Advertencia: contiene spoilers.
“Dios debe sentirse muy solo para llamar a su lado a un niño de 11 años”, esa es la reflexión que hace el profesor de educación física, protagonista de la obra de teatro Soka (Cuerda), al inicio de la función. Sí, has leído bien, 11 años, esa es la edad que tiene el chaval que se ahorca con una cuerda en el gimnasio de su colegio mientras sus compañeros de clase juegan al balón en el patio un día despejado. Este es el dramático arranque que tiene Soka, una de las piezas de la Trilogía contra el abuso, de Tanttaka Teatroa, que se representa en el Teatro Fernán Gómez de Madrid hasta el 27 de octubre. Como un viento helado, de Rafa Herrero, y La casa de la llave, de Mada Alderete, son las otras dos propuestas que conforman Nuevas dramaturgias, el programa de apoyo a la escritura de textos teatrales dentro de Donostia 2016.
Soka, de Mikel Gurrea y dirigida por Fernando Bernúes, golpea al espectador con el horror en sus narices, sin dejar mucho margen para respirar o mirar el reloj. Con un ritmo frenético, el único protagonista, que no personaje, de la obra conduce al público a lo largo de un laberinto en el que se mezclan la culpa, la responsabilidad, los juicios populares, la difamación o el peligro de los convencimientos colectivos.
Igor es el chivo expiatorio sobre el que recae toda la responsabilidad del suicidio del niño. Interpretado por un versátil Iñaki Rikarte, que soporta todo el peso de la escena, el profesor de educación física recorre un camino repleto de acusaciones, amenazas, dudas y desesperación, que hacen que el espectador oscile a lo largo de la representación entre dos polos completamente opuestos hasta los minutos finales de la función.
Soka hiela la sangre, no solo por la crudeza de los hechos que expone, sino por su innegable similitud con la realidad. Es escalofriante ver hasta dónde puede llegar la crueldad de unos niños de 11 años y cómo fallan tan fácilmente absolutamente todos los mecanismos de protección existentes sin que nadie lo perciba.
Las oscuras capas que se esconden bajo eso que llamamos “normalidad”, la dificultad para poder llegar hasta la verdad, la facilidad con la que asumimos opiniones como hechos o la rapidez con la que se prende la mecha de la venganza son algunos de los conceptos que quedan plasmados en esta puesta en escena tan cuidada y elegante.
A través de un texto corto, intenso, rápido, inteligente, ágil, sin adornos, directos a la consciencia del espectador y ayudados por la gran audacia del actor protagonista, capaz de dar vida a decenas de personajes, se vive la violencia, el abuso, los límites de la cordura y, efectivamente, la asfixia de ese cerco cada vez más estrecho en una obra, que retrata con lucidez un gran drama, a veces invisible de nuestra sociedad, el acoso. En este caso algo realmente desolador, entre menores.
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