Decía hace unos días el crítico teatral y de la vida Marcos Ordóñez que la música que escuchamos entre los 15 y los 17 años es la que más nos gusta. No voy a ser yo, hijo de vecino cualquiera enfermo de nostalgia y mitomanía crónicas, quien rebata ese argumento que hoy debo traer a colación ante el comeback más esperado de la escena electrónica.
Recuerdo que cuando deshojaba los años de la adolescencia aún andaba descubriendo las bondades que la balbuciente internet española me ofrecía. Mi vida cibernética se perdía entre el proto-posmodernismo del chat del IRC y la ilusión de ver aterrizar en mi disco duro la última canción descubierta en algún anuncio de televisión a golpe de 56 kilobits por segundo. Recuerdo también cuando cayó en mis manos la mejor revista de videojuegos que he leído nunca, «Top Juegos», de carrera tan breve como fulgurante. Como era una de esas revistas de aspiración generalista para contentar al lector transmedia, no faltaba el típico cajón desastre en el que cabía desde la última película de los hermanos Farrelly hasta el último disco de Apollo Four Forty (que en paz descansen, espero), todo en un tono muy cercano y juvenil, sin desbarres sesudos pero manteniendo un tono de ironía finísima. Devorando aquellos textos recuerdo cuando me topé con la crítica de «Rhythm and stealth», el último disco de Leftfield por aquellas fechas. Aún tengo grabadas a fuego las palabras que le dedicaron en su crítica, en la que, en comparación con su anterior álbum, «Leftism», afirmaban textualmente que «sería como comparar «Sed de mal», película genial donde las haya, con «Ciudadano Kane», considerada la mejor película de todos los tiempos». Dejé de leer, claro, y encargué a mi querido Napster (que en paz descanse, espero) la tarea de descargar, canción por canción, aquellos discos misteriosos de los que hablaba aquella revista.
¿Y de verdad era para tanto? Si tenemos en cuenta que «Leftfism» está considerado por unanimidad casi absoluta como el mejor disco de electrónica de la historia y que «Rhythm and stealth» añadía con increíble y ensayística precisión nuevas lecturas a un género en pleno proceso de recontextualización, sí, podríamos decir que aquella frase incluso se quedó corta. Tan solo dos discos y un puñado de singles bastaron a Leftfield para ser elevados a los altares como el grupo más importante de la música electrónica. Por esto mismo, y porque esta música hizo diana justo en el tajo que separa los dos hemisferios de mi cerebro en la milésima de segundo justa, le debo tanto a Leftfield. Y por esto mismo no debo pedir disculpas por hacer crítica desde la más absoluta subjetividad.
Volviendo a las palabras de nuestro amigo Ordóñez, añado que la música que escuchamos en nuestra adolescencia no solo es la que más nos gusta sino también la más importante. Y lo es no solo porque sucede en el momento justo en el que nos encontramos en un equilibrio equidistante entre la ingenuidad de años atrás y el descreimiento de la incipiente edad adulta. Es decir, somos capaces de elaborar un juicio apoyándonos en las pulsiones más viscerales si es necesario solo porque tenemos que ratificar nuestro lugar en el mundo. Por eso, cuando Leftfield irrumpió en mi vida, poniendo banda sonora a mis turbulencias escolares, a mis noches en vela buscando respuestas tras el 11 de septiembre, a mis sueños bajo la bóveda de estrellas, pasó de una curiosidad a formar parte indisoluble de mis certezas y dudas de aquellos años, las más exactas y verdaderas que he tenido en mi vida.
En 2002 Paul Daley y Neil Barnes, componentes del grupo, anunciaron su separación, quizá por aquello que decía Pep Guardiola de que «es que después de conseguirlo todo ya no me motiva el proyecto». Muchos fuimos los que lamentamos su pérdida, aunque el género electrónico era ya un árbol de frondosas ramas. Hasta 2015 ha llovido mucho y por eso nos preguntamos si la vuelta de Leftfield, ya solo con Barnes, es necesaria, con tantos discípulos que han elevado el vuelo hasta altitudes estratosféricas.
Quizá su mensaje pueda sonar cansado, desnudo del furor de aquellos años noventa que ya nunca volverán, como nuestra adolescencia. Pero uno escucha «Alternative Light Source» y es constante la sensación de que hay algo fresco en una institución casi anciana como Leftfield, pese a los agujeros negros de cierta deriva senil que horadan este álbum. Y la frescura viene, por supuesto, de lo que ha hecho grande a este grupo: un equilibrio perfecto entre tradición y vanguardia y un dominio extraordinario de los tiempos y la continuidad. Leftfield es ante todo «montaje» externo, sonidos superpuestos y concatenados unos tras otros con un sentido de la anticipación y del ritmo que alcanza sus cotas más altas en «Bad Radio» o «Universal Everything», los dos temas que abren este disco. Por eso escucho temas como «Dark Matters» (donde se atisba un no sé qué emocional que no viene demasiado a cuento) o «Storms End» (al final se trata de asimilar, no imitar) y siento que algo falla en el engranaje.
Pero estos tropiezos no son nada que deba preocuparnos cuando tras el altavoz está sentado el bueno de Barnes, tan seguro de sí mismo como siempre, sin temblarle el pulso en su propuesta de revivir un mito en este siglo tan hipermoderno y tan hiper-todo. Sí, la vuelta de Leftfield es necesaria porque funciona, una vez más, como metrónomo de este rincón musical que es la electrónica. «Alternative Light Source» se queda reverberando en nuestros oídos como los ecos de electricidad glacial de «Levitate for you», maravilla que cierra el álbum, despertando en nosotros, fanáticos irreductibles de los sonidos de nuestra juventud, la certeza de que la leyenda aún vive.
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