Dicen que aunque la mona se vista de seda, mona se queda. Parece ser que ocurre igual con aquellos que pretenden prosperar en su vida y trabajan con ahínco para acabar en un lugar diferente al que nacieron. O, al menos, eso es lo que muchos pretenden, que no exista esa posibilidad de cambiar las cosas para que el nacimiento de una persona no predetermine su futuro de manera inevitable. Un complejo de superioridad que tienen, sobre todo, aquellos que disponen de una posición superior, ya sea económica o social, con el objetivo de defender con celo y estirar hasta el fin de los días su posición privilegiada. Una realidad que queda muy bien reflejada en Todos lo saben, la última película de Asghar Farhadi, autor de obras maestras como A Separation o El viajante.
Farhadi, director y guionista de la cinta, dibuja la idiosincrasia de un pueblo español en el que sigue existiendo el caciquismo, donde las tierras son la moneda de cambio más preciada y el todopoderoso terrateniente de turno sigue siendo el yugo del trabajador. Las deudas se contraen de por vida y la posibilidad de cambio de roles se presenta como nula.
Con un reparto en el que abundan actores de primera como Ricardo Darín, Javier Bardem, Eduard Fernández o, incluso, una Penélope Cruz que está muy bien, Todos lo saben construyen una narrativa costumbrista muy interesante en la que se mantiene el misterio hasta el final.
A raíz de una desaparición, todo tipo de sospechas, dudas y pasiones enterradas empiezan a destaparse. Lo mejor y lo peor del ser humano sale a flote teniendo como protagonistas los intríngulis de una familia que un día fue importante y que ahora nada en el recuerdo de otro tiempo mejor.
Como todo lo mejor y lo peor, el origen se encuentra en lo cercano, en lo conocido, en lo que toca más de lleno. Farhadi conduce al espectador por los rincones más pintorescos de este pueblo español y los secretos de sus habitantes, en una trama que no decae durante sus más de dos horas de metraje. Con algunos juegos demasiado fáciles y algún que otro engaño al espectador, el director iraní ha conseguido cerrar otra buena película que viaja por las entrañas del hombre bueno y la condena irreversible del pobre.
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