Aunque Truman Capote vaya por tu discoteca en bata y zapatillas de andar por casa, pese a que Andy Warhol o Liza Minelli sean la referencia de tu garito, aunque un alto cargo de la Casa Blanca esnife cocaína en tu sótano, pese a que Mick Jagger se eche una siestecita en el sofá… hay que pagar a Hacienda. Y esa fue la cara y la cruz de Studio 54, el club más famoso de Manhattan y, por tanto, del mundo. Su historia fue narrada en un documental de 2018 por Matt Tyrnauer que ahora incluye la oferta de Filmin. El auge de ser paraíso hedonista y la caída por las trampas fiscales protagonizan la historia que rodea a esta discoteca.
El club marcó una época en Estados Unidos que va desde el final de la guerra de Vietnam y el caso Watergate, en el primer lustro de los setenta, hasta la aparición del sida y sus demoledoras consecuencias. Fueron pocos años, y menos aún los que duró abierto Studio 54 (1977-1980), pero representaron una forma de entender la vida basada en el exceso, la música disco, la explosión de la cultura trans, las ganas de vivir y, cómo no, la avidez por el dinero que tanto caracteriza al mundo entero con Manhattan como capital, el ‘avida dollars’ con el que Breton quiso condenar a Salvador Dalí (que también se pasó por allí).
Studio 54 fue fundado por Steven Rubell e Ian Schrager, dos amigos que habían coincidido en la Universidad y que, tras unos primeros pasos en el mundo empresarial, fundaron el club Enchanted Garden en el distrito de Queens, donde ensayaron la fórmula. Pero querían dar el salto a Manhattan y para ello se fijaron en un antiguo teatro de la calle 54 Oeste, entre Broadway y la Octava Avenida, y fundaron la discoteca. Steven Rubell era el alma de la fiesta, el que trataba con las celebrities, el que les suministraba con generosidad todo lo que quisieran para vivir noches de juerga total. Ian Schrager estaba en un segundo plano, aunque en el documental es quien cuenta toda la historia, pues Rubell falleció de sida a finales de los ochenta.
Andy Warhol saca un foto ante Liza Minelli y Bianca Jagger. Filmin.
El entorno de la discoteca era hasta entonces una sórdida área de calles donde poco éxito parecía poder tener el proyecto. Pero desde el primer día la acera se convirtió en una masa humana intentando entrar en el paraíso. La evolución de los clubs neoyorkinos de este tipo tenía su origen en los bares gays, cuentan en el documental. Estos eran hasta entonces una serie de locales semiclandestinos, como si fueran bares de venta de alcohol durante la ley seca. Las modelos y artistas empezaron a acudir a ellos de la mano de sus maquilladores y peluqueros gays y los heteros querían ir adonde iban ellas. Así que todo se fue mezclando hasta crear un ambiente de respeto, donde famosos y hasta entonces marginados se mezclaban en un caos de libertad y desenfreno. La música disco era la banda sonora perfecta y las drogas ponían el resto.
Pero, como todo paraíso, tenía que limitar su acceso. Las normas eran pocas. Las celebrities entraban, los horteras de discoteca tipo Tony Manero se quedaban fuera. Los porteros seleccionaban a los que accedían entre la masa que se arremolinaba en la puerta. Los dueños de Studio 54 dicen que lo importante eran las ganas de divertirse que tuvieran los candidatos a entrar, pero los que se divertían eran ellos jugando a ser Dios. A veces hasta separaban parejas, ella entra, él no; y lanzaban su dedo entre la masa para designar a los elegidos.
Truman Capote. Filmin.
Los rechazados, claro, odiaban el descarado elitismo del local. Incluso Nile Rodgers (que también aparece en el documental alabando lo que significó esta disco) escribió Le Freak, el éxito de su banda Chic, tras haber sido rechazado en la puerta. El grito inicial del tema, ‘Freak out’, iba a ser inicialmente ‘Fuck off’, que es lo que les dijo el portero, pero motivos comerciales evidentes hicieron cambiar de idea a Rodgers (para lo más jóvenes, autor junto a Daft Punk y Pharrell Williams del hit más reciente Get Lucky).
Los propietarios de Studio 54 eran tratados por sus incondicionales como dioses y el problema quizá es que ellos se lo creyeron de verdad. Así lo reconocieron ellos mismos cuando eran mas que evidente las ilegalidades que cometieron en la gestión del local. Como muestra, ni siquiera pidieron licencia para vender alcohol, los que les costó un primer encontronazo con la ley.
Pero lo peor vino cuando desde la Agencia Tributaria de Nueva York empezaron a fisgonear. Se dieron cuenta del fraude masivo a Hacienda y en un registro encontraron drogas y dinero en bolsas de basura. En este punto de la historia, en el documental cobra importancia Peter Sudler, que no es rolllingstone, ni un producto de The Factory, ni un modelo. Es el fiscal encargado del caso.
Los propietarios de Studio 54 Steve Rubell e Ian Schraber. Filmin.
Y si el fiscal se adueña de la trama, Rubell y Schrager dejan de ser los encantadores, divertidos y carismáticos dueño de la discoteca más cool del mundo, para adoptar la misma actitud de cualquier personaje que se cree poderoso ante la Justicia. Se muestran chulescos, amenazan con tirar de la manta (y lo hacen), hablan de que quieren acabar con ellos, de destrozos de la policía en los registros (que se inventaron).
Ya nada les sirvió y dieron con sus huesos en la cárcel. La noche anterior la pasaron de fiesta en el club, donde cantó Diana Ross y les arroparon sus incondicionales, pero al local le quedaban días contados. Fue el fin de la época, donde en Estados Unidos hubo incluso actos públicos contra la música disco. Rodgers lo recuerda bien en la película, el Studio 54 hizo protagonistas a la música negra, el mundo gay y el desenfreno sexual, todo un cóctel para convertirse en diana de una reacción conservadora.
Lo demás es, primero, una historia de cárcel en la que Schrager sin dar muchos detalles apunta unos días sórdidos de pago a otros presos por protección y acuerdos con la Fiscalía para salir antes; y, después, de superación una vez en la calle. Ambos siguieron con la actividad empresarial, pero Rubell murió en 1989. Schrager es ahora un reputado empresario hotelero que fue indultado al final de la Administración de Obama. Y el Studio 54 ha quedado como un mito de la cultura de clubes cuyo éxito se ha intentado imitar en todo el mundo.
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