Flow Festival: ruido y nueces en Helsinki
La srta. Memberg, su cámara y yo nos incrustamos literalmente en mitad del Flow Festival de Helsinki en la tarde del sábado 13 de agosto, con medio programa consumido. In media res, recién llegados de Lappajarvi, el pueblo del poeta Arto Melleri, a cuatrocientos kilómetros de la capital, nos estrenamos en un escenario que nos conquistó en las dos jornadas disfrutadas. El espacio se hace llamar Balloon 360º y es un pequeño recinto con aire circense parcialmente techado por un gran globo que señala el centro. Bajo él se instalaba el escenario, casi a ras de suelo. Un globo que para mí representaba el mundo y sus músicas. Allí escuchamos a la saxofonista Linda Fredrikson con su cuarteto, a la Orquesta Baobab, a Timo Lassy y Teppo Mäkynen en dúo de free jazz bien noise, al trío de la arpista Brandee Younger con su sonido sensual que lo dejaba a uno grogui antes de que Nick Cave & The Bad Seeds nos vinieran a noquear.
Florence and The Machine
El hijo del predicador era cabeza de cartel el domingo. El viernes nos perdimos el plato principal de Gorillaz, pero el sábado asistimos a cuatro canciones del concierto central: Florence and The Machine. Cuatro canciones y no más porque me marché. Me aburrió. Pensaba en un quiero y no puedo ser Suzanne Vega o quizá solo echaba de menos el carisma de quien no necesita hacerse el carismático, la garra de la que, por lo general, adolece todo lo que va camino del mainstream. La Memberg se enfadó porque la dejé allá, aunque en realidad se enfadó porque el concierto fue una castaña.
Michael Kiwanuka
Sobrado de carisma va Nick Cave. Y sin necesidad alguna de halos misteriosos vimos a la banda de Michael Kiwanuka, sencillos en su puesta en escena, en un concierto dulce, hermoso que sonaba a ratos a Bob Marley y a ratos a Marvin Gaye, ambos bien interiorizados. Nos dejaron el cuerpo la mar de limpito como duchados por dentro para asistir al torrente de Nick y sus ‘malas semillas’. Tiene el artista australiano la ternura del punk y la soberbia de un semidiós y viceversa: la soberbia del punk y la ternura de un semidiós para con sus rendidos seguidores en las dos horas de concierto con las que nos abrumaron como si fueran dos semanas. Finalizado el espectáculo, que empezó de día y acabó de noche, tenía uno ganas de cazar un animal. Necesitábamos proteína. Lo peor de Nick Cave no es que te quita las ganas de escribir, lo peor es que entregarías a tus hijos en sacrificio si te lo pidiera. Parece exagerado y lo es, como la calidad de su banda y como la cantidad de puestos de la comida más variada y diversa que uno pueda imaginar: tailandesa, mexicana, japonesa, marroquí, china, balinesa, mediterránea… Excepto finlandesa, había chiringuitos y más chiringuitos de comida sana que debieron de hacer las delicias del veganismo rampante y del hipsterismo local. Eso sin contar los puestos de zumos, smoothies, seudoyogures, helados, té, café… Los finlandeses no venden su comida en chiringuitos, pero lo organizan todo muy bien.
El recinto amplísimo está cerca del centro, al ladito del barrio de Kallio. El aparcamiento para bicicletas y patinetes eléctricos era gigantesco, el agua gratuita. Había casi más baños portátiles de los que se necesitaban. Se podía pagar todo con tarjeta sin necesidad de tiques ni gaitas y, si querías pasar de la vida limpia y sana, también podías hacerlo, podías enciscarte en los recintos acondicionados para las pinchadas y los drogotas. Tres espacios distintos con pinchadiscos para bailar tanto y tan bien o tan mal como te lo permitiera el colocón. Todo y más, sin olvidar casi ningún tipo de estilo musical entre los que vimos y escuchamos, por ejemplo, al rapero Freddie Gibbs o a las guitarras ruidosas del postpunk de los jóvenes dublineses Fontaine D.C.
Ruido y nueces, en definitiva, en Helsinki para los 90.000 asistentes de los tres días del Flow Festival 2022.
Fotos: Azahara Memberg
