Bret Easton Ellis disfruta siendo el azote del progresismo americano por haberse convertido en un movimiento repleto de tics intolerantes que camina a la imposición de una corrección política cuya principal víctima sería la libertad de expresión. Ha escrito novelas como American Psycho, Menos que Cero, Lunar Park o Suites Imperiales y en España se ha editado ahora Blanco (Literatura Random House, traducción de Cruz Rodríguez Juiz). Fue el creador de Patrick Bateman, el yuppie asesino de Wall Street en American Psycho y a partir de ahí se disparó la popularidad de su autor como cínico y esteta cronista de la escena literaria de la era Reagan.
En Blanco, Ellis dispara contra todo lo que huela a progresismo y especialmente a los anti-Trump, ajusta algunas cuentas literarias, muestra su odio a los millennials (generación a la que pertenece su novio, a quien fustiga durante todo el libro por este motivo y por ser ‘socialista’), lamenta que los tiempos hayan sufrido la pérdida del sentido del humor y las ganas de aceptar a las personas tal y como son y no por cómo piensan. Denuncia el victimismo imperante en la sociedad actual, aunque en ocasiones hace gala justo de lo que critica al considerarse él mismo una víctima de la inquina en las redes sociales. Reconoce que algunas posiciones las hace dentro de su marco de hombre blanco y privilegiado, mientras rechaza tener que adscribirse a políticas identitarias solo por ser homosexual. Tuitero polémico, tan hater como lover, reaccionario, heterodoxo, lenguaraz, corrosivo y transgresor, hay unos momentos del libro en los que le amas, y entonces es bueno, y hay muchos otros en los que le odias, y entonces es mejor.
Las 250 páginas del libro responden a este perfil provocador y, si quieres subir al ring, aquí tienes algunos asaltos para pelear con citas extraídas de las páginas de Blanco:
Padres helicóptero: “Los niños de los setenta no teníamos padres helicóptero: te movías por el mundo más o menos solo (…) En retrospectiva mis padres, como los padres de los amigos con los que crecí, parecían despreocuparse increíblemente de nosotros, no como los padres de hoy en día”.
Los actores: “Los actores dependen de gustar, de su atractivo, porque quieren que la gente los mire, se sienta atraído por ellos, los desee. Por eso los actores son mentirosos por naturaleza”.
Portada de la edición española de ‘Blanco’.
Los yuppies de los 80: “La cultura heterosexual masculina se había apropiado de los estándares distintos de la cultura gay masculina con la emergencia del dandi heterosexual”
Encuentro con Basquiat en el restaurante Odeón de Nueva York: “Había terminado compartiendo cocaína con Jean-Michel Basquiat en el lavabo de caballeros durante una cena con mucho alcohol (…) Basquiat me había preguntado por qué salían tan pocos negros en mis dos primeras novelas y yo le había contestado algo sobre el racismo despreocupado de la sociedad blanca que estas describían, y nos encendimos un cigarrillo mientras regresábamos, colocados como estábamos, a nuestras respectivas mesas: un encuentro típico para mí del otoño de 1987”.
Feminismo y pornografía. “Algunas de las feministas de los setenta se quejaron de la revista Playboy y de la pornografía en general, y los hombres no lo entendimos (…) La reacción parecía injusta porque nuestras opciones antes de internet eran tan extremadamente limitadas, que criticar moralmente nuestros deseos se antojaba cruel”.
Fotograma de la adaptación al cine de ‘American Psycho’, con Christian Bale en el papel de Patrick Bateman.
Contra Moonlight y el óscar que arrebató la película a La La Land: “La prensa la agasajó no porque fuera una gran película, sino porque cumplía todos los requisitos de nuestra actual obsesión por la política identitaria. El protagonista era gay, pobre, negro, maltratado y víctima (…) Se suponía que dándole a Moonlight tu aprobación de ciudadano blanco te sentirías virtuoso”.
Los estereotipos gays: “Las voces que sientan cátedra en los medios, heterosexuales y homosexuales por igual, nos cuentan que todos los gays deberían ser canonizados siempre y cuando compartan los mismos valores; hablen así, se expresen dentro de estos límites, crean solamente esto, apoyen solamente eso y voten por aquel (…) A algunos de nosotros la defensa corporativa de la homosexualidad siempre nos ha parecido alienante”.
La economía de la reputación: “La nueva economía depende de que todo el mundo tenga la misma actitud reverencialmente conservadora y eminentemente práctica: la boca cerrada y las faldas largas, y ni se te ocurra tener una puta opinión excepto la consensuada por la mayoría en ese momento”.
La Generación Gallina (los millennials). “En los últimos años había tuiteado mi diversión y frustración bajo la etiqueta Generación Gallina (…) la sensación a flor de piel de los millennials, su sensación de tener derecho a todo, su insistencia en tener siempre la razón a pesar de las en ocasiones abrumadoras pruebas en contra, su incapacidad para considerar las cosas en su contexto, su tendencia general a la reacción excesiva y al optimismo pasivo-agresivo…”.
Victimismo: “Hacerse la víctima es como una droga: sienta tan bien, recibes tanta atención de la gente, que de hecho te define, hace que te sientas vivo e incluso importante mientras alardeas de tus propias heridas, por pequeñas que sean para que los demás las laman. ¿A que saben bien?”.
Portada de la edición italiana de ‘Blanco’
Sobre Trump y los anti-Trump: Cada vez que escuchaba a ciertas personas perder los papeles hablando de Trump, mi primera reacción era la siguiente: Deberías medicarte, tienes que ir al psiquiatra” (…) “La gente que detestaba a Trump se estaba obsesionando con Trump. Los progres ricos y privilegiados que yo conocía eran los más histéricos y quienes peor lo pasaban”.
Contra el movimiento Black Lives Matter: “El dominio de la estética de los Panteras Negas los convirtió en estrellas para los jóvenes de los años setenta, negros y blancos, pero Black Lives Matter era un desastre millennial sin la menor idea sobre cómo afrontar un todo visualmente coherente o un estilo de representación… y para bien o para mal, esta imagen de la cultura al final lo es todo”.
Escritores (I): A favor de Joan Didion: “La escritora Joan Didion era una heroína a pesar de que, o precisamente porque , apoyaba al republicano Goldwater, adoraba a John Wayne, creía que Jim Morrison era sexy porque era un chico malo, odiaba la cultura hippie, odiaba a los Beats, odiaba el feminismo de los setenta, en su literatura idealizaba a los hombres fuertes, despreciaba a J. D. Salinger y a Woody Allen cuando ambos estaban en la cúspide de su popularidad, y era la esnob y la antiesnob por excelencia”.
Escritores (II): En contra de David Foster Wallace: “Yo no tenía ningún problema personal con David ni nunca le tuve envidia; los tuits [sobre el escritor y su fama] consistían más bien en una diatriba contra sus fans que había obviado los aspectos negativos y desagradables de la vida de Wallace y fingían deliberadamente que el a veces imbécil cruel que habíamos conocido jamás había existido”.
(Acotación: Wallace había definido Amerycan Psycho como “nihilismo de los almacenes Neiman-Marcus”, como bien recuerda, y por tanto no olvida, el propio Ellis en el libro antes de decir que no pudo terminar La Broma Infinita a pesar de intentarlo dos veces).
Tras el 11-S en el final del Imperio: “Parecía que la cultura ya no pertenecía a los titanes, sino a cualquier que fuera capaz de captar su atención con un mínimo de inmediatez y potencia” (…) “Donald Trump es un presidente postimperial, mientras que la reacción de los medios tradicionales ante Trump no puede parecer más reaccionaria y pertenece a la época del Imperio en pleno apogeo”.
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