¿Puede un algoritmo conocerte a la perfección para saber lo que te gusta y lo que necesitas y dártelo? No, ni en sueños (si es que un algoritmo sueña). Pero esto es inteligencia artificial y lo que hace el algoritmo es establecer un perfil y forzarte a que lo cumplas. Tú eres lo que el algoritmo establece y no lo que realmente eres. Pero de todos modos, ¿qué eres realmente?
Esta pregunta se plantea en la novela satírica Qualityland, de Marc-Uwe Kling, que acaba de publicarse en España (Tusquets Editores, traducción del alemán por Carlos Andreu) y va a ser pasto de serie televisiva de la mano de HBO. El título de la novela es el nombre de un país y la novela de este autor residente en Berlín incluye hasta una guía de viaje para explicar cómo funciona y la tensión entre humanos y máquinas, entre la inteligencia artificial y la inteligencia, si se puede llamar así, humana.
Y entre ellas se establece una guerra de identidades y conciencias. Los humanos van perdiendo esta conciencia mientras las máquinas, en contra de cualquier previsión, la van ganando. Las máquinas van modelando la identidad humana, que se adapta a ellas en un fenómeno tan apegado a la tecnología considerando ésta como una serie de inventos que comenzó con la rueda. Y las máquinas dependen de una serie de empresas que son auténticos monopolios tecnológicos que te ofrecen lo que quieres tanto si lo deseas como si no sabes aún que lo deseas.
En Qualityland se ha borrado esa antigualla medieval que suponen los apellidos, que pasan a ser ahora el empleo de la madre o el padre, según nazca niño o niña, en el instante de la concepción. Así el protagonista se llama Peter Sinempleo. Los viejos atavismos funcionan. Las máquinas dominan bajo el mandato de una élite humana, las novelas son escritas por robots que saben exactamente qué es lo que quiere su público; cada persona sólo tiene acceso a noticias que son de su agrado y desconoce el resto; los algoritmos, en fin, generan la identidad de cada cual, el perfil, sin que se puede modificar.
Marc-Uwe Kling
Muchas de estas cuestiones son perfectamente reconocibles en la sociedad actual. Eso es de lo que una distopía trata, de proyectar en el futuro las incertidumbres del presente, de modo que haya un aroma muy familiar en clásicos del género como 1984, Un mundo Feliz, Nosotros o Farenheit 451 y también lo hay en Qualityland, incluyendo el tema central del individuo que se rebela. La diferencia con estos casos es el tono de sátira que Kling utiliza y los medios empleados para ello que van desde una narrativa cercana en ocasiones al cómics, sobre todo las apariciones de una pandilla friki de máquinas, hasta el uso de noticias y los comentarios absurdos e insultantes de los usuarios (esto es exactamente igual que ahora) o el empleo de lenguaje y formas propios de las nuevas tecnologías. Ya se advierte desde el principio de que el libro es la versión 1.6.
Hay algo de Years and Years en la novela, aunque lo que en la serie es dramatismo cotidiano en Qualityland es humor a veces fino y a veces de brocha gorda. También se le quiere emparentar con Black Mirror, sobre todo con el tragicómico episodio de los niveles que separan a los humanos y que pueden ser modificados para subir en la escala social o bajar. Son, sin duda, referencias nobles dentro del mundo de las TV series, que le vienen muy bien a HBO si finalmente la lanza al streaming.
De momento, Qualityland es un libro de ritmo vertiginoso y prolijo en hilarantes explicaciones sobre el tipo de sociedad en el que se desarrolla, intercalando críticas de mayor calado a la sociedad que la tecnología permite crear. Hay una máquina que quiere ser presidente del país, hay una ardorosa defensa del consumo incluso contra los consumidores; hay un enemigo externo (Quantityland); hay unos herederos de los luditas (aquellos tipos que destrozaban máquinas durante la Revolución Industrial); hay una plaza que se llama Steve Jobs. Hay, en fin, un consolador con forma de delfín.
La novela pone de relieve el fracaso de la perfección, que es algo que gusta mucho a los humanos, crear mundos perfectos para desatar infiernos. Si alquien piensa que el algoritmo no vencerá, que mire la publicidad que le planta Google para viajar o comprar ropa interior o se pregunte si el ‘Descubrimiento Semanal’ de Spotify responden a sus gustos musicales o a los que el algoritmo del gigante tecnológico-musical cree que lo son, lo que, en Qualityland, viene a ser lo mismo. ¿Y aquí?
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