Óscar Martínez (Buenos Aires, 1949) es uno de los grandes del cine argentino. De una inmensa trayectoria, su popularidad en España creció con sus interpretaciones en Relatos salvajes (2014) y El ciudadano ilustre (2016). Ahora ha estrenado en el Festival de Málaga Yo, mi mujer y mi mujer muerta, dirigida por Santi Amodeo, otra muestra de su maestría ante las cámaras que le ha servido para obtener la Biznaga de Plata al mejor actor en el certamen de la Costa del Sol. Interpreta a Bernardo, un arquitecto argentino que queda viudo y viaja a España para descubrir que su mujer no era como él creía, una peripecia vital en el que le acompañan dos buscavidas en el universo de Marbella (interpretados por Ingrid García-Jonsson y Carlos Areces). Dentro de la incansable labor promocional en el Festival se sienta para esta entrevista junto a Santi Amodeo, mientras éste habla sobre el debate que sacude al mundo del cine, las plataformas de internet. Óscar Martínez también se moja.
¿Qué le parecen a usted los nuevos formatos del cine?
Yo privilegio el cine como formato. Primero, porque la calidad es mejor; segundo, porque en un cine no hay interferencias, destinas ese segmento de tiempo para vivir la experiencia y no es interrumpido como en la casa. Y tercero, porque es comunitario, no es lo mismo, vas al cine con gente que no conoces, pero vives una experiencia colectiva. Cuando esta película se estrenó en el Festival con la sala llena, riendo, emocionándose y después, el aplauso, uno tiene una vivencia muy diferente. Pero lo que tiene de bueno es que estas plataformas necesitan contenido permanentemente y también están financiando y produciendo constantemente. Yo tengo propuestas de estas plataformas, son productoras muy poderosas que encuentran su camino en las plataformas, así que bienvenidas sean. Por otra parte, son algo que no se puede parar, así que mejor amigarse con ellas. Pero a mí, por la edad, me gusta ver el cine en el cine, al que las otras pantallas nunca igualan.
¿Qué quiere conseguir su personaje a lo largo de la cinta Yo, mi mujer y mi mujer muerta?
Mi personaje está muy necesitado. Vive una serie de sucesos desde que llega con las cenizas de su mujer a España. Con su cuñada, que lo trata de forma muy descortés y empieza a enterarse de cosas que le hacen replantear todo su pasado. Luego aparecen otros personajes que le ayudan. Me gusta que, sin estar forzado ni subrayado, se crea un lazo humano afectivo entre ellos tres. Bernardo nunca ha estado más solo en su vida, porque ya no está su esposa y porque ella no es lo que él creía, porque no puede contar a su hija la experiencia que está viviendo. Uno puede imaginar que con las personas circunstanciales que encuentra a lo largo de la película se genera un vínculo y eso humaniza toda la historia.
Al final de la película, parece que queda un mensaje de que la buena gente ayuda al que considera también buena gente. ¿Es así?
El personaje de Ingrid lo dice en un momento, que al final le da pena Bernardo porque parece un buen hombre y eso que el encuentro inicial de los dos personajes es bastante rígido, él la trata a ella de un modo descortés y agresivo y ella responde a ese recibimiento. Pero cuando empieza la travesía y los otros dos le acompañan, ella se va compadeciendo. Me gustan mucho los matices y vuelven real la historia.
Este papel y otros con los que es popular en España (El ciudadano ilustre o Relatos salvajes) presentan a un tipo de persona bien situada, pero al mismo tiempo cabreada con el mundo y escéptica. ¿Se siente cómodo en este tipo de personajes?
Yo entiendo que son diferentes. Mantovani, de El ciudadano ilustre, es un personaje que está en otra frecuencia y universo intelectual al de Bernardo, que me parece un hombre más simple. Y el de Relatos es un empresario acaudalado, pero sin la complejidad de El ciudadano ilustre. Vive una situación muy extrema, pero con otros ribetes distintos al de Bernardo. Yo hice cuatro películas el año pasado y son todos distintos. Pero los protagonistas, cuando son absorbentes para tener la estatura de ese grado de protagonismo tienen que atravesar una situación muy extrema, que los cambie. En el teatro pasa lo mismo. Tienen una réplica porque si no, no sostienen toda la obra sobre los hombros. Pero yo siento que son personajes distintos y, es más, me he preocupado en lo posible por diferenciarlos. No me gusta hacer un tipo de carácter y estar en el mismo registro. Me divierte ir cambiando
¿La relación del cine entre España y Argentina es tan productiva como se dice o hay un poco de leyenda?
Probablemente hay un anhelo superior a la realidad, pero es cierto que hay mucha coproducción. En el Festival ha habido un homenaje al Instituto de Cine Argentino en el que se habló de la cantidad de películas coproducidas a lo largo de la historia y la cifra va en aumento. Eso es bueno y pasa, no solo por la voluntad aquí y allí, sino por la necesidad, porque es muy difícil financiar el cine en todo el mundo y pasa por la necesidad de cooperación mutua. Tenemos un mercado común de casi 600 millones de personas y es una pena que no lo aprovechemos. Por ejemplo, con El ciudadano ilustre gané dos premios que para mí debían ser uno solo, que es el Platino y el Fénix, que son exactamente iguales, premian el cine Iberoamericano, Y yo me preguntó: ¿por qué no hacemos un óscar iberoamericano, un gran premio con toda la energía esté puesta en ese evento? Si aunamos esfuerzos podríamos hacer algo todavía más grande que el óscar. ¿Por qué hay dos premios que compiten entre sí? ¿Qué sentido tiene esto? Pero bueno también tiene que ver con nuestra identidad cultural. Así ha sido nuestra historia, Ojalá en esta época de globalización se limen esas diferencias y se pueda hacer una Academia Iberoamericana que premie, estimule y fomente el cine hablado en español, porque tendríamos una fuerza más grande.
¿Por qué cree que en España son tan queridos los actores argentinos?
(“Porque son muy buenos”, tercia el director Santi Amodeo, presente en la entrevista)
Bueno, yo no voy a decir eso (risas). Es cierto que, en general, el actor argentino está bien considerado mundialmente. La primera vez que experimenté eso fue en el Festival de Berlín hace 35 años. Fuimos a la conferencia de prensa, eran los primeros tiempos del Raúl Alfonsín [presidente argentino cuya elección puso fin en 1983 a la dictadura militar], que era Mandela en Europa; había centenares de periodistas y todos cuando tomaban la palabra hablaban del intérprete argentino muy afectuosamente. Pero también en Argentina ha habido artistas españoles muy queridos, gente que allí son muy populares. Mi amigo José Sacristán es una estrella, Fernán Gómez, Imanol Arias, Charo López… la lista de actores y directores españoles que en Argentina han tenido las puertas abiertas es muy larga. Yo soy amigo de Pepe y caminando aquí por la calle el trato es bueno, pero en Argentina Pepe no puede caminar, no le cobran en los restaurantes, desde las películas con Garci se convirtió en entrañable y lo tratan con un afecto que no nos profesan a nosotros. Es curioso eso y que aquí es a la inversa. Yo dirigí a Pepe y a Héctor Alterio en teatro con una obra que se llamaba Dos menos, que la hicimos un año en Buenos Aires y luego la hicieron ellos aquí año y medio. A Alterio le costó mucho el desarraigo cuando se tuvo que quedar, que fue cuando la primera película argentina que compitió por el Óscar a la mejor película extranjera, La tregua. Él vino al festival de San Sebastián y le dijeron mejor no vuelvas, quédate aquí y él sufrió enormemente. Se convirtió en un español y cuando yo lo dirigí allí, él extrañaba a sus nietos, al Real Madrid y la comida, mientras Pepe estaba exultante y feliz sintiéndose más argentino que yo. Cuando vinimos aquí era al revés. Yo vengo a trabajar aquí y estoy con un humor mejor que Buenos Aires, me siento bien tratado y privilegiado por tener aprecio y valoración en España. Es un fenómeno extraño.
Fotograma de la película «Yo, mi mujer y mi mujer muerta»
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