Al igual que la flor de loto nace, crece y sobrevive entre el lodo; la ternura, el amor pueden aparecer en las circunstancias más difíciles como ese rayito de sol que, a pesar de la opacidad de la persiana, se termina colando en la cama a primera hora de la mañana o ese pequeño riachuelo que consigue penetrar la tierra llegando a la raíz del árbol a pesar de sus infinitas capas. Y esto es lo que ocurre en la obra de teatro Próximo, que cuando sus personajes están al borde del abismo, la esperanza se desvanece, las oportunidades parecen no existir, las fuerzas flaquean y las adversidades ya parecen insostenibles, en mitad del caos y la desesperación, se produce algo mágico, inesperado, imprevisible y nace algo especial, único e irrepetible entre dos personas absolutamente opuestas, procedentes de mundos completamente distintos, separadas por miles de kilómetros, pero que, sin embargo, las hace quedar unidas para siempre.
Elián es un chico español que vive en Madrid, es hijo de un conocido político y trabaja de actor en una famosa serie. Pablo es argentino, aunque intenta buscarse la vida en Australia, donde es cocinero, asistente en una lavandería o Bart Simpson para hacer reír a los niños. Este es el contexto en el que se forja una tierna relación sostenida mediante móviles y portátiles, y cuyo único lugar de encuentro es la pantalla de Skype. Todo aderezado con una pertinente banda sonora, entre la que se encuentra la dramática Los pescadores de perlas de Bizet, capaz de emocionar a espectadores e, incluso, acomodadores de la sala.
El talento de su autor y director, Claudio Tolcachir, es encomiable y no solo por la creación de una historia tan bella sino por su habilidad para contarla con tanta ternura, a pesar de su dureza en un ejercicio de dramaturgia ejemplar. A lo largo de los 70 minutos de duración de la pieza, sus dos personajes no se miran a los ojos ni una sola vez. A pesar de compartir espacios, cruzarse, a veces, incluso, casi rozarse, jamás consiguen tocarse, olerse, tenerse frente a frente o sostener una mirada lo que incrementa aún más la distancia física que los separa realmente a través de metafóricas coreografías que consiguen plasmar un verdadero juego de casualidades, encuentros y desencuentros vitales.
El lenguaje natural y la organicidad de sus actores, Lautaro Perotti y Santi Marín, hacen que no sea difícil sumergirse en esta conmovedora historia desde el minuto uno. La honestidad de su texto y la sencillez con la que sus personajes se van desnudando hacen que tampoco decaiga en ningún momento. Eso sí, es una pieza que requiere de la colaboración del espectador, hay que estar atento para no perderse en el laberinto de sutiles matices que componen su narración.
Una oda a la fe, la ilusión, los vínculos y, sí, al amor en los tiempos difíciles, la lejanía y a pesar de los contextos y los pretextos.
Puedes verla en el Teatro de la Abadía de Madrid hasta el 22 de diciembre.
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