¡Estetas del mundo, uníos! Los maravillosos esnobs que pueblan el universo literario y artístico se dan un festín en el último número (el 268) de la revista Litoral de poesía arte y pensamiento, editado bajo el título Moda. El arte de lo efímero. Las mil formas de vestirse y, por tanto, también de desvestirse, pueblan las casi 300 páginas de este volumen a modo de exquisito photocall, en el que cabe de todo, la alta costura, el pret-a-porter, la elegancia y cada uno de los elementos que pueblan nuestro cuerpo. Cabe la denostada peletería y la adorada lencería; caben modelos, sastres y maniquíes; los estrambóticos diseños de las pasarelas y la ropa de calle; las prendas para hacerse ver y las que se usan para ocultarse; hay botones y cremalleras; faldas y pantalones; corbatas y collares.
Portada del último número de la Revista Litoral. Lorenzo Saval.
A todo esto le han cantado los poetas, pues, como dijo Coco Chanel, y recoge el director de Litoral, Lorenzo Saval, en el editorial: “La moda no existe solamente en la ropa. La moda está en el aire, la trae el viento, se la presiente, se la respira, está en el cielo y en las calles, nace de las ideas, de las costumbres, de las noticias”.
Litoral se convierte así en, utilizando la expresión del poeta Rafael Pérez Estrada, un “taller de alta cultura” y no es de extrañar por tanto que inicie su recorrido de mano de los grandes diseñadores, aquellos que hicieron una moda a la altura de los sueños, de quienes podían permitirse el lujo de vestirla y de los que no. Abrieron el debate de la elegancia, aunque las conclusiones fueran a veces tajantes. “La moda siempre tiene razón”, dijo Christian Dior. Pero esa razón tenía muchos matices, que para Jean Patou pasaban por “crear suprimiendo”, mientras para Elsa Schiaparelli implicaba extravagancia siempre que los tiempos fueran difíciles. Hubo quien decretó el fin de la alta costura, como Pierre Cardin, para quien la moda está “en la chica de la calle y lo que lleva puesto”. Y hubo también quien la desligó del arte para darle otros fines más radicales: “La moda es una expresión revolucionaria”, clamó Jean Paul Gaultier.
Dibujo de Jesús del Pozo
Y mientras los diseñadores hacían de las suyas, los poetas del siglo XX se dejaban llevar por las modelos, las mujeres y lo que representaban, pues la moda parecía girar solo en torno a ellas. Francisco Umbral les dedicaba un fragmento de La noche en que llegué al café Gijón, donde las modelos dejaban “una nube de olor y gracia” con sus “cuerpos tan líricos” y sus “almas tan ojivales”. Mientras, ellos se limitaban a mostrarse ricos y elegantes, pues, como decía Julio Camba, “un gentleman es un hombre bien vestido y que no tiene deudas”.
Y no con menos vida parecen estar esos enigmáticos seres llamados maniquíes, vestidos inmóviles y enigmáticos tras los cristales de los comercios. “Cada vez que alguien se detiene junto al escaparate, los maniquíes ponen la mirada en blanco y contienen la respiración”, escribió Manuel Moyano.
Pero la moda no sólo se producía en los grandes talleres. También había labores de costura en cada casa, adonde se enviaba a las mujeres desde niñas, colocándoles hilo y aguja entre los dedos y alejándolas del mundo. A estas labores dedica la revista un capítulo con fragmentos de textos y poemas la mayoría de ellos firmados por hombres que ensalzan esta labor, de modo que quizá habría que quedarse con las palabras de Cristina Peri Rossi, que habló del “sometimiento a una tarea tan minuciosa como obsesiva” y el “aprendizaje de la sumisión y el silencio”. Son las cosas del tejer, que comenzaron cuando Penélope lo usara como ardid para engañar a los pretendientes a la espera del atribulado Ulises.
Y en este punto, Litoral procede a fisgonear con elegancia en el guardarropa y sacar todo el arsenal de prendas que hay en él. Juega a confundir a las personas con sus prendas y a dotar a estas de humanidad. “Esa falda, clara, suave, descomunal, fue mi asesina”, cantó Mónica Cazón. “Cada día te saludo con reverencia y luego me abrazas y te olvido”, habló Neruda a su traje.
Las ropas pueblan las descripciones de los personajes y con ellas se introduce en ocasiones toda la historia. Se sabe de qué clase social son, en qué país viven, si son alegres o no, si se esmeran o se dejan llevar. Los escritores adoran las ropas porque son la puerta de sus creaciones. “Vestía un traje muy rico, todo blanco, de raso, encajes y sedas”, inicia Dickens uno de los capítulos de Grandes Esperanzas.
A veces se dan instrucciones de uso, como Bret Easton Ellis sobre el chaleco en American Psycho. Otras, se recuerda que también la belleza de los vestidos es banal y al verlos relucientes no puede “dejar de pensar en que no permanecerán así mucho tiempo, sino que se arrugarán, perderán su lisura”; nadie como Kafka en el papel de genial aguafiestas.
“La moda pasa de moda. La desnudez sigue intacta como al principio del mundo”; una de José Emilio Pacheco para recordar de dónde venimos. Y tal vez tenga razón, pero quizá haya que añadir que el mundo avanza y la moda se ha constituido, en opinión de Paco Rabanne, en “la última piel de la civilización”.
Portada del disco Sticky Fingers (1971), de The Rolling Stones, obra de Andy Warhol.
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