Reikiavik, capital de Islandia, no solo es ese lugar donde hay seis meses sin noche y otros seis meses sin día, esa tierra habitada por más de 100.000 habitantes que el genio del ajedrez, Bobby Fischer, eligió para acabar sus desquiciados últimos días, sino también un lugar mágico, una obra de arte compartida. Compartida por tres increíbles actores: César Sarachu, Daniel Albaladejo y Elena Rayos que dan vida a tres carismáticos personajes solitarios y un armado y preciso texto de Juan Mayorga, que también se encarga de dirigir esta magnífica obra, cuya complejidad de montaje se asemeja a la más enrevesada jugada de ajedrez.
Reikiavik, uno de los platos fuertes del Festival de Teatro de Málaga, relata uno de los duelos con más expectación a nivel internacional: el final del campeonato del mundo de ajedrez disputado por el soviético Boris Spasski y el estadounidense y excéntrico Bobby Fischer. Pero también habla de la Guerra Fría, de los movimientos políticos que se jugaban en aquel tablero de ajedrez de Islandia, de la disección a través de un interesante juego de intercambio de roles (a veces complicado de seguir) de la personalidad y psicología de los dos genios del ajedrez que se batieron en 1972.
En ella se pueden conocer las manías y extremas condiciones que el estadounidense Fischer, interpretado por un irreconocible y maduro César Sarachu (conocido por todos en Cámara Café), exigía para jugar la partida a su desconcertado adversario, Spasski, al que da vida Daniel Albaladejo (también de la cantera de Cámara Café), en una asombrosa forma física y con unas tablas que dan gusto verle actuar. La joven Elena Rayos completa el trío de actores que hacen reír y poner a prueba la imaginación del espectador durante casi dos horas. Sin apenas decorado, con solo un mesa, dos bancos y un tablero de ajedrez, esta obra hace viajar desde Rusia hasta los Estados Unidos pasando por Islandia con una habilidad asombrosa para recrear escenas a base del talento de sus actores: puro teatro.
Reikiavik no solo es interesante por conocer con pelos y señales el duelo que mantuvieron estos dos genios del ajedrez en Islandia y escarbar un poco en las motivaciones que les llevaron hasta allí, también por el relato paralelo, el de los personajes que dan vida a Fysher y a Spasski, que también tienen su propia historia dentro de la ficción. Dos hombres sensibles, con una imaginación espectacular, que han encontrado el lugar perfecto para crearse un personaje de verdad, auténtico, al que nadie le marca las reglas, un lugar que funciona al margen de todo y de todos, un placer que solo el teatro les permite a través de la recreación de ese duelo del ajedrez fechado en 1972. Leí hace poco que Juan Mayorga decía: “El espectador de teatro tiene algo de perverso”, imagino que será porque son los únicos que saben disfrutar con ese macabro juego.
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