Coreografías de contemporáneo imposibles, un solo desde el suelo acompañado de un piano, diálogos que se solapan, agua proyectada en la pared, el sonido de una trompeta, la muerte soltando un monólogo micrófono en mano acerca de la vida mientras una danza africana con personajes con plumas montan un número a todo trapo, escenas que ocurren sobre el escenario a la vez, un niño que escupe un intenso argumento filosófico sobre el nihilismo mientras repta porque tiene inmovilizadas las piernas, el solo de una guitarra eléctrica, una sirvienta que entra y sale del escenario para colocar cosas sin hablar, una versión a capela de Hope There’s Someone, un rinoceronte blanco hinchable gigante, la sirvienta que se come un bocadillo debajo de la mesa mientras los otros personajes cenan sobre ella. Todos estos ingredientes y muchos más conforma el cóctel El último rinoceronte blanco, una adaptación de la última novela de Henrik Ibsen, El pequeño Eyolf, desde luego, no apta para puristas.
José Manuel Mora, responsable del texto, junto a Carlota Ferrer, encargada de la dirección, forman Draft.Inn, la compañía que ha decidido dialogar con esta obra de la última etapa del autor noruego, fechada de 1894. Mora explica que les interesó este texto porque “encierra un conflicto absolutamente contemporáneo: la responsabilidad de todos, hombres y mujeres, sobre lo que dejamos a quienes nos suceden y, sobre todo, esa asunción o no del mandato biológico de la maternidad”.
Pero no solo son estos los temas que trata esta obra contemporánea programada por los Teatros del Canal. El nihilismo, el egoísmo, el capitalismo, la maternidad, la educación de los hijos, la diferencia de clases, la congelación de óvulos, la soledad, los valores, el matrimonio o la herencia que se dejará a futuras generaciones sobre nuestro planeta son otras de las cuestiones que se plantean en ella.
Llenar los huecos, ese vacío interior, es una de las mayores obsesiones de los personajes de esta original propuesta, protagonizada por el perspicaz Cristóbal Suárez, que da vida al padre del niño que perdió la movilidad en las piernas debido a un accidente doméstico y que, tras unos años retirado para terminar de escribir su obra sobre la responsabilidad humana, vuelve para ocuparse de la educación de su hijo. Una madura Julia de Castro realiza una gran interpretación de la madre del niño, una mujer que deja a la vista sus debilidades de una manera excesiva, para resurgir al final de la obra. Lucía Juárez y Carlos Beluga completan el reparto, haciendo posible los números más hipnóticos de la obra con sus atléticas figuras y sus fascinantes movimientos. Verónica Forqué tiene una corta pero emotiva intervención al inicio de la obra, con un personaje místico, que hace una reflexión sobre la vida y la muerte exponiéndose al juicio de otro de los personajes claves de la obra, el hijo, obsesionado con la muerte del último rinoceronte blanco, al que da vida el pequeño Alejandro Fuertes con su sorprendente memoria y capacidad.
“Todo es bueno, porque todo pertenece a la naturaleza” es otro de los leitmotiv de esta obra, que también cuenta con una efectista iluminación, vestuario y escenografía.
Lo dicho, puristas que esperan ver el clásico de Ibsen, que se abstengan.
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