El actor Miguel Rellán espera en la cafetería del hotel AC de Málaga. La noche anterior había recogido emocionado el premio Biznaga Ciudad del Paraíso de esta vigésimo quinta edición del Festival de Málaga. El galardón celebra su larga trayectoria y se lo entregó su amigo David Serrano. Rellán no echa la vista atrás, según cuenta, así que se sorprendió al rememorar en la ceremonia la cantidad de proyectos en los que ha trabajado y trabaja. El último, recién estrenado, donde comparte pantalla con Luis Tosar, lleva por título Código emperador, un thriller en el que lo vemos en un perfil actoral desacostumbrado, oscuro, como el té que toma a esta hora de la mañana: pasan unos minutos de las doce. Es fácil hablar con Rellán. Se transparenta en él una estirpe de hombre bueno. Con su cara de fantasma enamorado y su exceso de modestia destila sapiencia, cercanía y generosidad. Vivió en Marruecos hasta los veintiún años, aunque no alcanza a ser bilingüe. “A mí me gustaría ser polínglota (sic), maestro”, me dice con mucha gracia, como si fuéramos toreros. Le propongo que intentemos no hablar de cine y que dejemos a un lado la actualidad. Acepta encantado.
Dime algo que te gustaría saber y no sabes.
Soy aprendiz de todo y maestro de nada. Tengo una curiosidad infinita y cada vez que meto las narices en un asunto me doy cuenta de todo lo que ignoro, aunque sea un topicazo. De música, por ejemplo, el arte por excelencia ya que la entiende todo el mundo. Yo creo que no hay nadie a quien no le guste la música; pero también de Historia, de Literatura… de las artes en general.
Dime ahora algo que te gustaría olvidar.
Alguna cosa de mi mísera biografía. A mí me hace gracia cuando a alguien le preguntan si se arrepiente de algo y responde que no. Pues yo me arrepiento de muchas cosas. He metido la pata hasta el corvejón. Lo que pasa es que también he aprendido a perdonarme, aunque tampoco he asesinado a nadie, eh. Y muchas veces también ocurre que algo que has hecho te martiriza y cuando tienes la oportunidad de hablarlo con aquellos a quienes creíste dañar, ellos ya ni se acuerdan.
¿Qué estás leyendo?
Siempre leo varias cosas a la vez. Ahora a Julián Ayesta, Helena o el mar del verano, una visión nostálgica de su niñez, pero escrita de tal manera que te reconoces en ella. También releo a Flaubert, por una conferencia que tuve que impartir en la Juan March. Y el Diccionario de las artes de Félix de Azúa.
El arte…
Yo creo que en arte ya está todo hecho, que ya no hay, por ejemplo, pintores universales, quizá desde Pollock. Ahora solo hay pintores locales o instalaciones de esas con una cabra disecada.
¿Y en música?
Todos los sonidos están ya investigados. Y en eso que llamamos pop hubo cuatro muchachos de Liverpool que en diez años lo hicieron todo.
Literatura.
Hace unos días lo hablaba con amigos editores y me decían que ya no habrá nunca una obra maestra, otra Madame Bovary, un Quijote, un Ulises, Cien años de soledad… Homero en la Odisea lo contó todo y luego Shakespeare lo remató. ¿En qué se diferencia la guerra de Ucrania de la guerra de Troya?
Ya estamos hablando de actualidad…
Disculpa. ¿Tú a qué te dedicas?
Desgraciadamente, soy profesor.
Pero, pedazo de insensato, ¿hay algo más grande en este mundo que enseñar a otro?
Sí, aprender de otro.
Pero para eso hacen falta profesores. Mira, hay tres problemas en este país, por orden alfabético: educación, educación y educación. Cuando se pregunta a los españoles por los problemas que los acucian nunca citan la educación, nunca.
¿No has incurrido en la paternidad?
¡Dios me libre! Pero si no sé qué hacer con mi vida. Además, somos muchos. No hay camas para tanta gente.
¿De veras son esas las razones?
Bueno, en realidad y en primer lugar me ha dado miedo porque yo he tenido una estabilidad económica muy tardía y no creo que se pueda traer a nadie a este mundo para que lo pase mal.
¿A qué te habrías dedicado de no ser actor?
Hubiera sido maestro, médico o músico. Aunque soy ateo sé que digo cosas que parecen franciscanas, allá voy: no se conoce a nadie que se dedique a los demás que no sea absolutamente feliz. ¿Cómo te quedas?
También hay en ello una forma de egoísmo.
¡Maravilloso egoísmo! Ojalá todos los egoísmos fueran así. Por ejemplo, esos taxistas madrileños que se han ido ahora por su cuenta y riesgo a la frontera con Ucrania para traer refugiados. ¿Por qué no abren los telediarios con ellos?
¿Hay algún periodista en España del que te fías a ciegas?
Sí, yo creo que hay que confiar. Confío en Iñaki Gabilondo, por ejemplo. Hace unos días lo vi en el Ateneo y sigue lúcido, sensato, crítico, autocrítico, sin decir estupideces. Ahora la gente suelta la primera estupidez que se le ocurre, sin filtros.
¿Dirías que eso está relacionado con las redes sociales, como si el mundo creyera que vivimos dentro de la red? ¿Tú participas de las redes?Podría ser. Yo solo las uso para intercambiar información con amigos y conocidos sobre teatro, cine, música, literatura…
¿Quién es la persona con la que más te ríes?
Me río con mucha gente. He coincidido por otro premio en Cáceres con Javi Cámara y es de un ocurrente fantástico, muy gracioso. O Luz Sánchez-Mellado, por su capacidad de ironía. Y me divertía mucho con Fernando Fernán Gómez, por esa capacidad de trasladar el punto de vista a un lugar insólito (lo imita): “Yo no sé por qué dicen que esta película no ha gustado si no ha venido nadie a verla”. Tenía una imaginación y una inteligencia enormes. Y Alfredo Landa en otro sentido o Fernando Méndez-Leite, a pesar de su pinta de hombre serio.
Fernando fue importante en los inicios de tu carrera…
Sí, verás, recuerdo la primera vez que lo vi, en la calle Almirante, él me paró y se presentó: “Soy Fernando Méndez-Leite, crítico de teatro en Fotogramas y en Televisión Española, y me he dado cuenta de que te he obviado en mi última crítica. No me había percatado de que trabajabas en la función hasta que he visto, revisando, que hacías once personajes y no te identificaba con cada uno de ellos: ¡qué buen actor eres! ¿Me das tu teléfono? (En ese momento suena su teléfono, lo mira) Es Lola Pons, una lingüista extraordinaria…
¿Lees en otras lenguas?
No tan bien como me gustaría. Solo en francés. A los grandes autores (y a los pequeños) hay que leerlos en su idioma, son imposibles de traducir. Hace poco he dirigido en el Ateneo a un elenco estupendo en una lectura dramatizada de Farsa y licencia de la reina castiza de Valle-Inclán, con el reparto más asombroso de la historia del teatro: Ana Belén, Pepe Sacristán, Javier Cámara, Carlos Hipólito, Blanca Portillo, Pepe Viyuela, Julia Gutiérrez Caba, Emilio Gutiérrez Caba… ¿Cómo vas a traducir algo así: “Ríe la comadre feliz y carnal y un temblor cachondo le baja del papo al anca fondona de yegua real”? (Ambos nos reímos con ganas)
Es imposible. Y hablando de imposibles. ¿Qué actriz te habría gustado ser?
Dicen que un actor o una actriz es alguien que conoce su personaje psicológicamente, conoce los diálogos, tiene el instrumento afinado, o sea, el cuerpo y la voz en su sitio; está relajado; está concentrado, y algo más que nadie sabe lo que es y, sin embargo, es a la vez lo más importante: personalidad, carisma, eso que viene de fábrica o no viene. Se puede aprender todo, pero luego la genética, los dioses eligen y dicen a alguien: “Vas a ser tú”.
¿Estás escurriendo el bulto?
No, trataba de ponerme en situación. Me gustaría tener el sentido del humor de Rosa María Sardá, el carisma de Katharine Hepburn, la belleza singular de Karen Black, el talento interpretativo de Vanessa Redgrave. No me obligue usted a quedarme con una sola, maestro.
¿Te interesa la tauromaquia?
Yo estudié Medicina en Sevilla y allí me aficioné mucho a dos cosas: el flamenco (tuve la suerte de escuchar a Camarón, a Paco de Lucía, a Enrique Morente… ) y los toros. Y a mí se me pueden poner los pelos de punta si recuerdo una chicuelina en la Maestranza de Paco Camino, me pueden caer lagrimones como sandías si recuerdo una verónica del maestro Curro Romero o la izquierda de Rafael de Paula… Pues bien, renuncio a ese placer.
¿Cuándo renunciaste?
A partir de una novillada en la que me vi protestando a la presidencia por el modo en el que moría el animal, por la espada atravesada. En ese momento, con aquel animal ensangrentado, me pregunté cuándo me había vuelto insensible. Renuncio por una cuestión de educación.
¿Tú crees que van a desaparecer?
Me gustaría que la gente se concienciara sin tener que prohibir. Reivindico la palabra virtud, la palabra compasión. Me gustaría que los animales se rebelaran contra el ser humano. “No hemos venido aquí a que nos maltratéis”. Deberían pasarnos a todos por la horca. Estoy en contra radical de todo sufrimiento inútil.
¿Dónde te gustaría estar si no estuvieras aquí?
En Viena.
¿Por qué?
Los grandes compositores, Freud, los filósofos… Allí me parece que se cuece la historia de Europa, en todos los aspectos: política, social y culturalmente. A pesar de que Goethe dijera que Europa se hizo en el Camino de Santiago.
¿Hay en nuestra cultura un antes y un después de Freud?
No, yo creo que hay un antes y un después de la revolución francesa, de la revolución industrial y ahora de la digital. Parece ser que vamos en un tsunami, a toda velocidad, que no sabemos a dónde nos lleva, en lo tecnológico, en la medicina, con las redes… Y de ahí la curiosidad que yo tengo. Me encantaría asomarme por aquí dentro de cincuenta años a ver qué pasa, cómo va a ser esto. Si esto lo ve mi abuela (señala el teléfono móvil) se vuelve a morir.
¿Qué crees que pasa cuando morimos?
Nada. Es como echarse una siesta. ¿Te han anestesiado alguna vez?
Sí.
Pues es así para siempre.
¿Has tomado alguna vez LSD?
No. ¿Por qué?
Yo creo que lo que pasa cuando mueres se parece más a lo que uno experimenta tomando una buena dosis de LSD que a una siesta.
Habrá que esperar.
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