Polis de segunda que se marean al ver un charco de sangre. Fanfarrones que fueron los chicos malos del cole y que 20 años después reciben su merecido. Asesinos a sueldo grotescos. Pringados que quieren formar parte de un juego que les viene grande. Femmes fatales de rimmel seco y camisón desgastado. Y un malo muy malo que hace volar cráneos sin cambiar el gesto. Bienvenidos a Fargo.
Hace unos meses me comentaron en el trabajo que habían hecho una serie basada en la mítica peli de los Coen. Recordé a McDormand, ganadora del Oscar; a un pusilánime William H. Macy intentando hacer de su vida un thriller, a Steve Buscemi en un papel que le iba como gatillo al dedo y el magistral pulso de Joel a la hora de manejar la batuta. Irremediablemente pensé que el que osara emular ese maravilloso cóctel y trasladarlo a la pequeña pantalla solo podía hacer una serie de mierda.
Después, en casa y solo por curiosidad, consulté su ficha en Filmaffinity. No conozco a Noah Hawley pero sí a Billy Bob Thornton, a Martin Freeman, a Adam Goldberg… Una puntuación de 8, más críticas verdes que rojas y un teaser magnético me incitaron a concederle el beneficio de la duda. Y caí.
Fiel al imaginario y al estilo agridulce de los Coen, Fargo arranca debatiéndose entre la comedia y el suspense. Parte de una premisa lo suficientemente ambiciosa como para acercar su argumento al de la película del 96, y lo suficientemente respetuosa e inteligente como para distanciarse del mismo a tiempo. Hay humor macabro, violencia, carcajadas, silencios, tormenta y calma. Guiños y ecos que homenajean a una de las comedias negras más mordaces de los 90. Pero también hay un relato propio e independiente —con su presentación, su nudo y su desenlace— que es, en sí mismo, una obra con entidad e identidad.
Siempre a caballo entre la brillantez y el patetismo, sus personajes son caricaturas de sí mismos que se mueven sin rumbo sobre la llanuras heladas de Minnesota. Gente cuya rutinaria tranquilidad se ve alterada por una cruenta y despiadada matanza.
Lorne Malvo (Thornton) es el asesino implacable que provoca escalofríos y sonrisas. Un depredador nato, eje vertebrador de la serie, capaz de influir con palabrería pseudofilosófica en la aburrida existencia de Lester Nygaard (Freeman), su antagonista: un vendedor de seguros anodino y gris que encuentra en él el impulso que necesita para vencer su carácter sumiso y coquetear con el lado oscuro. Molly —perspicaz, pasional, justa y perseverante—, Gus —bonachón con más sentido del deber que agallas—, Mr. Numbers y Mr. Wrench —extraña y cómica pareja— y un puñado de sujetos más que hiperbolizan y parodian la naturaleza humana terminan de completar el elenco. La audacia, la pericia, la venganza, el miedo, la insatisfacción, la codicia, la crueldad y la estupidez se pasean por los 10 capítulos de esta primera temporada sobrecogiéndonos, haciéndonos disfrutar y provocándonos un placer en absoluto culpable.
Fargo bebe del cine y eso se nota. Quizá no sea una obra maestra pero es una ficción bien ejecutada, dirigida e interpretada, con un ritmo vibrante y algunos momentos magistrales que nos obligan a decir “chapó”. Con un nivel así es raro que haya pasado tan discretamente cosechando solo dos premios Emmy de los 18 a los que aspiraba. El reto de adaptar un filme tan aclamado y hacerlo con gusto, autonomía y personalidad parece casi imposible. Y sin embargo Hawley lo ha hecho —y muy bien— plantando lo mejor de los Coen en su propia cosecha.
Las estadísticas nos dicen que las segundas partes no son buenas, que los remakes son pretenciosos y que los spin-offs fracasan. Pero a veces, afortunadamente, no se cumple la norma. Ya lo dice Billy Bob Thornton en su papel de Malvo: “has pasado toda tu vida pensando que existen reglas pero lo cierto es que no las hay”. Y por eso Fargo no es una mierda.
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