Vivimos en una sociedad llena de miedos y desconfianza. Siempre pensamos lo peor, no nos fiamos ni de nuestra propia sombra y el miedo y la desconfianza son las primeras sensaciones que nos invaden cuando otro ser humano se nos planta delante. ¿Por qué? El dramaturgo argentino Pablo Messiez se atreve a rebatir estas afirmaciones y plantear un nuevo escenario que se abre a un sinfín de esperanzadoras posibilidades, aunque a algunos les cueste creerlo.
En su última pieza, La voluntad de creer, el autor, director y actor pone patas arriba las convicciones actuales para ofrecer al espectador un planteamiento absolutamente denostado en el actual establishment de la incredulidad que absorben nuestros días: el de creer en algo más, en alguien más que en nosotros mismos.
Es por eso que La voluntad de creer, hasta el próximo 23 de octubre en la sala Max Aub de las Naves del Español en Matadero, es una propuesta arriesgada y valiente. Porque se atreve a hacer algo que muy pocos ni siquiera se plantean: dudar de lo que tienes tan interiorizado y plantearte la posibilidad de creer algo diferente. En una sociedad hartible, emborrachada de sí misma, cansada de su ego, empachada de negatividad, Messiez se arriesga y pone sobre la mesa una duda que, aunque lleva acechando a la humanidad desde su origen, ya hoy casi se ha relegado únicamente al grupo de los conocidos como beatos: ¿hay alguien más grande que todos nosotros? ¿un ente que decide por nosotros nuestro destino? ¿alguien que nos indica el camino a seguir? ¿algo más allá después de esta vida que estamos viviendo?
Aunque sean interrogantes que suenen a manidos, la propuesta que ha puesto en escena este dramaturgo es más necesaria que nunca, en una sociedad que duda, sospecha y reniega de todo cuanto tiene.
Messiez se sirve de un gran elenco de actores, como son Marina Fantini, Carlota Gaviño, Rebeca Hernando, José Juan Rodríguez, Íñigo Rodríguez-Claro o Mikele Urroz, ayudado en gran medida por el sentido del humor para colocar al espectador en un lugar incómodo, a veces cómico, para hacerles preguntas incómodas a la vez y para hacerle mirar a un lugar que para muchos puede ser ridículo, para otros inverosímil y para otros, probablemente, cierto. Sea cual sea la interpretación que cada cual haga de ese hecho, el autor hace reflexionar al espectador, no ya sobre sus creencias o la fe, sino sobre la voluntad que tiene para replantearse cosas, para saber, para intentar conocer algo más que lo que ya sabe.
Con un protagonista vasco que dice ser Jesús de Nazaret, una familia desquiciada que piensa que el personaje ha enloquecido por sus lecturas de Kierkegaard (cosa bastante probable conociendo autor), una lesbiana embarazada, una soltera en silla de ruedas y una poeta frustrada, Messiez pone a prueba la capacidad del público para soportar la duda de las creencias y también juega con la dualidad y el espejismo con unos actores que a veces son personajes y con unos personajes que a veces son actores.
No recomendada para aquellos a los que les cueste dudar y poner en juego la voluntad de creer.
Fotografías: Laia Nogueras
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