Solo quería comentaros que la noche del pasado jueves fui a ver a Sufjan Stevens en directo por primera vez. Sí, ese chico de Detroit tan guapete y sensible...
Está de gira con su último disco Carrie and Lowell dedicado a su fallecida madre Carrie, y en general a su infancia en Oregon.
Pasó por el teatro Circo Price de Madrid, un día después de estar en Barcelona, por lo que ya había tenido ocasión de leer alguna crítica. Todas ellas se deshacían en elogios hacia este cantautor, en su vuelta al folk íntimo y acústico, tras su electrónico The Age of ADZ. Y, bueno, tenía muchas ganas de sentir, en mis propias carnes, el ‘hype’ del momento.
Pero, aunque escucho mucha música, quiero dejar a un lado la crónica musical pura, puesto que no soy ni crítico, ni periodista. Me gustaría concentrarme en compartir la experiencia sensorial que supuso asistir al concierto de Sufjan.
Empezó al piano con una Intro y voces, para seguir con Redford a la guitarra. Desde ese momento se instaló un absoluto silencio en la sala, que nos ayudó a sumergirnos en su música. Dejé de escuchar y comencé a sentir, con mi vista clavada en esa playa desierta al atardecer y su oleaje continuo de los visuales. Mostrada a través de una especie de «ventanales de catedral», perfectos para la comunión musical que íbamos a recibir.
Sublimes Should have known better, Eugene, Death with dignity, la perfecta versión adaptada para el tono del concierto de Fourth of July y su final in crescendo de We all gonna die (ufffffff!), la homónima Carrie and Lowell ... Parece mentira que estuviera cantando sobre su difícil infancia con una madre enferma mental y multitud de parejas. ¡Además de a la muerte!
Porque de eso iba el espectáculo de anoche. Sufjan demostró un perfecto control sobre él mismo: gesticulando mínimamente en determinados párrafos, cambiando luces y visuales, para enfatizar la intimidad o disminuirla, aunando voces –perfecta Dawn Landes-, o quedándose solo con su guitarra en varias canciones, incluso cambiando su negra vestimenta, por una más reconocible gorra y camisa de flores en el bis… Todo funcionando al milímetro y en su justa medida en cuanto a contención. Justo cuando estabas más emocionado y dispuesto a llamar a tu madre para no irte a dormir sin decirle cuánto la quieres rompía con un final psicodélico en All of me wants all of you, que te hacía volver a la realidad de tu cerveza y amigos de la sala.
Y aunque esto signifique una pérdida de frescura y visceralidad, quiero pensar que no hay otra forma de estar tantos meses desnudándose musicalmente cada noche, delante de miles de personas.
Podemos hablar de algunos puntos negros: la religiosidad de algunas canciones y momentos, el precio de la entrada, o la comentada frialdad ocasional. Pero he de reconocer que quedo rendido ante este músico multiinstrumentista y a su mágico, emocional, tierno, sensible, onírico y preciosisimo show!
Así que de aquí en adelante, no pienso perderme ninguno de sus futuros conciertos porque, ya sabéis… We´re all gonna die!
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