Frances, bailarina de veintitantos, vive en Nueva York, tiene un montón de amigos pseudoartistillas con apartamentos en París y un encanto especial. Frances se ríe a carcajadas, se emborracha de vez en cuando y está guapa sin peinarse.
Frances, más cerca de los 30 que de los 20, no puede pagar el alquiler, cambia de apartamento como de camisa y no consigue poner en orden su vida. Su mejor amiga la ha abandonado y su novio, también. Frances es undateable.
Entre la primera y la segunda lectura, entre el éxito y el fracaso, la felicidad y la desgracia se mueve Frances Halladay. Caprichosa, tierna y vulnerable, tiene ambiciones pero no sabe ni cuáles son ni dónde están; quiere ser independiente pero le sigue pidiendo a su amiga que la acompañe al cuarto de baño; trata de madurar pero su cabeza está tan destartalada como su dormitorio.
Frances Ha, la última película de Noah Baumbach (Una historia de Brooklyn, Greenberg) nos sumerge en la caótica Gran Manzana para asistir a uno de los viajes más accidentados de la vida humana, el que tiene por destino la edad adulta. Greta Gerwig (Lola Versus, A Roma con amor), musa indiscutible del mumblecore, con esa torpeza tan fresca y su particular forma de conquistarnos, da vida a la antiheroína posmoderna. Una chica que lo tiene todo —inteligencia, belleza y autonomía— y que, al mismo tiempo, parece no tener nada—ni trabajo, ni pareja, ni planes de futuro—. Aunque Frances Ha es una historia sin grandes pretensiones en la que la estética y el ingenio prevalecen sobre el elemento intelectual, sí consigue que nos hagamos algunas preguntas. ¿Cuál es la edad a la que se espera que sentemos la cabeza? ¿Cuándo caduca la juventud? ¿El complejo de Peter Pan se diagnostica a los veintitantos? No es raro, entonces, que los nacidos en la segunda mitad de la década de los 80 encontremos cierto paralelismo entre nuestras vidas y la de la protagonista —salvando las distancias—. Y es que formamos parte de una generación que ha tenido ciertas facilidades y que, sin embargo, por hache o por be, en ocasiones, se siente incapaz de avanzar. La propia posibilidad de elegir entre tantas opciones —¿a qué dedicarnos?, ¿con quién compartir piso?, ¿volver a casa por Navidad?, ¿McDonald’s o Burger King?— coarta, paradójicamente, nuestra libertad. Nos abruma. Nos bloquea. Esta aparente contradicción es el resorte que mueve a Frances o que, más bien, la detiene. Añadamos a la mezcla la hostilidad del entorno y ¡boom! Los espectadores asistimos al periodo de autodefinición de un personaje confuso que bien podríamos ser nosotros mismos.
Quisieran o no invitarnos a profundizar en un argumento en apariencia sencillo lo que sí lograron Baumbach y Greta cuando se sentaron a escribir sobre una joven que baila raro, se cae en plena calle y se ríe de sus propios chistes fue construir un relato auténtico en el contenido y audaz en la forma. Si Truffaut hubiera dirigido un capítulo de Girls (Cinemanía) este sería el resultado. Con sabor alleniano y sonido Bowie. Con estética retro y temática contemporánea. Con un toque nostálgico y, al mismo tiempo, optimista.
No es una película brillante y puede que en un par de años la hayamos olvidado. Pasará por la taquilla sin pena ni gloria y algunos se la descargarán en sus casas para amenizar una noche tonta de martes. Aun así, merece la pena dedicar algo menos de 90 minutos a conocer a Frances. A la Frances desperfecta, despreocupada y neurótica que nos recuerda que nos hacemos mayores y que nos toca mover ficha. A la Frances que afronta los retos con optimismo y que lleva la carcajada por apellido.
httpv://www.youtube.com/watch?v=WqMaeBtK9TA
Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.plugin cookies
ACEPTAR