Hay historias que vuelven, aunque en la mayoría de las ocasiones son sucesos que quedaron en el imaginario popular como un gran época, para lo bueno o para lo malo. El crack del 29 es de esos hechos que han marcado a Estados Unidos tanto como las guerras en las que ha participado. De ahí partió en gran medida toda la estructura económica que fraguó la etapa del bienestar y que moldeó definitivamente la II Guerra Mundial y sus consecuencias. ¿Puede volver a ocurrir? La novelista Lionel Shriver (Carolina del Norte, Estados Unidos, 1957) juega con esta idea en Los Mandible. Una familia: 2029-2047 (editorial Anagrama). Shriver pone en marcha la imaginación aunque la deja bien pegada al terreno. Para ello elige una fecha, el 2029. Es pues un siglo después del famoso crack, un año en el que, profecías aparte, aparecerá un buen numero de libros, si es que aún existen, o e-books analizando qué ocurrió en 1929.
Pero para Shriver (autora entre otras obras de la aclamada Tenemos que hablar de Kevin) el asunto no va a ser tan plácido. Para empezar la autora imagina un crack de otras características. Estados Unidos vive atrapado en una grave crisis monetaria. Otros países han instaurado una moneda que compite con el dólar y el presidente, de origen latino, se niega a aceptarla. El poder del dólar se desvanece a manos del bancor, una moneda promovida fundamentalmente por China y que toma el nombre del proyecto que lanzó John Maynard Keynes. Estados Unidos se resiste al todopoderoso bancor y a partir de ahí la vida se desmorona inmersa en una colosal deuda pública y privada.
En ese contexto viven los Mandible, una familia con un patriarca hípermillonario que por sí mismo parece poder garantizar el futuro de varias generaciones. Pero el dólar y la prepotencia norteamericana hacen que todo se esfume. A partir de ahí la novela avanza en las consecuencias sociales y personales de la irrupción de la pobreza.
Si hay que creer a Shriver, Estados Unidos es un país con graves problemas de adaptación. Tiene una bien dotada nómina de economistas incapaces no ya de predecir, sino ni siquiera analizar qué está ocurriendo (¿sólo en la novela?). Tiene a novelistas que caminan hacia la irrelevancia por obsoletos (¿ella misma quizá). Tiene millonarios que no sabe ni atarse un zapato, niños prodigio mimados hasta la náusea. Una sociedad desarrollada a un gran nivel incapaz de adaptarse ante una pequeña china en la zapato.
La caída del imperio será dura y la novela es prolija en detallar todos los errores macroeconómicos que la desatan. La pesadilla se alargará aun más. Shriver utiliza en ocasiones mecanismos demasiado fáciles para explicar el futuro de su país ¿Quién será la presidenta de Estados Unidos en 2047, año en el que transcurre la segunda parte de la novela? La autora parece que no puede evitar reírse de sí misma, de su país y de su novela.
Estados Unidos se queda en la ruina total, una distopía en la que el apocalipsis no viene de una guerra nuclear ni nada por el estilo. No hay guerreros de la carretera, libertadores frente al imperio de las máquinas. Nada. Hay una colección de parias inútiles ante su nuevo mundo, que tiene dificultades para encontrar hasta el papel preciso para limpiarse el culo (¿cabe imaginar algo peor?) y víctimas eso sí de una tecnología al servicio del control político.
Posiblemente la capacidad como futuróloga de Shriver es tan limitada como las de otros de su colegas ilustres: Orwell, Huxley, Bradbury y demás. Pero todos ellos narraron fábulas inquietantes que pese a que el futuro -o sea, hoy- no haya ratificado plenamente, si son fácilmente reconocibles. Mientras haya papel higiénico, todo bien: si no, habrá que empezar a utilizar los tratados de economía y las novelas distópicas para tal menester.
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