Aunque su estreno se remonta a 2008, The Reader (El lector) es una película que se merece volver a sacar a la luz. Primero porque me parece una de las mejores historias jamás contadas y segundo porque la vuelven a reponer en algún canal de la televisión estas semanas, lo que me ha permitido, una vez más, sacar de ella una interpretación nueva.
The Reader es de esas películas que también se sitúan muy al margen porque trata una historia controvertida, singular, diferente y porque sus protagonistas también son especies únicas, seres marginados y también porque me parece que no recibió la visibilidad ni el reconocimiento que se merece en el momento de su estreno y que, como ocurre con muchas de las mejores cosas de la vida, pasa desapercibido para la mayoría.
Me parece que The Reader es una de las mejores películas para ilustrar el amor sin prejuicios, el amor a pesar de todo. Son muchas las películas que hablan sobre la controvertida historia de amor del/la protagonista con algún asesino/a, pero en este caso, el tema pasa a mayores y eleva este irracional sentimiento a niveles impensables: el amor hacia alguien que ha participado en uno de los mayores crímenes de la humanidad, el exterminio nazi. También son muchas las películas que nos han mostrado a los ejecutores de la cruel matanza, pero pocas las que lo han hecho sacándolos de contexto, trasladándolos a otra época, lugar y desnudándolos de cualquier sospecha de su culpabilidad.
El secreto de esta película radica en la incomodidad que provoca en el espectador al colocarlo en el lado de los culpables, en la irracionalidad de sentir empatía con su lado más humano a través de una de las historias de amor más bonitas del cine.
The Reader son los mejores planos para expresar la ambivalencia culpa-inocencia, amor-odio, individualismo-colectividad, historia personal-acontecimiento histórico, juventud-vejez, alegría-tristeza o energía-enfermedad.
Stephen Daldry traza un dibujo perfecto del amor intacto, de su impasibilidad a pesar del paso del tiempo, la distancia, el silencio de una vida entera, el abandono, la desaparición repentina, las dudas, el temor, la culpa, el dolor, la rabia o los reproches. De las heridas que provocan los secretos, de las aristas de un personaje, interpretado por un magnífico, como siempre Ralph Fiennes, que cambió su vida entera durante el verano de sus 16 años, de los traumas que le acompañan a lo largo de su existencia y de lo completamente irracional que es el amor.
El analfabetismo como origen de muchas de las mayores tragedias que han ocurrido a lo largo de la historia de la humanidad y la cultura como esa tabla de salvación que todo lo cura es otra de las interpretaciones que hago de este discurso intelectual, que transcurre en los años posteriores a la II Guerra Mundial en Alemania.
Kate Winslet merece una mención aparte en esta ocasión, por una interpretación que le valió el Oscar a la Mejor actriz en 2008 (esto sí fue reconocido en su momento) y que está más que justificada. Winslet, que en general, me parece que está siempre un poco baja en sus interpretaciones, borda un controvertido personaje que deambula por el difícil terreno de la culpa y la pena (impuesta y elegida libremente).
La personalidad, espontaneidad y el encanto del alemán David Kross también son destacables en esta película que, además, ha sabido elegir la mejor banda sonora para acompañar, sin prejuicios, este controvertido guión basado en la novela homónima del jurista alemán Bernhard Schlink.
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