Puede contener spoilers.
Le revelaba Jesús Gil, ese conspicuo personaje que tan bien se representaba a sí mismo, en el cierre de una entrevista televisiva a otro Jesús, conspicuo también, pero más Quintero, lo que deseaba que se pudiera leer en el epitafio de su lápida: “Aquí yace un imbécil que creía que las cosas podían ir mejor…o algo así, de esas cosas”.
Si se hace una lectura profunda del individuo Gil, del ser Gil, dudo que se encuentre algún atisbo de la resignación que caracteriza a los que pierden, esa resignación sapiente de aquel que lo ha intentado todo para la consecución de un fin, pero que muy a su pesar, no lo alcanza plenamente y se sabe perdedor. La sabiduría del fracasar, lo que se aprende de ello, es de algún modo, lo único positivo que se le extrae.
Es difícil creer que Jesús Gil atesorara mucha de esa sapiencia – esto no quiere decir que no fuera un hombre sabio, me muevo siempre en el terreno de la conjetura- , porque, y que Dios me lo tenga en su Gloria, era notorio su carácter enérgico. Él era de esos señores que no se achantan y pelean hasta el último aliento.
Aun así, esa frase sincera, vertida en una atmosfera televisiva sincera, es pura resignación, por ello es inevitable pensar, que quién la pronuncia, sabe lo que es Saber Perder.
Resignarse ante lo imposible, opino, debe ser algo universal, y por lo tanto, inherente a lo humano. De esto algo tiene que entender, el periodista, escritor, guionista, articulista, director de cine y chorrocientas – permítanme el uso aquí, de los mal llamados por otro lado, vulgarismos- cosas más, David Trueba.
¿Por qué lo digo? Porque escribió una novela titulada Saber Perder. Premio de la Crítica en 2009, el libro es la tercera novela del Trueba Mediano – así lo suelo identificar, porque para mí el “Trueba Grande” es su hermano mayor Fernando, y el “Trueba Chico”, es su sobrino, Jonás. Una mera clasificación por edades-.
Sus dos primeras novelas – Abierto toda la noche y Cuatro Amigos -, son propietarias de un sentido del humor que se me presenta en ocasiones despiadado y disparatado, pero tierno. No puedo afirmar que Saber Perder no lo contenga, pero hay que buscarlo bien, ya que el relato no es precisamente un canto a la alegría alegre – redundante, pero enfático- , sino la historia de cuatro personajes que navegan sin brújula ni sextante en un océano –El Madrid actual- muy bravo y en ocasiones hostil. “Van palante con lo que tienen”.
No suelo ser exigente con los autores hacia los que tengo predilección, es decir, si hacen una mierda mayúscula siempre encontrarán un argumento defensor de este lado de la trinchera, aunque tenga que reconocer al final que es una mierda, pero siempre concluyo con el típico tópico: “Pues a mí me ha gustado” – el antiargumento por excelencia -. Este no es el caso, Saber Perder es una extraordinaria novela, recuerden, Premio de la Crítica. Los señores críticos no hacen regalos a la ligera.
Saber Perder es conmovedora, rica, de una previsibilidad que atrapa, tensa e intensa, de lectura sorprendentemente fácil, tierna, trágica, larga –no para un día de playa-, muy trágica, reveladora, cinematográfica, emocionante y emocional, bien estructurada, contada, relatada, descrita, narrada y explicada, – un momento, que cojo aire-.
Su trama gravita en torno a cuatro personajes interrelacionados, una chica adolescente, demasiado madura para su edad, su padre, un cuarentón que se ve empujado hacia el abismo del desempleo y la ausencia de figura femenina que lo sostiene, el padre de éste y el abuelo de aquélla que se enfrenta al duro y pasivo visionado de la enfermedad que carcome a su compañera de vida, y el futbolística argentino nuevo rico que pasa por dificultades para adaptarse su a equipo comprador madrileño y al faranduleo balompédico general. Leves trazos de la historia, hacer descripciones más certeras sería arruinarles la lectura.
Una buena historia se caracteriza por la credibilidad en el dibujo de sus personajes y de sus conflictos. Me creí Saber Perder y sus personajes, como en ocasiones me ocurrió con Jesús Gil, y si algo hay cierto, es que de todos ellos se puede aprender a saber perder. ¡Me la lean, carajo! ¡Pues a mí me ha gustado!
Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.plugin cookies
ACEPTAR