El artista Rogelio López Cuenca (Nerja, Málaga, 1959) investiga en sus obras sobre fenómenos como la comunicación de masas, la publicidad y el turismo buscando su conexión con el lenguaje a través del que se ha construido la iconografía cultural. De la mezcla entre el lenguaje poético y la imposición de las formas de una cultura de masas con vocación consumista surge una potente y provocadora obra que comenzó en los años ochenta y cuya retrospectiva titulada Yendo leyendo, dando lugar puede verse en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía hasta el 26 de agosto.
¿Qué significa el título de la exposición “Yendo leyendo, dando lugar”
Me viene a la cabeza el célebre verso: “A poem should not mean / but be” (un poema no debería significar / sino ser). No creo que que tenga demasiado sentido intentar “traducir” la frase. El uso poético del lenguaje se caracteriza precisamente por su conciencia de que este nunca es inocente: ni la elección de unas determinadas palabras ni la presencia en ellas de repeticiones de sonidos o de conceptos que, por un lado, se asemejan y, por otro, se oponen entre ellos… Es un campo maravillosamente inabarcable. De todos modos, sí que es posible detectar en el título una alusión, por una parte a la dimensión intelectual, al carácter de investigación que ha de tener el trabajo artístico, y por otra, a la aspiración a que este tenga consecuencias efectivas, a su capacidad de incidir, de intervenir, de provocar, de, precisamente, dar lugar. Y también late en la frase una reivindicación de la lectura como un acto radicalmente activo, productivo, creativo. Es una especie de lema que hace tiempo que me acompaña: fue también el título de mi tesis de doctorado. Lo dicho, que al intentar “traducirlo” a un lenguaje más simple, lo que hacemos es complejizarlo.
¿Qué has descubierto de tu propia trayectoria artística al revisar tus trabajos para esta retrospectiva?
Cuando Pancho Godoy Vega, por encargo del Museo (MNCARS) empezó a revisar y organizar un poco mis archivos detectó en seguida una serie de asuntos recurrentes. Quizá el más evidente sea el de la apuesta por una concepción de la práctica artística entendida como un fenómeno esencialmente colectivo. Los trabajos más antiguos que se muestran, de mitad de los 80, son trabajos colectivos, realizados con la Agustín Parejo School; lo mismo que el más reciente, Las islas, producido en colaboración con Elo Vega. Y colaborativos son siempre los proyectos de cartografías críticas que con distintos grupos hemos ido elaborado a lo largo de las dos últimas décadas (de los que en la exposición se muestra el Mapa de Valencia, de 2015). Otras “zonas” que se pueden distinguir en los trabajos seleccionados irían desde la experimentación en busca de lo que que podríamos llamar una poesía radicalmente contemporánea –que no ignore los asuntos, los conflictos o las tecnologías propias de de su tiempo–, hasta la ciudad, el espacio urbano como escenario y marco fundamental de esa producción cultural; pasando por el análisis crítico del propio sistema del arte o de los proceso de construcción de la historia, la memoria y, de ahí, al de las identidades. Y una constante también podría ser la relectura, la reutilización, la reactivación de signos previamente existentes, el intento de ofrecerles la oportunidad de mostrar aquello que el uso y la cotidianidad de su presencia ha convertido en transparente, ha hecho invisible.
¿Por qué introduces tantas referencias a la publicidad dentro de un discurso poético incluso manipulando para tus poemas visuales logotipos de conocidas empresas?
Probablemente se trate de un gesto similar al del pintor que sale al campo a pintar del natural. La publicidad comercial no es solo el elemento más común del paisaje visual de nuestra sociedad, sino también de nuestro universo conceptual. La publicidad da forma y construye los límites de la iconosfera que respiramos a diario, constituye el catálogo de los sueños posibles. La lógica publicitaria no solo ha colonizado el campo de la comunicación sino el de nuestra imaginación: fantaseamos nuestra identidad a través de aquello que consumimos o desearíamos consumir… ¿cómo no prestar atención a esto?
¿Cómo influye el fenómeno turístico en tu obra?
La respuesta tiene forzosamente que estar en conexión con la anterior. Hay que considerar al turismo como una expresión particularmente elástica y voraz del consumismo: es el último y definitivo de los –ismos, capaz de asimilar lo que le echen. Al respecto, Dean MacCannell acuñó el concepto de “autenticidad escenificada”. Es algo verdaderamente extraordinario: le cabe todo en su monstruosa flexibilidad, que lo ha erigido en el formato dominante de la experiencia cultural.
¿Por qué centras en Picasso tu discurso del uso y abuso de la cultura como elemento turístico?
Podría contestar que por causalidad vivía en Málaga cuando se desató el proceso de “picassización” de la ciudad para convertirla en eje de su conversión a la economía de servicios: la ciudad como un centro comercial y de ocio, basado en la industria hotelera y hostelera bajo el paraguas publicitario del turismo llamado “cultural” ¡cómo si fuese posible un turismo que no lo sea! Pero, más allá del fortuito nacimiento de Picasso en Málaga nada es casual en este proceso: la marca Picasso, aplicada a cualquier mercancía multiplica su valor, su prestigio y su precio, de un modo extraordinario, sea lo que sea: un perfume, una pizza, un coche… y también, por supuesto, una ciudad-marca en el mercado turístico. El eslogan turístico de Málaga actualmente es “Málaga, ciudad genial”.
¿Cómo crees que se debería situar la figura de Picasso dentro del arte?
Aventurarse a dictar “cómo debería” leerse “correctamente” la figura de Picasso no me parece que tenga sentido. Ningún signo puede evitar verse expuesto a un permanente litigio en torno su significado; tampoco el signo Picasso, en el que se cruzan muy diversos intereses por la gestión de su capital simbólico. De todas formas, creo que más que respuestas, lo que desde el arte se tiene que plantear son nuevas preguntas, otras preguntas que hagan visible aquello que la lógica del consumo y el espectáculo ha conseguido excluir por poco productivas
¿Cuál es el estado de la memoria histórica que recorre toda tu obra y que en la exposición plasmas de forma directa en una sala dedicada al bombardeo de los refugiados que huían de los fascistas en Málaga por la carretera de Almería durante la Guerra Civil?
El concepto “memoria histórica” nace precisamente como una reivindicación de la existencia de relatos alternativos a la historiografía dominante, para prestar atención a perspectivas tradicionalmente subalternizadas y despreciadas por la pretendida objetividad de la Academia, como si esta estuviera por encima de los conflictos de clase y de poder. O al margen de las mismas retóricas de seducción que maneja la publicidad. Me parece que el ámbito de las prácticas artísticas contemporáneas ofrece unas posibilidades formidables a la hora de abordar la polifonía y las contradicciones del campo de tensión que se produce entre el relato histórico y las memorias largamente desdeñadas de los grupos excluidos y silenciados.
¿Crees que la cultura tiene capacidad para construir un relato alternativo al hegemónico?
Por supuesto, es que la visión que tenemos del mundo es un producto cultural; desde la cultura se construye el marco dentro del cual entendemos (entre comillas) el mundo. Las producciones culturales –el arte, pero también el cine y la publicidad, los cuentos infantiles, los chistes… – no sólo son un documento de una determinada época, no solo la reflejan mejor o peor, sino que contribuyen de un modo determinante a construir eso que llamamos la realidad. Es decir, que tiene mucho más poder que el que nos sugiere la concepción impuesta en las sociedades “desarrolladas” de la cultura como un bien de consumo, colonizado, como hemos dicho antes, por la lógica de la publicidad comercial y su exigencia de impacto, rapidez y superficialidad propia del espectáculo. A pesar de ello, el arte y la cultura no dejan de ser un territorio que, además de esas limitaciones, ofrece un campo riquísimo de posibilidades de releer, reutilizar y reactivar lo que se nos vende como definitivamente clausurado.
En la exposición hay menciones a la censura sufrida por intervenciones en la ciudad encargadas como motivo de la Expo 92. ¿Sigue existiendo la censura?
Aquella censura de corte tradicional, la del fanatismo intolerante, propia de los regímenes autoritarios, evolucionó para enmascararse tras excusas de índole economicista y populista: dejar que sea el mercado el que decida qué exposiciones hay que programar, por ejemplo. Y cuando no se arguye la inviabilidad mercantil de determinados proyectos se recurre a argumentos pretendidamente “democráticos”, basados en el número de visitantes o de “likes”, que traducirían lo que supuestamente a “la gente” le gusta o no le gusta. Es una maniobra muy perversa, ya que difícilmente el público puede reclamar algo de cuya existencia no tiene noticias.
Y no es que no sean peligrosas las manifestaciones, que todavía de vez en cuando afloran, de censura autoritaria al viejo estilo, pero creo que hay que prestar más atención tanto a ese fascismo de guante blanco como al que hasta es capaz de ingenuamente ignorar que el nazismo no siempre viene uniformado ni luce bigotito.
Imágenes de la exposición Yendo leyendo, dando lugar que puede verse en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía
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