No es un día claro en Málaga. Cae una lluvia mansa pero intermitente, solo delatada por el roce de los neumáticos de los vehículos que se deslizan por el asfalto mojado. A veces, el polvo en suspensión proveniente del Sáhara provoca bancos de calima que ensucian la ciudad. Cuando la calima viene acompañada de lluvia, esta embarra el suelo. Una levísima rasputitsa sureña que tiene casi más de emocional que de correosa. La lluvia dispara la humedad, amplificada por el efecto invernadero que provocan las nubes y la capa de calima que no dejan escapar el calor. Lo que debería ser el revulsivo purificador del mes de septiembre es solo una ilusión, más de lo mismo en otro largo verano del sur de Europa.
Helios es uno de los sobrenombres de Keith Kennif, músico estadounidense que se ha granjeado cierto reconocimiento en el submundo indietrónico por ser el compositor de las musiquitas que podemos escuchar en los anuncios de Apple y en todos esos vídeos melifluos que crea Facebook para celebrar que aún seguimos confiando en él para compartir nuestras vidas. Pocos saben, pues importa más lo que vende que los títulos de crédito, que detrás se encuentra el creador de uno de los proyectos musicales más interesantes de la última década.
La música de Kennif fluye casi siempre dejando que sean los instrumentos los que construyan momentos. Lleva desde 2004, con la publicación de su primer disco como Helios, «Unomia», empeñado en mostrarnos la inabarcable y cambiante belleza del mundo de luces y sombras que transitamos con su particular universo entretejido de atmósferas envolventes, ritmos sincopados, melodías luminosas y las notas dolidas de rasgueos de guitarra y sollozos de piano. La búsqueda de la belleza parece un camino que nunca lleva a un final sino a los puntos suspensivos, como el río que duerme su furia en la indeterminación laberíntica del manglar a pie de costa.
«Yume» se podría considerar ese «más de lo mismo» que a priori despierta el escepticismo en los que lo han visto todo ya. En él predominan su sus habituales estructuras dobles yuxtapuestas unidas por notas que juguetean con la melancolía ensimismada. Sin embargo, algo destaca en este machihembrado de golpecitos chill que no nos descubren nada y escapadas ambient para despertar nuestro sueño. Siento una especial predilección por el impresionismo pictórico y musical, no tanto cinematográfico. Creo que este contenedor genérico funciona mejor cuanto más se eleva el vuelo hacia lo «espiritual» entendido como estado mental, algo que solo puede conseguirse en un plano descriptivo pero no narrativo. Desnudado de un relato en un marco espaciotemporal, el discurso racional sucumbe ante la avasalladora potencia del momento sensorial puro, que no busca otra cosa que el deleite en lo intransitivo. Podría decirse que la propuesta de Helios redunda una y otra vez en la descripción inconclusa de la belleza como ornamento de nuestras vidas, y es innegable que lo irregular de su discografía se debe a esta pretensión incesante. Pero Kennif ha perfeccionado el arte de apelar a los sentidos alejándose de lo figurativo en el goce de los sentimientos retozando en praderas de fresca hierba, en el crepitar del fuego que nos calienta las manos mientras la tempestad se agita tras la ventana. Ante esta tesitura solo nos queda entrar o desviar la mirada, sin más; dejarnos llevar o no con la sorpresa de quien todo lo espera aún de este mundo.
Y por todo eso considero «Yume» no el mejor disco de Helios (aún me sigo quedando con el magistral «Caesura»), pero sí su segundo mejor trabajo. Desde «Every passing hour», gran punto de partida con los ritmos triphoperos arrastrados y preñados de infinitas capas tan típicos de él, hasta el vaporoso «Embrace» que cierra el disco, pasando por joyitas como el «Yume» que da nombre al disco o el sentidísimo «Skies Minus», todo concuerda en el sendero que tiende Kennif sobre nuestras cabezas.
La luz se derrama de vez en cuando entre las nubes, cambiando por completo el contraste de colores amortiguados del paisaje urbano que late imperturbable. Parece como si todo, efectivamente, siguiera igual pese a los conatos de otoño, aunque dice la lógica de las estaciones que pronto la sombra pasará de cobijo a enemigo y el relente se tornará hielo. La vida nos sigue mirando desafiante y a nosotros no nos queda otra que aceptarla con sus dádivas y condenas o cambiarla por completo haciendo de cada revés experiencia y de cada dádiva catarsis. Pero ante todo, disfrutemos buscando la belleza.
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