Hoy mismo andaba yo revisitando en uno de esos canales de la televisión por cable la película «Showgirls» de Paul Verhoeven. Nadie en el sano juicio de aquellos primeros y surferos años noventa quiso encontrarle virtudes a una película que puso patas arriba el concepto mismo de la intención cinematográfica norteamericana. «Showgirls» inyectaba nuevas incógnitas a la ecuación de un cine que tal vez ya necesitaba de más enfants terribles de los que creía. Verhoeven supo construir una mirada hacia una multitud de hipertextos asentados con un tamiz posmoderno en su pochez, reconstruyendo y haciendo suyo un discurso estético, rítmico y dialógico con una habilidad de prestidigitador audiovisual. Nunca un «me gusta verte correrte» sonó tan sin solución de continuidad, tan a epítome policrómico y orgiástico a la vez, por la sencilla razón de que, varios fotogramas después, el holandés Verhoeven (holandés como nacionalidad y como adjetivo calificativo) se calzará un plano en steadycam o un polvo en una piscina (tanto da) que nos harán excretar arcoiris por los ojos.
En «Mi loco Erasmus» Carlo Padial apuñalaba su propia novela «Erasmus, orgasmus y otros problemas», material de partida improbable que en su adaptación a la pantalla empezaba en esos locales de rabiosa vorágine Erasmus y terminaba en el salón de casa de tu abuela mojando bolsitas de té en disertaciones existenciales y metalingüísticas. En la novela que nos ocupa, varios personajes entrecruzan sus historias sin una premisa o motivación aparente. La única excusa es el cosmos académico para trazar un tratado sobre la insoportable levedad de existir flotando en la vida disoluta.
“Pues claro”, espetas al silencio mientras clavas tu mirada en la tinta que baña las páginas de este libro, “yo también he conocido a una Lourdes Dolores, a un Pablo Barbas o a una Karla”, sobre todo si tu ciudad tiene paseo marítimo. El sol atrae a las más atroces bestias del averno, a las terroristas que bañan sus traumas en las playas y a los trileros de más baja estofa para acabar convirtiendo el tránsito por las calles del Mediterráneo en un carnaval de vísceras. Imagínate a cualquiera de tus peores amigas (tú ya me entiendes) con el cerebro de Carlo Padial, este artista multidisciplinar que sabe leer el mundo de manera tan envidiable (Go Ibiza Go, vuelve, te necesito, te quiero). «Erasmus…» es así, un bálsamo contra la idiocia instaurada a golpe de mojitos, portazos dramáticos y situaciones de una pornografía que tiende a infinito, ingredientes todos que en la novela de Padial forman un gran potaje de aspiración total. En cierto modo volví a comprenderlo todo después de su lectura, comprendí por qué me gusta ser víctima o brazo armado de mi propia vida o ver en Youtube vídeos de Howtobasic antes de acostarme. ¿Es la levedad lo que realmente nos mueve?, ¿por qué, si es así, nos cuesta tanto desprendernos de la mirada inocente en una época que ya perdió su inocencia, como tan bien apuntó Umberto Eco? Verhoeven parecía preguntarse todo esto en «Showgirls». Padial se ajusta las gafas y nos susurra al oído «yo solo quiero ser yo». Me voy a mear.
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