Cuando en enero de 2009 Joshua Eustis anunciaba la muerte de Charles Cooper, la otra mitad de Telefon Tel Aviv, tan solo dos días después de la publicación de su último disco, muchos aficionados a la electrónica sentimos un pequeño vacío en nuestros corazones y la incertidumbre del que se sabe un poco más desvalido que ayer. Quizá se habría acabado para siempre aquel hálito de frescura de valle de lágrimas que, como las olas de un mar extraño, hacía nuestra su melancolía con cada orillar en nuestros oídos.
Afortunadamente, quedaba Telefon Tel Aviv para rato. Eustis continuó en solitario sacando de la nevera algunos y excelentes singles y remezclando a gente como Dillon, Cubenx o SONOIO. La mente del bueno de Eustis no cesaba su trabajo de orfebre en la tormenta, manteniendo viva la llama de una banda que, fuera en plural o singular, aún tenía mucho que darnos.
Ahora, Eustis lanza en solitario «Move to pain», su primer álbum de estudio, bajo el sobrenombre de «Sons of Magdalene». Si «Fahrenheit Fair Enough» era el triunfo de la imaginación a través del glitch, «Map of wath is effortless» se entregaba a las formas más orgánicas (era su primer álbum donde se escuchaban voces humanas y sonidos orquestales) o «Immolate yourself» dejaba anticipar un extraño ocaso que servidor no quiere relacionar con la muerte de Cooper, este «Move to pain» apuesta por seguir la línea que ya empezó su último álbum como banda. Con ritmos asentados y haciendo uso extensivo de percusiones y sintes ochenteros ampliando el concepto de «Immolate yourself», Sons of Magdalene teje un melodrama con regusto a nostalgia. «Move to pain» se adentra en atmósferas densas y brumosas como las voces del mismo Eustis, quien nos recuerda que el vitalismo del pasado quedó ya muy lejos.
De este rayo que no cesa en mitad de la sombra debo destacar especialmente «Crows on the eaves of my father’s house», título que evoca demasiadas cosas por el contexto que rodea a este álbum, llevándonos a un paisaje glaciar, seco, preñado de notas que titilan en un manto de oscuridad. Esta maravilla pone punto final a un disco sin embargo irregular, con altibajos de genialidad e ideas manidas, pero que elimina cualquier horizonte en el que centrar nuestra mirada y nos sume en un estado de cierta desazón que nos lleva a aprehender cada mínimo sonido que sucede a su escucha. Como si el cataclismo fuera inminente y tocara hacer cosecha del aquí y del ahora. Aún queda mundo para rato, pero, ¿a que ya nada será igual?
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