Si metes en un frasco la sensualidad de Marilyn Monroe, la belleza de Berlinda Carlisle y la personalidad musical de Morrissey y lo agitas, probablemente, el resultado sea muy similar a Elizabeth Woolridge Grant, más conocida como Lana del Rey, que en la noche de este viernes pasado decidió impregnar a todo el Palacio Vista Alegre de Madrid de su poder embaucador para dar cierre a su gira.
Aunque empezó en la esfera indie y a pesar de que las radios se niegan a pinchar sus canciones reprochándoles ser poco comerciales, Lana del Rey ha llegado a todos los públicos, independientemente de su edad. Ella misma lo decía “Muchas gracias a todos, yo no sueno en emisoras de radio, de no ser por vosotros no estaría hoy aquí”. Su público es de lo más variopinto, desde adolescentes acompañadas por sus padres anonadadas por su atractiva estética hasta cincuentones atraídos por la personalidad fascinante de esta cantante.
La producción que hay alrededor de su trabajo y de su persona han ayudado mucho a que Lana del Rey sea el producto de consumo masivo que es hoy día. Sin embargo, ella nació con el don de conectar con millones de personas a través de sus canciones, de sus letras de amor y desamor, de su sensual voz y de su peculiar estética. Lana del Rey es más que una cantante pop de nuestros días, supone un icono tanto en el mundo de la moda como en el de la música. Dicen que la esencia del arte y los artistas es esa mágica capacidad para conectar con lo más profundo de los seres provocando reacciones, emociones, sentimientos y Lana tiene esa suerte de habilidad siendo capaz de llegar a millones de personas. Un ejemplo fueron las que ayer coreaban todos y cada uno de sus temas mientras iluminaban con sus linternas el veraniego escenario de la gira de la cantante, llegando a formar parte de él, simulando ser pequeñas estrellas que decoraban el cielo del palacio de Carabanchel.
Con su estilo característico, que hizo revivir el vintage, ayer apareció sobre el escenario con un inmaculado vestido blanco de corte sesentero, acompañada de dos explosivas bailarinas, una banda de cuatro músicos y ambientada en una auténtica playa, con rocas, matojos, hamacas y hasta caminando sobre un agua turquesa que se iluminaba bajo sus pies. Lana del Rey cantó anoche tumbada en el suelo, sobre un piano, sentada en una hamaca, balanceándose sobre un columpio convirtiendo los minutos de cada canción en una escena que nos arrancaba del presente para llevarnos a otra época. Proyecciones en blanco y negro, ventiladores para agitar adecuadamente su melena midi y una cuidadísima puesta en escena hicieron que, durante casi dos horas, el público se convirtiese en un personaje más de una película del cine de los 50.
Empezó con 13 beaches después de una desfasada Cat Power a la que parecía que le faltaban las pilas y algo de sonido, para continuar con muchos de los éxitos que conforman su carrera: Cherry, la esperadísima Born to die, Blue Jeans, Honeymoon, Lust for Life, Change, Young and Beautiful, Ride, Video Games, Summertime Sadness o la polémica Get Free (tras la demanda de Radiohead por plagio de Creep), entre otras.
La belleza extraña, enigmática, lánguida y embaucadora de Lana del Rey, pesa a las críticas de muchos, se ha convertido en uno de los referentes de nuestra época, en un icono que se ha visto crecer y ha llegado al público gracias a los medios digitales, alguien que ha creado estilo propio, con voz e imagen únicas (empeorada con el tiempo por sus múltiples operaciones de estética), la reina que volvió a poner de moda el vintage es una especie de psicotrópico que transporta la sensibilidad a niveles estratosféricos.
Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.plugin cookies
ACEPTAR