No son las bandas de rock’n’roll muy cinematográficas. Apenas se cuentan un buen puñado de películas entre todas las que han intentado retratar este fenómeno que arrebató desde los cincuenta destrozando fronteras para desesperación del tradicionalismo de aquí y allá. Hoy es un género cuya vigencia sigue su curso aunque su influencia, no su calidad musical, ha caído en picado, algo lógico con el neoconservadurismo actual enfrascado y enfrascando a todos de paso en su cansina batalla cultural. Hay grandes bandas, pero difícilmente van a tener la capacidad de medir la temperatura social como la que recorre la época entre los 50 y los 80. Quizá no sea ni necesario.
No es que no haya buen cine basado en bandas reales o ficticias. Hay destacables ejemplos como Control (Anton Corbijn 2007) sobre Joy Division, o Velvet Goaldmine (Todd Haynes, 1998), inspirada en Bowie y el glam. Hay disparates pop como todo lo que rodeaba en celuloide a The Beatles, en especial el infantilismo lisérgico de Sargent Pepper’s Lonely Hearts Club Band (Michael Schultz, 1978), humor negro de gran tonelaje como Leningrad cowboys go to América (Aki Kaurismaki, 1989), con una loca banda de ficción, o perspicaz cinismo hiperactivo como The Great Rock’n’roll Swindle (Julien Temple, 1980), sobre la ascensión y caída de Sex Pistols.
El elenco de ‘Segundo premio’ posa en el pasado Festival de Málaga
The Who hicieron un notable intento por incorporar el rock al universo del cine, con buenas películas como Quadrophenia (Grank Roddam, 1979) o la fantasia descontrolada de Tommy (Ken Russell, 1975) con números tan preciados como el de Elton John, aunque estos casos tratan más de incorporar el espíritu que hablar de bandas.
En general, no han dejado profunda huella los biopics, aunque sean de grandes del calibre de Elvis, The Doors o Jerry Lee Lewis. En el caso que nos ocupa no cuentan los conciertos grabados, algunos muy meritorios —ahora regresa a las pantallas Stop Making Sense (Jonathan Demme, 1994), sobre Talking Heads—, o los rodajes de una actuación en el contexto de una película —genial como suele Nick Cave en El cielo sobre Berlín (Win Wenders, 1987) o qué decir del latigazo de los inventados Bomitoni Grup en Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón (Pedro Almodóvar, 1980)—. Las bandas de rock’n’roll sigue siendo garantía en los escenarios, pero no en las pantallas.
Y en estas llega una película sobre Los Planetas titulada Segundo Premio, la dirige el multirreconocido Isaki Lacuesta a cuatro manos y ojos con Pol Rodríguez, con un guion del primero junto al periodista y escritor Fernando Navarro y resulta que gana la Biznaga de Oro del 27 Festival de Málaga.
Una escena de ‘Segundo premio’.
No es España muy dada a la ficción sobre bandas. Llama la atención las películas promocionales que rodearon a los grupos en los sesenta, con mención especial a Los Bravos, en cuyas cintas se mezclaba la buena música que produjeron con el rancio universo del franquismo atareado en domar este estilo musical. Algo sin pena ni gloria de Hombres G por aquí; muchos documentales por allá.
Isaki Lacuesta se apresura a decir en su cinta que no se trata de una película sobre Los Planetas. Una broma más, un tomarse la vida como ellos, y un intento también de evitar el engorroso debate de esto no fue así, se ha tergiversado la historia. De modo que la película se abona a la idea de retratar la leyenda del grupo con personajes totalmente reconocibles. Lo curioso es que Los Planetas no es un grupo mítico salvo para los que vivieron los noventa y algunos que se incorporaran un poco más tarde.
La película, sin embargo, supera sin duda la media del cine sobre bandas de rock. No se escabulle al hablar de drogas, de peleas, de costumbres insanas, de escasa salubridad en la casa donde ensayaban. Todo ello, es cierto, un clásico al hablar de rock, por lo que el riesgo a ir por caminos trillados siempre está ahí y a veces se cae. Sin embargo, la película es mucho más que eso, habla de amistades traicionadas, de crecimiento en un ambiente comercial hostil, de las heridas del radicalismo chocando contra el imperturbable sistema, de rock indomable saliendo en televisión en programas de play back y hula hoop. Así no es de extrañar que uno de los personajes más simbólicos del film sea May, la bajista de los inicios de la banda que dejó el grupo y a la que se dedican escenas oníricas sobre las ilusiones perdidas.
Las escenas, la fotografía, los actores tratan de ir retratando formalmente la montaña rusa de la trayectoria del grupo. La película narra el proceso de creación y grabación del tercer álbum de la banda, Una semana en el motor de un autobús (1998), cuyo primer corte es la canción Segundo premio que da el título a la cinta. En ese momento el grupo lo formaban, tras los abandonos, apenas dos personas, el líder Jota y Florent. A partir de ahí se unen otros tres miembros.
Una escena de ‘Segundo premio’.
En su recorrido, la película hace especial hincapié en la Granada de los 90, una ciudad fundamental para conocer el rock español ya desde Mike Ríos. De ahí procede uno de los mejores discos de música española del siglo XX al que la película rinde homenaje: Omega, una colaboración entre la banda post-punk Lagartija Nick y el genio flamenco Enrique Morente con ecos de Lorca y Leonard Cohen que se lanzó también en los noventa. Hay hueco para que asomen las procesiones de Semana Santa y las calles del Sacromonte y el Albayzín.
La cinta combina bien la realidad con la fantasía de las paranoias generadas por las drogas o la incomunicación entre ellos —buena escena la pelea virtual en un bar o la llegada a un avión del guitarrista como metáfora de su flipado viaje—. La música es potente y siempre pertinente tanto si se es fan del grupo como si no (si se le odia, ya no hay nada que hacer) y si acaso hay un exceso de estilo videoclip.
El viaje de Los Planetas es un buen trago vital de una banda a veces provinciana, como refleja el deseo innegociable de Jota por ir a toda costa a grabar a Nueva York, pero conectada con las influencias que entonces brillaban en el universo rock guitarrero tras el esperpento en el que habían terminado los años ochenta. Así fue reconocida la banda por la crítica especializada y la película, sin ser una obra maestra, da fiel reflejo de ello. Como cantaba Mick Jagger I said I know it’s only rock’n’roll, but I like it.
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