Alrededor de 10.000 almas recuperaron parte de su forma original ayer en Madrid, devolviendo al caos un poco de armonía (aunque todas plenamente conscientes de que sería transitoria). Unos 10.000 cuerpos sólidos, volubles, acalorados moldearon su contenido y su forma en una noche de pleno verano madrileño. Unas 10.000 heridas recibieron puntos de sutura gracias a ese antídoto único y compacto que es la música de Portishead, capaz de amainar a las más salvajes de las fieras con sus dosis adecuadas para reactivar las mentes depresivas y amainar la ansiedad.
La banda de Bristol por fin se ha decidido a visitar Madrid después de más de 20 años de trayectoria, un regalo muy esperado por sus seguidores españoles, que ya han tenido oportunidad de disfrutarlos en festivales como el Primavera Sound en 2008, en el FIB en 2011, en el Poble Espanyol en 2011 con las míticas “Dos noches con Portishead” y en Low Cost, el año pasado, pero nunca en la capital del Reino. La fidelidad del público de Portishead es clara, más de 10.000 personas, de todos los puntos del país, acudieron anoche al Palacio de Deportes de Madrid, lugar que en un principio causó extrañeza por la existencia de otros recintos abiertos más apropiados para este tipo de conciertos en verano, pero que luego se agradeció por su capacidad para reproducir una y otra vez la resonancia de las notas que salieron de aquel escenario tenebroso hasta rebotar infinidad de veces en el pecho.
Custodiada por seis ángeles de la electrónica, la figura escuálida y cabizbaja de Beth Gibbons se dejaba acariciar con una potente voz que hizo llorar a más de uno con temas como Roads o Magic Doors. En otros momentos, fueron los sonidos de ametralladoras de canciones como Machine Gun los que taladraron (aún más) los corazones rotos y evocaron noches de soledad o de sexo compartido. Y en otros, una mezcla perfecta de enigmática electrónica y efectos visuales con The Rip los que hicieron evadirse a un público ansioso de vivir la sobriedad y singularidad del directo de esta banda.
Clásicos del colectivo imaginario de varias generaciones como Glory Box o Sour Times sonaron ayer en el Palacio de Deportes de Madrid, abarrotado en sus gradas y en su foro, por treintañeros en grupo, jóvenes solitarios, contemporáneos de Beth Gibbons o Geoff Barrow, parejas que empiezan o gente que recorrió kilómetros para asistir a un concierto en el que se miraba mal a los que se pasan la noche recorriendo el recinto entre el público para encontrar a su grupo, en el que hasta los flashes de las cámaras importunan. El concierto de anoche fue uno de esos para escuchar, para rezar al unísono con esa religión llamada música, para ofrecer un espacio común a las singularidades con Portishead: uno de los mejores métodos para escapar de este mundo.
httpv://www.youtube.com/watch?v=XozZiATXbTk&feature=youtu.be
httpv://www.youtube.com/watch?v=BD-mngxwCAs&feature=youtu.be
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