Siempre es de agradecer e, incluso, susceptible de un buen paladeo, escuchar la música de Joaquín Sabina en directo. Cada uno tiene su historia personal y una relación peculiar con el sonido y ruido sabinero, en mi caso, todo comienza – o al menos mis recuerdos quieren recordármelo así – cuando mi progenitor percutía insistentemente poniendo casettes del de Baeza en su antiguo Renault 9.
De ese coche, recuerdo tres discos de Sabina – Física y Química, Esta boca es mía, y Yo, mi, me, contigo – y el olor del interior del automóvil, una mezcla dulzona y etérea del típico olor que tenían esas cajas robustas con ruedas de la próspera década de los noventa – el olor del falso bienestar he tenido a bien de conceptuar-, muy difícil de describir, pero aún así, instalados en la memoria como tantas otras cosas inútiles e innecesarias.
Por no desviarnos con los recuerdos parciales de la infancia de uno les contaré someramente qué son Las Noches Sabineras: no son más que un recital desordenado ordenado del repertorio de Sabina a cargo de los músicos que lo han acompañado toda la vida, Pancho Varona, Antonio García de Diego – no se entendería a Sabina sin estos dos y mucho menos a estos dos sin Sabina – y Mara Barros, la voz femenina que desde hace un tiempo acompaña al jienense en sustitución del Olga Román.
No hace falta hacer una descripción exhaustiva, ya se pueden imaginar que no es necesario. El concierto se podría considerar de esa clase de recitales íntimos o en clave íntima, y así lo afirmó Pancho Varona entre canción y canción, a lo que añadió que disculpaba – no sin cierta ironía – por la ausencia de Joaquín en el escenario, a lo que agregó “él se lo perdía”.
El concierto comenzó para mí – la puntualidad no es un rasgo que me caracteriza – con Yo quiero ser una chica Almodóvar – Física y Química -, que a mi entender actuome como el lubricante que te quita el frío del cuerpo, engrasa tus músculos y te predispone a disfrutar de cerca de dos horas de la canallesca barroca sabinera. Más tarde, otros lubricantes sociales, hacen su efecto y ya las ganas hacia la disolución del ser, son todas.
Me volví a enganchar con Ruido – Esta boca es mía -, ya que me perdí en algún momento del concierto. La audiencia, no más de doscientas personas, contribuyó con palmas al ritmo de los Varona y compañía. Hubo más de un “Oooooo” cuando empezó a sonar A la orilla de la chimenea – Física y Química -, entre otros “Oooo” motivados por otras circunstancias, difícil discernir las causas que motivan los «Ooooo» a veces.
Como aspecto destacable de la Noche Sabinera a la que yo asistí en la Sala Planta Baja de Granada – supongo que será una parte más del espectáculo – hay que puntualizar que algo que la hace divertida y lúdica es que entre público, unos cuantos osados se suben al escenario para cantar con el propósito de obtener como premio un bombín, esa prenda tan característica que usa el jienense. Solos o en grupo subieron al pequeño escenario, integrantes del público para homenajear-destrozar algunas canciones de Sabina, pero en conclusión, lo importante es participar en este tipo de cosas.
Hablando del público, no es baladí apuntar que era heterogéneo, detrás de mí, un grupo de chicas jóvenes en la veintena se desgañitaban con el apoyo seguramente de algunas sustancias cualquiera, delante de mí una pareja madura de americana con coderas, a mi izquierda dos hombres maduros que tuvieron problemas para enviarles a sus respectivas – eso imagino yo – notas de audio de Whatsapp y a mi derecha un Sansón que le explicaba a su Dalila anécdotas sobre cada canción, haciendo evidente su saber enciclopédico en torno a Sabina. No sabemos si yació o consumó Sansón. Rodeado de esa gente uno disfruta más estos recitales, ¡Qué labor intergeneracional hace Sabina que no se valora!
Y poco más que aportar del concierto, porque el resto se me desfigura en la memoria, excepto que se recomienda asistir a este formato de recital si a uno le gusta Sabina y pasan por su ciudad Pancho, Antonio y Mara – todo sea dicho, porque al que no le guste…que no se deje engañar -. Un aliciente que puede motivar a asistir al evento puede ser el precio, no excesivo y mucho menos prohibitivo que el de los conciertos de Joaquín, porque baratos, precisamente lo que se dice baratos, no lo fueren.
Por otro lado, cabe destacar el buen rollo general que reinaba en la sala – no podemos asegurar que sólo fuera por la música -, y señalaré una obviedad: se nota cuando un músico tiene tablas y horas de batalla.
Evidentemente, al final hubo muchos “¡otra!”, pero la hora molestaba a los vecinos y hubo tanto ruido que al final llegó el final.
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