Shock 2 se inicia como una tunda al capitalismo, triunfante en la sociedad casi sin oposición mientras es machacado en los escenarios teatrales y artísticos sin contemplaciones. Una escena con Ronald y Nancy Reagan, Juan Pablo II, Margaret Thatcher, Boris Yeltsin y una misteriosa mujer árabe dan rienda suelta al espectáculo. Antes, a modo de prólogo un desafiante Carl Schmitt (contundente el actor Antonio Durán Morris dando vida al pensador ultraconservador, inspirador del discurso nazi hasta caer en desgracia) lanza una perorata al espectador sobre la guerra, los amigos, los enemigos, la hipocresía social y demás armamento dialéctico que no toma prisioneros para cocinar un andamiaje ideológico que permite prácticamente cualquier cosa.
Antonio Duran ‘Morris’, durante el inicio de la representación.
Shock 2 lleva por subtitulo La tormenta y la guerra y es la continuación de un Shock 1 El Cóndor y el Puma. El primero se centraba en la aparición en la escena internacional de la cara más desenfrenada del capitalismo, aquella que para expandirse no dudó en aliarse con el sanguinario golpismo de la derecha en la Cono Sur. Ahora, Shock 2 narra la extensión de esta doctrina a una cruzada contra el Islam tras el festín ideológico de los años 80 en el que se acabó con la Unión Soviética y se acuñó el termino de capitalismo popular. Y este nuevo/viejo orden internacional no tuvo un éxito tan fugaz como el que su autocomplacencia preveía y aún está trabajando en ello.
Para narrar este trayecto que va desde las fiestas neoliberales a los campos arrasados de Oriente Medio se ha puesto en escena en el Centro Dramático Nacional un escenario circular rodeado por el público en el que se van encadenando escenas sacadas de los medios de comunicación utilizando la ficción como elemento que complementa unos hechos históricos para contextualizarlos.
Alba Flores, María Morales y Natalia Hernández, recrean la actuación de
Marta Sánchez ante las tropas españolas destacadas en el Golfo.
El inicio es hilarante con interpretaciones tan brillantes como las de Guillermo Toledo y Natalia Hernández dando vida al matrimonio Reagan (ella borda posteriormente a Ana Botella) o Paco Ochoa en el papel de Víctor Chao, el traductor de Den Xiaoping, aquel maestro de la famosa doctrina gato blanco, gato negro que tanto gustó a Felipe González (y que ya dio alas a una película del siempre excesivo y polémico Emir Kusturica). Las escenas se suceden al modo del cine denuncia de Adam Mackey y su sátira Vice sobre Dick Cheney, personaje también que en Shock 2 goza de su pequeño momento de gloria. En ocasiones parecen una sucesión de gags, algunos previsibles (el baile de Marta Sánchez ante los soldados en la primera Guerra del Golfo, divertido pero parodiado ya hasta la saciedad) otros a punto de naufragar como la aparición de Yeltsin pero que se sobrepone con un toque de genialidad con el desdoblamiento del personaje. Y si de unir ficción a realidad sin tapujos o añadir un poco de teatro al teatro las dos horas y media de espectáculo tienen entre sus momentos más sarcásticos el que recrea el glorioso día en el que José María Aznar (interpretado por Juan Vinuesa con toques, como así se explicita en el texto, de pequeño Nicolás) puso los pies encima de la mesa del rancho de George W. Bush.
Nada que objetar que sea un texto que navega por material de sobra conocido añadiéndole un subtexto siempre pertinente que interpreta el hilo narrativo que no es otro que la famosa teoría del shock, con la que Naomi Klein aludió al uso de desastres naturales o no para imponer una agenda política ultraliberal ante una sociedad conmocionada. Así que la primera parte de la obra refleja un tono de sarcasmo que deja un poso de amargura ante la deriva de los mandatarios del mundo entero, personajes que se inspiran en ideólogos con aroma de halcones y en el populismo de otros como Arnold Schwarzenegger o Charlton Heston, que aparecen en pantalla.
Guillermo Toledo, en un momento de la obra.
Pero la segunda parte es más dura. Ahí se reflejan las consecuencias de todos esos hechos. De aquellas risas, estas bombas. Aunque sigue habiendo lugar para la parodia, el rancho de los Rumsfeld, por ejemplo; cobran altura interpretaciones como de la Alba Flores dando vida a una mujer árabe narrando las pérdidas tras un bombardeo; o la de Natalia Hernández hablando sobre ese pequeño hilo de dignidad que supone la defensa armada de las mujeres kurdas, tan bien contada por la documentalista Alba Sotorra; o la de la María Morales utilizando las palabras de la periodista Olga Rodríguez para narrar el día en las que las tropas de Estados Unidos mataron al cámara José Couso al disparar contra el hotel Palestina durante la toma de Bagdad.
El hilo de hechos narrados es prolijo y la sucesión de escenas trepidante colocando sobre el escenario elementos de comedia y de musical; de absurdo y de desenfreno dadaísta; de disparate y de drama; de acción y de intimismo; de activismo político y de envenenada frivolidad. De ahí la habilidad del director Andrés Lima para encajar textos suyos y de Albert Boronat, Juan Cavestany, y Juan Mayorga, utilizando escritos de las citadas Olga Rodríguez y Alba Sotorra; y la pericia de un más que certero equipo técnico.
Además, las heridas reflejadas sobre el escenario están tan abiertas, que Shock 2 parece una especie de trabajo en marcha. Aquel fin de la historia vaticinado por Francis Fukuyama no se acaba de producir, sobre todo cuando el mundo entero esta en medio de otro potente shock, ahora en forma de pandemia que tanto puede servir a aquellos para aprovechar cualquier resquicio para imponer su santa, santísima, voluntad. Será por shocks.
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