Siempre gustó la locura. Pero lejos. Bajo control. Y eso es muy complicado. “En todo hombre se dan fieros arrebatos -escribió Hegel- Pero el hombre civilizado, o al menos dotado de sensatez, es capaz de amansarlos”. Quizá el filósofo alemán tuviera razón y el hombre ha creído que había una clara frontera entre cordura y locura, aunque si existe una linea de separación no es mas que una desvencijada verja de poca altura y horadada que se salta de vez en cuando de un lado a otro, quizá para quedarse allí, al otro lado del espejo. ‘Todos estamos locos aquí’, le dice el gato a Alicia.
Esta última frase encabeza el texto introductor del número 263 de la revista Litoral escrito por su director, Lorenzo Saval, que ha sido coordinado por la psicoanalista y escritora María Navarro. La locura desatada en la mente de escritores, pintores, cineastas y demás fauna creativa recorre las páginas de una revista fundada por los poetas del 27 Emilio Prados y Manuel Altoaguirre hace noventa años.
Antes de que se encerrara a los locos en manicomios -esas fábricas de locura que identificó Leopoldo María Panero-, fueron aliados de los dioses desde tiempo antiguo. El afán de domesticar la locura provino de la razón, que acabó engendrando monstruos. Cómo cercarla cuando la locura anida en todo hombre y hay quien apela a ella. “A menudo necesitamos de delirio para mantenernos de algún modo a flote en el oleaje de la vida”, escribió Robert Walser. O si se prefiere algo más radical, Edgar Allan Poe: “Me volví loco con largos intervalos de horrible cordura”.
Nos vendieron que la locura era algo inútil y peligroso, que era un infierno del que nada bueno había que sacar. Eso sí que ha resultado una posverdad como una catedral. La creación artística muestra una realidad bien distinta. En ocasiones, la locura fue la única forma de desenmascarar la realidad, como Don Quijote; en otras fue encargada de un juicio sarcástico de la sociedad, como el elogio que le hizo Erasmo de Rotterdam; otras fue una vía de escape de la realidad, un método para dar forma al desequilibrio de los sentidos, como defendió Arthur Rimbaud. Y otras más un mero fingimiento lleno de dudas tras el que se escudó, entre otros, Hamlet.
Autorretrato, Pablo Picasso (1972)
El siglo XX comenzó con Freud y los suyos hurgando eon el subconsciente. Hubo quien se levantó un día convertido en insecto. Al final, hubo también quién decidió abandonar la razón y entrar en el campo de las nuevas percepciones de la mano del LSD y otras drogas, un camino que a finales del milenio siguieron alucinados poetas que querían purificar las puertas de la percepción a las que se refirió hace 200 años William Blake. Bukowski, Burroughs, Ginsberg y otros maltratadores del cuerpo y liberadores del espíritu se metieron de lleno en un mundo de éxtasis y desvarío. “La locura nos esta haciendo mucha falta -escribió años antes el cuerdo Miguel de Unamuno- a ver si nos cura de esta peste del sentido común”.
La locura a veces ha sublimado el arte, en otras ha llevado al ser humano a lo más terrible de su alma. Van Gogh cortándose una oreja. Kurtz muriendo mientras gime ‘el horror, el horror’ para describir el fondo del ser humano en el conradiano viaje al corazón de las tinieblas. Edvard Much lanzando un grito desesperado. La locura no es siempre una alegre y desinhibida respuesta a la lógica incapaz aprehender el espíritu, pero si una compañera de la creación. Puede que sea difícil de explicar pues, robado la frase a un personaje de Chejov, “el sentido moral y la lógica no tiene nada que ver con todo esto”.
Presencia inquietante, Remedios Varo (1959)
Litoral recoge en sus páginas menciones a obras o citas de más de 300 autores en un deslumbrante recorrido que parte de Platón y da una vuelta a ese mundo al que Quino se refiere a través de Mafalda como el ‘manicomio redondo’. Un viaje certero el que propone esta exquisita revista cultural al delirio creativo; aunque, como afirma ese loco ‘oficial’ que fue Nietzsche dándole la vuelta, “hay siempre una cierta razón en la locura”. Cordura y locura, mano a mano.
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