Juan Cavestany es guionista, director, dramaturgo y otro puñado de cosas más. Nos encontramos con él en el Teatro del Barrio de Madrid pero, como aún está cerrado, decidimos dar un vuelta un poco extraña, muy de Gente en sitios. Pasamos por un par de cafeterías, pero terminamos volviendo por donde hemos venido. En seguida se nota que es un hombre que, como su obra, esconde una enorme pasión tras un aparente halo de serenidad. Ya dentro del teatro, a punto de empezar la entrevista, nos pregunta si podemos cambiar de eje la posición del plano, ya que siente que hay algo «espacial, raro».
¿Cómo empezaste en el mundo del cine?
Estudié Ciencias Políticas en la UCM y estuve unos años trabajando como corresponsal para El País en Nueva York. Desde pequeño, tenía el sueño de hacer cine, pero como no sabía muy bien cómo llevarlo a cabo me dediqué a otras cosas. En el instituto me hice muy amigo de Alberto San Juan. Mientras él estudiaba Periodismo empezó a montar un grupo de teatro en la escuela de Cristina Rota, que sería el germen de Animalario, y yo me puse a escribir pequeñas piezas para ellos, para las primeras obras que iban montando en Madrid. También me propuse dar forma a algo un poco más ambicioso, en principio pensado para ellos, una especie de híbrido entre guion y obra de teatro que terminaría siendo Los lobos de Washington. Escribí ese proyecto con la idea de que se pudiera representar en el teatro. Se lo envié a Alberto San Juan y, entre una cosa y otra, acabó en manos de Mariano Barroso, que vio en él un guion de cine, y esa fue mi primera película. Me hizo mucha ilusión que el primer guion que escribía más allá de lo que había hecho para Animalario se produjese y me vine arriba. Me trasladé a Madrid y me puse a escribir para Animalario y trabajé en toda clase de proyectos: guiones, encargos, arreglos, etc. Mi caso ha sido peculiar dentro del cine español, nunca he tenido un flujo de trabajo constante, he trabajado esporádicamente cuando he podido. Mi vida ha sido la de una especie de obrero del guion, una mezcla de freelance, colaborador, apañador de cosas de otros, impulsor de proyectos que se han quedado en el camino, etc. He ido haciendo retales del oficio de la escritura, con algunas alegrías y siempre con mucha energía.
¿Qué pretendes contar en películas tan poco habituales como Gente en sitios o Dispongo de barcos?
Tanto en proyectos que te llegan de otros, por encargos o casualidades, como en proyectos más personales, uno intenta que transpiren ciertas inquietudes o preocupaciones propias. En mi caso, creo que me ha interesado mucho una mirada a la realidad entre autobiográfica, trágica, terapéutica y confesional, algo así. Es extraño de explicar. Es una especie de mirada sobre mí mismo y sobre lo que me rodea que no pretendo que suponga un ejercicio de onanismo autoral, pero que al mismo tiempo no puede escapar de ciertos márgenes de honestidad respecto a lo que imagino o lo que percibo del mundo. Esto deriva de grietas de la personalidad, carencias y angustias, que también tiene que ver con buscar el humor en todo eso como método de supervivencia. Constantemente estoy intentando reírme de lo más tremendo. Creo que esto se refleja películas como Gente en sitios, Dispongo de barcos o El asombroso mundo de Borjamari y Pocholo.
¿De dónde nace el impulso de afrontar los modelos de producción low-cost con los que trabajas desde Dispongo de barcos?
En 2008, hice una película, Gente de mala calidad, que fue muy mal de taquilla. Entre eso y que yo no estaba suficientemente «integrado» en la industria, comprendí que iba a ser muy difícil que me llamaran para algún encargo. Durante años, el teatro y los encargos en cine habían sido las patas en las que se sustentaba mi supervivencia. Llevaba unos años alternando el trabajo en Animalario, que era muy estimulante pero también muy esporádico y que nunca me creó un «centro profesional» en el mundo del teatro al que pudiera asirme, con ciertos proyectos y guiones en desarrollo en los que trabajaba y que acabaron en nada, y por instinto, y un poco por cabezonería, Antonio de la Torre y yo decidimos rodar una película cuya idea teníamos medio esbozada. Decidimos rodarla sin nadie, sin tener que pedir ayudas ni dar el coñazo a ningún productor, sin esperar a que nadie nos diera el pistoletazo de salida para nada. Pensé «si escribo los guiones, compro una cámara doméstica, y tengo amigos que trabajan en esto, ¿por qué no vamos a ponernos de acuerdo para hacerlo?» Lo organicé todo partiendo de un sketch que hicimos en la primera época de Animalario y que habíamos hecho también como corto, una escena de un atraco. Escribí un guion de unas 70 u 80 páginas, me reuní con los actores (Antonio de la Torre, Roberto Álamo, Diego París y Andrés Lima), y les propuse rodar cuando pudiéramos cada uno. Nos llamábamos por teléfono, íbamos viendo cuando nos venía bien y organizaba los rodajes sobre la marcha, improvisadamente.
Entrábamos en sitios sin permisos, rodábamos y volvíamos a rodar si algo había quedado mal. Fue muy caótico pero también muy divertido. Estuvimos como seis meses así, y luego casi un año de una posproducción que fue bastante complicada. En general, fue una experiencia entre liberadora y muy angustiosa porque tenía que pedir muchos favores. La verdad es que este cine que se ha empezado a llamar low-cost, y que en realidad ha existido siempre, ha sido en mi caso algo muy al desnudo, muy «asalvajado». No había previsto en los rodajes dinero para comer, tampoco estaba pensado pagar a nadie. Era muy loco. Cuando acabé la película, la seleccionó el festival de Sitges y a raíz de ahí tuvo una pequeña existencia como obra de culto. Por alguna razón, resonó e inspiró a otros que luego me han dicho que se lanzaron a hacer películas después de saber cómo había hecho yo esa, gente como los de Canódromo abandonado o Carlos Vermut. Lo que más me agradó de Dispongo de barcos fue que impulsara a otras personas a la hora de plantearse hacer algo con pocos recursos. Después de esta película comprendí que había descubierto algo con lo que estaba cómodo trabajando, un tipo de producción que no dependía tanto de situaciones financieras, así que me puse a hacer otra, El Señor, en la que apliqué todo lo bueno que había aprendido de la anterior. Entre lo bueno estaba quedar con amigos, en ese caso con un amigo, Luis Bermejo, y manejar personalmente la cámara y todos los aspectos del rodaje: montaje, gestiones, distribución de la película, etc. Lo concentré todo para no tener que pedir ayuda a nadie y disfruté mucho rodándola. La repercusión que tuvo entre la prensa vino, sobre todo, por cómo decidí distribuirla, en una página web, por Paypal. Este mecanismo no era muy habitual y resultó llamativo para alguna gente. Dispongo de barcos había sido una película muy precaria y muy torpemente rodada, pero con El Señor empecé a cogerle el gusto a este sistema de producción, iba más tranquilo. El tercer escalón en esta evolución es Gente en sitios, una síntesis de todo lo que había hecho hasta entonces.
¿Cómo crees que ha evolucionado tu cine desde Dispongo de barcos hasta Gente en sitios?
En Gente en sitios, creo que he descubierto lo que me gusta de trabajar con estos métodos, cómo hacerlo mejor y cómo integrar en un proyecto de estas características a mucha gente. Disfruté mucho el proceso porque ya lo conocía, y había aprendido casi a escribir, rodar y montar a la vez. Esto se lo ponía muy fácil a los actores, porque lo más coñazo de rodar es la espera y el jugárselo todo a que al final la intervención del actor quede reducida a una especie de casilla. Rodando así disfruto más, tengo mucho más margen para repetir, para improvisar con el actor. Fue una experiencia muy gozosa, aunque al principio no sabía qué iba a ser. Me ilusionaba construir un largometraje con ella, pero pensaba que también podía quedar como una serie de piezas para Youtube. Me puse un esquema de trabajo para rodar y premontar cada semana, y cuando tuve unas diez piezas editadas me di cuenta de que todo comenzaba a cobrar empaque, que había cosas con las que estaba muy contento y que me parecía que daban entidad a una película. A mitad de grabación, llamé a un amigo productor, Enrique López de Apaches, y le conté la historia y que me estaba gustando cómo iba quedando el material, le interesó y acabé trabajando con una de las productoras más grandes de España en una película que realmente tenía el mismo tamaño que Dispongo de barcos o El Señor, rodada con una cámara doméstica, sin dinero, y convocando a la gente cuando podía, invitándolos a comer o a un café, pero nada más. Apaches sonorizó y etalonó profesionalmente la película y se encargó de impulsar primero su carrera por festivales y después su distribución a través de Cameo. Aunque mis tres últimas películas han sido económicamente inviables, Gente en sitios fue más llamativa y tuvo un recorrido crítico y de festivales muy satisfactorio que me hace pensar que algo habré hecho bien o que algo sale bien en esta aventura. Dispongo de barcos era muy claustrofóbica, muy paranoica y hermética; El Señor, muy pequeña y haiku; y Gente en sitios muy luminosa, con mucho movimiento e ideas.
Santiago Segura, Maribel Verdú, Raúl Arévalo, Antonio de la Torre. ¿Te costó mucho involucrar a todos esos actores para participar?
No me costó mucho. Si hubiese tenido que concentrar el rodaje en 15 días habría sido imposible, claro, pero a lo largo de 6 meses, por lo general, la gente podía quedar un rato, porque la cosa era molestarles una mañana o una tarde o cuando a ellos les viniera bien. Y si alguno no podía, llamaba a otros.
En tu obra hay influencias de Louis CK, Dan Clowes o Franz Kafka, de hecho el fragmento que protagoniza Javier Botet en Gente en sitios es una adaptación del relato corto El Puente, de Kafka. ¿Qué referentes inspiran tu trabajo y cómo crees que te influyen?
Kafka está en el origen de Gente en sitios. A raíz de su relatos cortos me surgió la idea de hacer una obra o una película a base de fragmentos aparentemente inconexos. De Kafka me interesa su obra más conocida, libros como La Metamorfosis o El Proceso, y luego me gustan mucho sus piezas cortas, llenas de humor y que hablan del hombre moderno perdido y solo ante un mundo opresivo que no entiende y con el que intenta manejarse. El comic también me ha gustado siempre. Leo y consumo comic y novela gráfica aunque no me considero un fanático. Daniel Clowes es un tipo que me ha gustado muchísimo siempre, como Chester Brown, Joe Matt o el comic francés y belga. En España, también se hacen cosas muy buenas. Louie es una especie de religión descubierta en esta última fase de mi trabajo. Cuando uno pensaba que era ateo aparece de repente un señor que es Dios y para mí ese es Louis CK. La decisión de distribuir El Señor de la manera en que lo hice está inspirada en lo que hizo Louie en su web al colgar sus monólogos: los grababa, producía y vendía él con un grado de autogestión absoluta. Louie es una referencia estética, ética, de tono, de cómo rodar, de cómo manejarse y de cómo hablar de uno mismo con la humildad suficiente como para contactar con mucha gente, porque aunque la serie que hace ahora es autobiográfica, también es tan honesta y tan desnuda de pretensiones que conecta universalmente con las mejores cosas que se han hecho en la historia del cine independiente americano. Viendo Louie tienes la impresión de estar delante de una película de Woody Allen o Cassavettes pero actualizada al siglo XXI. Es alucinante cómo rueda, el gusto que tiene, la libertad con que filma y edita, la forma de rodar y montar que tiene es imperfecta, igual que la propia estructura de su serie. Y es un tipo que aglutina lo que comentaba al principio: la capacidad de hacer reír con material peligroso.
Háblanos de tus próximos proyectos.
Animalario ya no existe como compañía pero mi colaboración con Andrés Lima prosigue. Lo último que hemos hecho ha sido una adaptación de Macbeth llamada Los Mácbez. Tengo también un proyecto, Tres en coma, que Canódromo abandonado y yo desarrollamos para el festival Fringe, que está actualmente en cartel en el Teatro del Barrio. Tres en coma es una fantasía hecha realidad, una cosa absolutamente increíble. Surge de una conversación entre Julián Génisson, Lorena Iglesias y Aaron Rux de Canódromo abandonado y yo, y también con Didac Alcaraz, que estaba en ese momento con nosotros. Estábamos hablando de chorradas y se nos ocurrió el personaje de un tipo en coma que podía contar chistes, un monologuista de stand-up en coma. Nos imaginamos a un tipo en coma que en lugar de comunicarse se lanzaba a contar chistes, como un humor muerto o medio muerto. Nos intrigó qué comedia podía surgir de ese estado mental que nadie conoce en realidad y empezamos a hablar de montarlo como teatro multimedia, con vídeos de Julián y música de Aaron. Lo presentamos a Fringe y lo cogieron. En un mes la escribí, luego la ensayamos y la montamos, y pensé, «si conseguimos plasmar la fantasía loca que tuvimos ese día, si conseguimos que la obra sea eso y cuente eso bien, podría ser la hostia», y lo hemos conseguido. Es uno de los casos más claros en los que me he dado cuenta de que lo que me proponía es lo que ha salido. La obra tiene dos personajes, Julián y Lorena, un cura y una peluquera. Hay mucho vídeo, mucho audio, un espacio sonoro muy complejo, y aunque está hecha sin un duro, es bastante ambiciosa. Es muy divertida, muy loca y muy profunda también. Me ha servido mucho la escritura de Julián Génisson, que ha aportado mucho material. Ha funcionado muy bien en el Fringe. También estoy con un guion, que seguramente rodaré con Apaches, pequeño pero con presupuesto. Digamos que el sistema de trabajo de Dispongo de barcos, El Señor y Gente en sitios lo voy a aparcar, aunque no definitivamente. Quiero hacer ahora mismo algo más «armado». Creo que sabría cómo gestionar una película con muy poco dinero, lo cual es un buen plan para un productor, y montar algo interesante con poco.
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