I was twenty years old. I lived in London, Ontario, in Canada. I wanted to be a documentary filmmaker. And someone had told me about what they called– they said: «there is this cult, in New York, called Scientology (which I never heard of), and, if you give them all your money, they´ll make anything possible in your life.»
Paul Haggis en Going Clear
En una de las escenas más esenciales de The Master (Paul Thomas Anderson, 2012), un L. Ron Hubbard rebautizado con el seudónimo de Lancaster Dodd (e interpretado por ese malogrado prodigio actoral que fue Philip Seymour Hoffman) sublima su atómica relación con Freddie Quell (Joaquin Phoenix) para salvar algo más importante: una idea de la que ambos estaban enamorados, una empresa que les sobreviviría.
L. Ron Hubbard mostrando uno de sus aparatos E-Meter
Como L. Ron Hubbard era una absoluta contradicción (extrajo algunas de las materias primas de la Iglesia de la Cienciología, centrada teóricamente en sacar lo mejor de cada individuo, de, vaya por Dios, algún que otro culto satánico), Anderson parecía preguntarse en su película cómo funcionaría la relación entre el Hubbard demiurgo y la (trascendental, gigantesca) maquinaria que había creado. Los personajes de The Master atravesaban algo parecido a las mismas técnicas de exploración (y explotación) emocional que desarrolla la Cieciología, técnicas que, a pesar de que los cienciólogos traten de distanciarse del nombre de Freud todo lo posible, no son otra cosa que una variante apócrifa de muchas de las ideas freudianas pero con reencarnaciones y alienígenas de (glups) la Confederación Galáctica.
The Master invitaba a reflexionar sobre cuánto podía haber sobrevivido de aquella morbosa crisis entre el id y el superego (o el «lado reactivo» y el «lado analítico» del cerebro, para los cienciólogos) de Hubbard (perdón, de Quell/Dodd), hombre pasional de oscuras pulsiones y misteriosa biografía, en la Nueva Carne de la Cienciología que conocemos hoy (una polémica y ultraopaca megaempresa que nunca ha tenido problema alguno en redefinir el concepto de «juego sucio» para llevarlo hasta límites loquísimos), de la que Tom Cruise ha venido en los últimos años haciendo las veces de Popular Embajador Supremo y Universal a un tiempo (ya que hablamos de naturalezas duales) luminoso y decadente: de un lado, el actor se percibe como ese apasionado padre y marido, multimillonario filántropo, amigo de Pablo Motos, representante estrella de la Generación X adorado por fans de todo el mundo y garantía, aún hoy más que estable, de éxito comercial con la saga Mission: Impossible. Del otro, lo conocemos como un freak comeplacentas, rumoreado homosexual, chiste habitual en South Park, meme humano y tipo perturbador en general.
Una frase literal extraida de los comentarios de este video: «Crazy in the Coconut»
De esta naturaleza dicotómica impresa en el ADN de la Cienciología se nutre también Going Clear, el último documental de Alex Gibney, conocido sobre todo por su primer trabajo: Enron, los tipos que estafaron América (Enron: The Smartest Guys in the Room, 2005) o por Taxi al lado oscuro (Taxi to the Dark Side, 2007). Hablamos de una producción de HBO, lo cual da buena cuenta de lo tocada que está hoy para la opinión pública la secta que Hubbard fundara allá por los 50, quizá debido a la polémica dirección de su actual líder, David Miscavige; tan abusivo, dicen, con las personas con las que trabaja, que su ex-secretaria, Stacy Brooks, se atrevería en 1995 a cometer la imprudencia de sacar a la luz algunos de sus supuestos trapos sucios en el canal británico ITV (más tarde, Brooks aparecería en otro buen puñado de programas, como Dateline, 60 Minutes o un célebre especial de la MTV, criticando al culto), toda una osadía con un grupo tan espectacularmente poderoso y de una cultura como colectivo tan agresiva como para tener una puta flota de barcos a sus órdenes a cuya tripulación se instruye con el estudio de El Arte de la Guerra de Sun Tzu.
David Miscavige
Pero el germen de Going Clear no está en ninguna de estas polémicas (ninguna de ellas se menciona siquiera en el documental). La verdadera piedra de toque que ha terminado por constituir este filme como una suerte de documento representativo oficial de la decadencia de la Cienciología tuvo lugar en 2009, cuando The New Yorker publicó un artículo de Lawrence Wright titulado El Apóstata, en el que el cineasta Paul Haggis (Crash, Los próximos tres días) confesaba su desencanto con la iglesia y por qué había decidido abandonarla. La historia de Haggis resultaba tan impactante que inspiraría a otros ex-cienciólogos a romper su silencio sobre los abusos de los que habían sido víctimas y a contarlos en Going Clear: Scientology, Hollywood, & the Prison of Belief, el libro de Wright en que se basa esta película de Gibney.
Paul Haggis
Quizá sea ahora que tantos nombres relacionados con la Iglesia de la Cienciología, incluida alguna ballena blanca, están alzando la voz cuando podemos decir que las dualidades enfrentadas de las que hablaba The Master, esa mezcla de «buenas intenciones» y violencia con que se debatía el espíritu de Hubbard y que parecía hacer funcionar el culto, han colapsado por fin y la maquinaria ha perdido el control que parecía tener tan afianzado: el Cruise-placenta se ha comido a Tom Cruise. Going Clear puede darnos algunas pistas de por qué el Imperio Hubbard se está viniendo abajo. Lentamente, eso sí.
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