En 2015 publicaba la editorial Comares Fuera de la Ley: Asedios al fenómeno quinqui en la transición española, el primero de lo que finalmente fueron dos entregas de Constelaciones, publicaciones de ámbito político que pretendían arrojar luz sobre la historia más reciente de nuestro país. Ubicado en su catálogo dentro de la categoría de ciencias políticas y sociología, se convirtió de forma casi inmediata en lectura obligatoria para los interesados en el tema.
Co-editado a ocho manos por Joaquín Florido Berrocal, Luis Martín-Cabrera, Eduardo Martos-Martín y Roberto Robles Valencia (todos ellos profesores españoles en diferentes universidades de Estados Unidos), en la antología encontramos nueve ensayos y una introducción sobre esta historia alternativa de la transición, esta auténtica contracultura de los setenta y ochenta.
Y es que, como nos aclaran ya desde el comienzo, la intención del libro es desmontar la idea de que la famosa “Movida madrileña” fue un movimiento sincero y rebelde. La realidad es que consistió en un grupo de jóvenes artistas de ambientes favorecidos complacientes con el discurso institucional, siendo la cultura que generaban y consumían los habitantes del extrarradio, los marginados, los quinquis, un retrato más cercano de las luces y sombras de un país que estaba aprendiendo a funcionar en democracia. Una generación cinematográfica silenciada y privada de fondos por la Ley Miró, orientada a subvencionar las películas que mostraran una imagen más europea y limpia de España mientras que se le negaban estas subvenciones a largometrajes de género o de consumo de masas. Esta Ley es señalada a lo largo de todo el conjunto de ensayos como factor esencial en la condena al olvido de parte del cine nacional.
Aunque se ha realizado una gran labor de investigación histórico-política en el conjunto de los textos, el libro no deja de ser deudor de una tendencia al redescubrimiento y reivindicación de lo quinqui, materializada hoy en manifestaciones artísticas tan diversas como la música de El Coleta o la recientemente ganadora del goya Las leyes de la frontera (que aún existía solo en su formato de novela en la fecha en la que se publicó este libro, texto en el que se centran en uno de los capítulos), pero cuyo punto de partida cronológico podría situarse en la exposición de 2009 Quinquis de los 80. Cine, prensa y calle. Este empujón dignificante que recibe la cultura quinqui al “colarse” en el CCCB se menciona explícitamente ya desde el primer capítulo de la antología como un referente, llegando al punto de que el texto que la comisaria Amanda Cuesta realizó para la muestra es el primer capítulo que podemos leer.
En sus 11 ensayos hay, como es de esperar, algunos que destacan por encima de otros. Entre ellos destacan la propia introducción, que nos sitúa en el universo común en el que nos moveremos en las siguientes páginas de la publicación, sacando a relucir términos como el origen etimológico de la palabra quinqui o el concepto de cultura de la Transición, en palabras de Guillem Martínez, “la observación de los pentagramas de la cultura española, de sus límites […] en los que sólo es posible escribir […] sin salirse de la página o ser interpretado como un borrón.”
Es una radiografía política y social que nos lanza al mundo de este sector de la población, razonando el por qué de su situación y marcando claramente los hitos a los que nos aferraremos en el resto del viaje.
Despunta también el genial capítulo Los quinquis del barrio, de Amanda Cuesta, que nos ubica en la España descampada de los 80, de construcción rápida y chapucera por un régimen que fue encadenando políticas sociales erróneas que acabaron fortaleciendo el chabolismo y la pobreza. Una España entre colas de paro, huelgas en prisiones, torturas en comisarías y una cosa nueva que se llamaba “discoteca”. Una España que crea su propio santoral de simpáticos delincuentes con nombres como “El Jaro”, “El vaquilla” o “El Lute” como punta de lanza.
Firma Steven L. Torres otro de los capítulos más memorables con Las Contradicciones del cine quinqui, en el que crea constelaciones conceptuales entre las películas quinquis y el cine de gángsters estadounidense – siempre castigados al final del metraje – o el Blaxploitation, un género de explotación que coincide en el tiempo, y parcialmente en los temas que trata, con el cine quinqui.
Pero no todo es cine, a pesar de que “quinqui” sea un adjetivo que vemos asociado a esa palabra en la mayoría de los casos.
Se habla de la música, los entornos sociales y los últimos momentos (a menudo catastróficos) de sus protagonistas. Y todo tiene cierto sabor a conocido: la eterna historia de la especulación, la corrupción política, los abusos policiales, las colas del paro y la demonización de la clase obrera que continúa invadiendo nuestro presente.
Entonces ¿Qué ha cambiado? Tal vez nada.
Quizá los quinquis nunca se fueron. Quizá tan solo los silenciamos.
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