida por Montse Tixé.
Kike Guaza y Tristán Ulloa, en un momento de la obra.
Los dos hermanos entran en escena. Uno es Lee, interpretado por Tristán Ulloa, un buscavidas, también alcohólico, sucio, bravucón, abusador. El otro es Austin, intepretado por Kike Guaza, un guionista de mediano éxito, neurótico, ordenado. Ambos se encuentran en casa de la madre en Los Ángeles, se lanzan reproches, cuestionan la vida del otro y se responden con punzante intensidad y violencia.
Hollywood, con toda su carga simbólica de gloria y podredumbre, sirve de fondo junto al desierto californiano para una historia que amenaza drama y deviene en comedia negra, donde los personajes se intercambian roles acompañados en el escenario en un par de apariciones de un productor, Saul, al que da vida José Luis Esteban. Este último es el mecanismo para demostrar que el buscavidas también quiere gloria, aunque se confunda con el dinero, y el guionista se rinde ante la evidencia de que la vida va más allá de una página en blanco. Junto a ellos, la actriz Jeannine Mestre interpreta un breve personaje que pone el contrapunto de la brillante mezcla de desazón y humor que impregna la obra.
Shepard es uno de esos autores que, educado por la contracultura, ha tratado de ajustar el lenguaje al espíritu descarnado del medio oeste americano y de la cara oculta de la California en apariencia feliz y despreocupada. De modo que su escritura es adusta, directa, cercano al western y a la intensidad de la familia, a la que el arte y la literatura decidió tratar sin miramientos con ejemplos como True West.
Criado en el teatro y en el cine, sus diálogos son afilados y cargados de ironía. Su trayectoria como escritor le avala, pero también una vida de amistad y colaboración con estrellas como Patti Smith y Bob Dylan; de actor en muchas cintas, entre ellas Magnolias de acero o Elegidos para la gloria, y de coguionista de dos películas tan míticas como Zabriskie Point, de Michelangelo Antononi, y Paris, Texas, de Win Wenders.
Tristán Ulloa interpreta a Lee, el hermano buscavidas.
Con estos mimbres, los espectadores que se han acercado a las Naves del Español de Matadero, en Madrid, han terminado rendidos a un autor ya clásico del teatro de la segunda mitad del siglo XX, una directora eficaz, un actor conocido y contrastado como Tristán Ulloa y otro menos conocido como Kike Guaza pero que, salvo algún arranque de histrionismo en su melopea eterna, deja una interpretación enérgica y solvente en la transformación de su personaje. Todos ellos ponen en escena una obra que amenazaba con ser una revisión más de la familia americana y se convierte en otra cosa, un artefacto que funciona y sorprende, en el que hasta el escenario con un montaje convencional acaba siendo protagonista de una absurda y hasta entrañable anarquía.
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