Jersey a rayas, gorra de béisbol y un abrigo oscuro, Lee Konitz pasea su personaje de leyenda del jazz satisfecho de lo vivido y supliendo con humor la energía que ya tiene que administrar a sus 89 años. Sobre el escenario del Teatro Cervantes de Málaga dibuja una mueca de queja porque le han tenido que prestar el saxofón, al que ya en el primero de los temas interpretados mira con inquietud a través de sus gafas oscuras.
A Konitz todo el mundo le asigna el papel de leyenda del jazz. Lo de leyenda en unas entrevistas le gusta y en otras no. Él asume sobre el escenario que se le otorgue esta distinción y se sienta relajado a saborear su propia obra, pero el público no puede, ni tiene por qué, olvidar que el viejo Lee participó en unos años 50 y 60 de uno de los debates más intensos que ha vivido la música en el siglo XX. La furia del bebop contra la sutileza del cool jazz. Hay quien comparó la batalla con el ardiente color rojo contra los tonos pastel, la improvisación furiosa con la interpretación más clásica.
El caso es que a Konitz se le incluye en la tropa del cool jazz frente a los fieros tonos del bebop, anterior cronológicamente, aunque lo cierto es que uno parece el paso previo al otro. La evolución entre la explosión cultural posterior a la Segunda Guerra Mundial y su asentamiento, cuando un grupo de músicos capitaneados por Miles Davis -en cuya obra Birth of the Cool participó Konitz– empezó a buscar una nueva dimensión del jazz.
Todo esto forma parte de la etapa heroica del jazz, y ahí está Konitz para rendirle honores al tiempo que desmitificarla e interpretar All the things you are, el viejo tema que también, y tan bien, tocó Charlie Parker, el supuesto «enemigo» al frente de su saxofón, aquel al que todos querían imitar por lo genial y complejo de su estilo. A él le queda el honor de ser el hilo conductor de un túnel del tiempo por el que pasean Mingus, Mulligan o Baker, pero aparte de eso sigue siendo un magistral interprete que llena el escenario con buena música.
Konitz ha participado en el Festival de Jazz de Málaga 2016 y ofreció un concierto en el que se afanó por romper esa leyenda para acercarse al público. Lo hizo mediante el recurso a la broma y la sonrisa cómplice, pero sobre todo tumbó cualquier distancia con el saxofón y la voz que empleó como compañía de una banda de músicos formada por Marco Mezquida, pianista y que ejerció de guía de Konitz («¿Dónde vas?», le preguntó éste en un momento en el que se levantó del piano), Bori Alberto (contrabajo) y Ramón Prats (batería). Los tres cumplieron con creces y tomaron en ocasiones las riendas de la escena. Además, invitó a interpretar con él dos temas a la cantante Suzette Moncrief, cuyo nombre no recordaba y tuvo que ser Mezquida quien se lo dijera. Así que Konitz se levantó de su silla, se desplazó con sus cortos pasos a la derecha del escenario y le dejó el centro a ella, que en medio de la interpretación de «Summertime» pidió al hombre del saxo que volviera a ser el protagonista de la velada.
Moncrief había sido la encargada de presentar la entrega a Konitz del premio homenaje a Cifu, apelativo con el que se conocía a unos de los grandes difusores del jazz en España, el periodista Juan Claudio Cifuentes, en un breve acto previo al concierto en el que participó la viuda de éste, Isabel Zaro.
Konitz se marchó como llegó. Sonrisa, paso corto y la tranquilidad de haber respondido en el escenario a la categoría a la que su propia trayectoria le ha impulsado. Se caló la gorra y recibió satisfecho el aplauso de un público que reconoció al músico y a la persona.
Fotografías: Daniel Pérez / Teatro Cervantes
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