Podría decirse que Denis Villeneuve practica un cine de aspiración total, que busca el deleite del espectador en la contemplación estética y el análisis en tramas de hondo calado. Películas como «Incendies» o «Prisoners» hacen gala de este despliegue en un equilibrio perfecto y por ello las encuentro entre lo más interesante que nos ha dado no ya solo el canadiense, sino el cine mundial independiente de los últimos años.
Por eso me acerco a «Enemy» con curiosidad, buscando la tesis sobre relaciones humanas y ávido de nuevas imágenes subyugantes. Y si a la pericia de Villeneuve tras la cámara le sumamos una historia basada en una novela de Saramago, uno de los grandes narradores de las complejidades humanas a través de la parábola, la propuesta no podría ser más atractiva. Pese a que el resultado no llega a colmar mis expectativas de la manera en que lo hicieron sus anteriores obras, encuentro en esta ciertos hallazgos que la salvan de la mediocridad. Recordemos que «Enemy» llega en 2013, mismo año en que el director canadiense nos regaló la estupenda «Prisoners», thriller que nos recordaba en todo momento al mejor Eastwood de este siglo, y tres años después de su monumental «Incendies». Esta vez ha apostado por una historia más pequeña, sencilla en su aspecto externo pero repleta de imágenes perturbadoras, de sabor lynchiano, que la hacen mucho más grande de lo que podría haber sido. Lo que en manos de otro director habría resultado en una nadería sin interés alguno (perdonen el cliché de la expresión), con Villeneuve es una película con un ritmo pausado pero que logra mantener la atención gracias a la potencia de su idea y una sensación de increscendo lento pero implacable, que nos conduce a un clímax explosivo y a un plano final que hará replantearnos muchas cosas que hemos visto.
«Enemy» explora la figura del «doppelgänger» con premeditado simbolismo. Es una película que, con todas sus pinceladas sobre personajes, relaciones imposibles y subconscientes en un clima urbano de opresión y colores amortiguados, nos invita a la reflexión sobre nosotros mismos a través del «¿qué pasaría sí…?». No colmará expectativas, pero tampoco se olvidará con facilidad.
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