La entrada del bloque donde vive Victoria Sahores Ripoll ya da pistas sobre su personalidad: la bici clásica holandesa aparcada en las escaleras, el olor a té recién hecho o los pequeños detalles de decoración vintage de su casa, que se pueden apreciar desde el hall, son algunos síntomas reveladores de su buen gusto para saborear la soledad, de las muchas posibilidades que ha buscado para disfrutarla y de los buenos frutos que obtiene por ello, algo que es posible descubrir tras un rato de charla con ella en su pequeño estudio de una céntrica calle de Málaga.
Victoria es argentina, tiene 29 años, aunque desde los 19 vive en Málaga, donde estudió Fotografía Artística, luego se fue a Madrid a hacer Cine de Animación. Actualmente cuenta los días que faltan para el 7 de febrero, cuando se celebra la gala de los Goya, sirviendo cafés y haciendo unas tartas de zanahoria riquísimas en el moderno café de Málaga en el que trabaja. Está nerviosa y muy sorprendida, no obstante, para ella esta nominación de su cortometraje de animación El señor del abrigo interminable a los Goya no es más que “una palmadita en la espalda para seguir adelante trabajando y soñando alto”, como ella misma dice. Aunque la ceremonia de los Goya, a la que asistirá como nominada el primer fin de semana de febrero, es un gran reconocimiento y un acontecimiento envidiable tanto dentro de sus colegas del audiovisual como fuera de él.
La humildad y la sencillez, dos virtudes que generalmente se dejan de lado en el mundo artístico, son las cualidades que mejor definen a Victoria, una verdadera artesana del cine. Ella misma es quien se encarga de la dirección, animación y música de sus cortos, “por falta de financiación” dice, pero también se debe, según ella misma reconoce, a que es una persona muy exigente, muy perfeccionista. “Tengo el mal de que me gusta hacer todo”, confiesa. Por ello, ha pasado más de 10 meses trabajando una media de 10 a 12 horas diarias en la creación de sus personajes. “Con mi trabajo creo vida y eso me encanta”, expresa Victoria, quien confiesa que le “gustaría que le gustara menos crear estos mundos imaginarios”. pues si por ella fuera, se pasaría todo el día dedicándose a eso. Mundos bastante solitarios, como ella, pues a diferencia del cine “normal”, en estos rodajes no participa un gran equipo de personas, pues todo el proceso se reduce, en su caso, a una sola. Victoria es la responsable de dar forma a una plastilina profesional exageradamente dura que permite hacer los detalles más pequeños de sus personajes de stop motion, a quienes luego les crea un molde de yeso y otro después en silicona para dotarles de huesos y articulaciones. Finalmente, les proporciona vestuario y peluquería deteniéndose en los detalles más minúsculos para que nos parezca totalmente natural que parpadeen o queramos conocer la historia que se esconde detrás de las realistas expresiones de sus caras.
Un cortometraje que ha bebido de los silencios del cine de Adam Elliot, Jim Jarmusch o Aki Kaurismäki, autores de referencia para Victoria, y que también tiene mucho de viaje, pues algunas de sus partes han sido construidas a caballo entre Málaga y Madrid, como la propia autora, que reconoce que son dos ciudades que ama y entre las que han surgido cosas del corto, como las nubes que aparecen en el cielo del mismo, que fueron fotografiadas por Victoria en un viaje en coche de Madrid a Málaga.
Además, es ella misma quien da vida al mundo en el que viven ayudándose de los objetos que le proporcionaba su madre gracias a sus expediciones a los mercadillos de la ciudad y de su infinita imaginación, que no duda en buscar en supermercados ingredientes con los que fabricar sus escenografías y donde encontró la solución para conseguir nieve (la harina, culpable de la bonita relación por correspondencia que surgió con la limpiadora del lugar donde trabajaba) o el bosque, para el que utilizó las cortezas de árbol que venden en saquitos y ramas que ella misma recogió en su camino diario de su casa, situada en la zona de Canal, a la escuela de cine en Madrid donde estudiaba. Aunque normalmente es ella misma quien también se encarga de la música de sus cortos, para «El señor del abrigo interminable» ha contado con la ayuda de su hermano, que es el responsable de la banda sonora.
Un largo proceso, digno de un verdadero artesano, que culmina con un arduo proceso de posproducción a base de montaje y retoque fotográfico. Horas y horas sentada ante el ordenador, también en soledad aunque no en silencio. Según cuenta Victoria, Bob Dylan, CocoRosie, Cat Power y el presentador de El Séptimo vicio de Radio 3 han sido los mejores compañeros en el proceso de creación (hasta el punto de querer incluirlos en los créditos) de “El señor del abrigo interminable”, un corto que empezó con un boceto dibujado en un banco de un parque de Madrid, como el proyecto final de sus estudios de Dirección de Cine de Animación y que ha terminado viajando a las butacas desde las que se opta al mayor reconocimiento del cine español. Un logro más que envidiable en las circunstancias en las que se encuentra actualmente el cine en general, y mucho más, teniendo en cuenta lo difícil que lo tiene el mundo del cortometraje, por no hablar del mundo de animación…
Este género se encuentra poco valorado por parte de las instituciones pertinentes y también por parte de un público al que en ocasiones les faltan los conocimientos o las herramientas para descifrar la ingente cantidad de horas de trabajo que existen detrás de ese abrir y cerrar de ojos tan mágico que tiene el personaje que nos sonríe mirando a cámara. Aunque sí seamos capaces de dejarnos llevar por el mágico enganche al que nos arrastran esos fotogramas en movimiento cargados de sentimientos. Cintas tras las que es fácil intuir que hay personas especiales, que viven en la penumbra, a las que casi nunca ponemos cara, personas que se deleitan en el detalle, maestros de la perfección, profesionales del disfrute de la soledad, expertos en crear mundos para dar vida a las ideas que construyen sus mentes inquietas y verdaderos ingenieros en dar expresión y movimiento a la materia inerte. Ese tipo de persona que es la combinación perfecta entre la precisión de los ingenieros, la magia de los artesanos y ese raro atractivo construido a base de sensibilidad que caracteriza a las personas solitarias.
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