Inma Bernils es una persona viva, sus ojos la delatan, su sonrisa y sus ganas de probar, también. Tras una larga estancia en Barcelona, se ha visto obligada a volver a su tierra natal, Málaga, una ciudad que muchos piensan que esta muerta, pero Inma es una de esas personas que hacen que esto no sea más que una falacia de modernos que no tienen capacidad para apreciar lo local. Sus padres tienen una tienda de muebles en calle Carretería y un espacio vacío donde guardan la mercancía en calle Don Rodrigo (s/n), un lugar escondido en los entresijos del barrio de La Goleta, más allá de la sala Spectra, un territorio desconocido para los que en ella acaban sus noches. Y hasta allí nos llevó Inma la noche de Todos los Santos, apartados del bullicio de los adolescentes que esa noche recorrían el centro con sus disfraces de terror absurdos. El título de la convocatoria era, cuanto menos, inquietante: “El cuarto oscuro (poesía íntima) en el Espacio Vacío: Experimenta”, anunciaban en Facebook. La dirección del lugar, difícil de encontrar, sus vecinos ni siquiera saben de su existencia, pero entre paseo arriba, paseo abajo de la silenciosa calle, encontré un portón gris abierto del que salía ese olor bohemio que esperaba encontrar y en el que solo se apreciaba la más absoluta oscuridad y el destello de luz de algunas velas. Dentro, varios grupos de personas sentadas en el suelo, en sofás construidos con palés y una cuantas figuras vestidas de negro rodeadas de un atractivo halo. Estaban colocadas estratégicamente en el espacio, separadas del resto. Tras unos minutos para que el público se sirviese algo de beber, Inma explicó que eran los susurrantes, un grupo de “amigos raros y amigos de amigos raros”, que fueron convocados por ella misma en aquel lugar para estrenarlo y rendir tributo a la poesía de una manera muy íntima en un día especial.
Allí estaban el veterano Paco Cumpián, leyendo a la luz de las velas retazos de la recopilación de su obra “La esquina dorada”, la enigmática Violeta Niebla para susurrarte al oído el sonido del mar o el sugerente Ángelo Nestore que, de cara a una pared sentado en una butaca, convertía en imágenes las onomatopeyas del cacófono poema de María Eloy-García “Viñeta autobiográfica”. Otros, como José Andrés López, te daban la oportunidad de, tirados en el suelo, escuchar en primicia su primer texto y conocer lo que se pesa con solo huesos y melancolía y otras, como la actriz Alessandra, eligieron a otros grandes, como Angélica Liddell y su “El centro del mundo” para hacerte reflexionar sobre lo evidente en aquella noche de muertos. También era posible descubrir cuándo “El poema es inútil” con los textos de Vicente Ortiz y conocer cómo es el hombre cavernícola actual con Jacinto Pariente.
Es curiosa y extraña, placentera e inquietante al mismo tiempo, la sensación que se tiene cuando un desconocido susurra con un hilo de voz dulce palabras bonitas a tu oído y un escalofrío recorre a 100 por hora tu costado desde el tímpano derecho hasta más allá de la ingle, como si de un latigazo de placer se tratara. Y esto ocurrió la noche del viernes en ese Espacio Vacío, que estoy segura que pronto se llenará con muchas otras cosas. Una forma de recitar poesía diferente, una alternativa original, en la que el público era el que decidía qué susurrante sería el encargado de recitarle. Poesía a la carta, en la intimidad y en diferentes formatos: sentados en el suelo, en una butaca mirando a la pared, en un taburete, en un palé, tumbados en el suelo…. Eso sí, en todos los casos, en la oscuridad, a la luz de las velas.
Personas variopintas reunidas en un lugar vacío, aquella noche lleno de talento, que ofrecieron (a los que supieron encontrarlo) una noche de Halloween muy especial. Muy recomendable la iniciativa de Inma y su grupo de “amigos raros”.
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