Con exquisita puntualidad británica, a las 21:30 horas, ya empezaba a resonar en el Palacio de Deportes de Madrid (ahora Barclaycard Center) la guitarra cañera de The Queen Is Dead, recordando a los que aún hacían cola mojándose fuera que, aunque estemos en España y, sí, sea un concierto, quien está sobre el escenario no es cualquiera, nunca defrauda, es un hombre severo con sus costumbres.
Como en aquel mítico concierto que dieron los Smiths en el año 85 en las Fiestas de San Isidro de Madrid, Morrissey se presentó con camisa roja (aunque ya no le quede tan holgada), y apretando el micro con las misma maña con la que lo hacía en aquel Paseo de Camoens cuando la movida aún era verdad. Su movimiento de pelvis ya no es tan ágil y su brazo estirado tampoco queda ya igual de estilizado, pero sus juegos de voz siguen sonando con la misma fuerza y sus letras siguen arañando los cuerpos sensibles de su público, donde no solo estaban aquellos que asistieron a aquel mítico concierto de hace casi 30 años (aunque sí que había muchos), también había modernas de la escena indie más actual. Las letras de Morrissey siguen teniendo vigencia y, aunque la parafernalia que acompaña esta gira no sea gran cosa, verle sobre un escenario sigue siendo un espectáculo que no deja indiferente (de hecho, hubo un par de desmayos, que tuvieron que sacar en volandas al estilo de un concierto Miley Cyrus).
A pesar de la queja de muchos, hubo bastante de su último disco World Peace Is None of Your Business. Canciones como The Bullfighter Dies, Earth is the loneliest planet o Kiss me a lot convirtieron, de repente, el recinto en un espectáculo flamenco en el que las castañuelas y los acordes de guitarra tomaron el control, mientras un Morrissey, que en algunos momentos se le podía asemejar con una versión británica de Raphael, cantaba cosas tipo “Gaga in Málaga”, a quien la gente jaleaba con palmas sin saber muy bien el porqué de estos derroteros que ha tomado el último trabajo de Morrissey. Pero ese es otro tema…
Trouble loves me, I´m not a man o las fantásticas Everyday is like Sunday y You have killed me dejaron ver al Morrissey más intimista, dramático y melancólico. De esa figura, cuyos gestos no terminábamos de ver por la colocación casi estratégica de los focos, se intuye el drama y la extrema sensibilidad de este personaje que tanta admiración provoca y cuyo porqué adiviné anoche mientras lo miraba. Lo que enamora del divo Morrissey, tanto a hombres como a mujeres, no es otra cosa que la inmovilidad de sus principios, la firmeza de sus creencias a lo largo de tiempo, la serenidad de su inteligente singularidad, algo que se cotiza a precio de oro en un mundo cada vez más efímero. Morrissey no es solo música, es filosofía, una forma de ver el mundo, un antídoto para convertir en divertido el aburrimiento y en alegre la tristeza.
Morrissey también aprovechó para quejarse del reciente kick out que su discográfica ha hecho con él, darle su típico repaso a la monarquía británica, lamentarse de “the shame of Spain” – por supuesto, los toros- y hacer proselitismo del veganismo con las devastadoras imágenes que acompañan la reivindicativa Meat is Murder. Para satisfacción de los nostálgicos, además de en esta, los Smiths también estuvieron presentes anoche en Asleep o How soon is now, canción con la que cerró su espectáculo lanzando su camisa al público para marcharse enseñando su torso desnudo en un ejercicio del perpetuo narcisismo que le caracteriza y que tanto encanta.
The Queen is Dead fue otra de las recuperadas del pasado para abrir el concierto y, aunque su título sea mentira, sirvió para demostrar una gran verdad: the king is still alive.
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