Al novelista Karl Ove Knausgård le corresponde el mérito de haber agitado el panorama cultural con una oceánica novela autobiográfica en la que ha hecho del detalle vital el eje de una experiencia literaria que ha provocado el rechazo de muchos críticos, que ven en ella un gusto del hecho por el hecho, un contar pequeños sucesos sin ton ni son, sin descartar lo anecdótico y salvar lo realmente importante. Para quien crea que ese devenir de detalles es la historia de una apacible y correcta existencia nórdica, a la que desde el sur se ve como una vida tan idílica como aburrida, sólo tiene que echar un vistazo a este fascinante plan literario. Mi lucha, se llama el ciclo de novelas tomando prestado el título al mismo Adolf Hitler con una evidente declaración de intenciones: la complacencia queda descartada.
Mas de 3.600 páginas esparcidas por seis tomos reflejan sin embargo lo que el novelista piensa de su compatriota Edvar Munch (1863-1944), el artista noruego más relevante de la historia y una de las claves de la cultura europea: “El arte es tanto búsqueda como creación. Pero si es así ¿Qué es lo que se busca?”
Karl Ove Knausgård (1968)
Knausgård ha comisariado una exposición sobre Munch en el museo de Oslo que lleva el nombre del artista y que puede verse hasta octubre de este año. Es el diálogo entre un escritor y un pintor, ocupaciones en ocasiones tan mal avenidas, de fuerte y desbordante personalidad ambos que quizá no han chocado gracias al pequeño detalle de que uno de ellos está muerto. La apasionante fusión de sensibilidades ha quedado reflejada con fuerza en Towards the forest, el título de una muestra con una serie de obras en la que Munch habló de una naturaleza desbocada y simbólica en la que el hombre se reconoce y con la que se funde.
Y el novelista hace este recorrido lejos de El grito, la archiconocida obra de Munch que sin embargo no se encuentra en este museo, sino en la Galería Nacional de la capital noruega. Este icono del arte, y ahora también del turismo, es reclamado por los visitantes. Hay quien suspende la visita al Museo Munch en la misma entrada cuando le informan de que ahí no está El grito. Craso error, pues si bien es cierto que la versión más famosa del cuadro no está, sí que aparecen todas las pulsiones que el artista plasmó en su sordo aullido ante un atardecer de fuego.
El Sol (1910-13) – Edvar Munch
Las salas de la exposición Knausgård on Munch: Towards de Forest incluyen casi 150 obras, en las que el novelista quiere mostrar al pintor como al “artista que nunca encontró la paz interior”, una definición que puede servir también para explicar cada una de las páginas de Mi lucha. Con esta similitud entre dos mundos muy distintos pero unidos por el hilo del inconformismo creativo y vital, se recorre la exposición. El cuadro The sun (1910-13) recibe al visitante para mostrar la ambición de la luz como metáfora del conocimiento, máxime teniendo en cuenta que el destino de la obra era la Universidad.
A partir de ahí se despliega una mirada al paisaje como reflejo de la conciencia humana. Hay árboles que se confunden con torsos de hombre y figuras femeninas; caminos nevados y vacíos. Hay representaciones de la riqueza en las casas de campo con árboles cargados de fruta. Hay referencias al sexo y al tratamiento sensual de las figuras de Adán y Eva y el consiguiente enfado de Dios.
Ingse Vibe (1903) – Edvar Munch
En las obra del artista noruego se sienten referencias a La Divina Comedia, un tosco ensayo del cubismo en el magnífico paisaje Snow Ladscape Turingia (1906); el arte japonés en Blood Waterfall (1924-26); la perversión que el nazismo hizo de las ideas de Nietzsche en el retrato de la hermana del pensador alemán, Elisabeth Förster-Nietzsche (1906); la liberación de la mujer en el retrato de la actriz Ingse Vibe (1903), intérprete entre otros personajes de la Anitra de Peer Gynt (obra de otro noruego inmortal, Henrik Ibsen, a la que puso música uno más, Edvard Grieg).
Habla, en fin, de una espiritualidad violenta que busca a la divinidad en una naturaleza desbocada, misteriosa y a veces inhóspita, lejos del corsé de la religiosidad oficial. Habla de la esencia que se plasma del mismo modo en sus paisajes que en la galería de retratos con la que se cierra la exposición, que incluye un par de autorretratos. Al fin y al cabo, como dice Knausgård, “el arte de la pintura es percibir y luego hacer la distancia entre lo que se percibe y lo que se pinta tan pequeña como sea posible”. Y ahí es donde el novelista encuentra uno de los grandes logros del pintor: “El gran talento de Munch radica en su habilidad para pintar no solo lo que la mirada percibe, sino lo que subyace tras esa mirada”.
Eso cuenta el relato que hace Knausgård del artista de pincelada violenta, del expresionismo nórdico que bebió de fuentes como Van Gogh y que tanto marcó el arte del siglo XX. “Y eso es de lo que se trata ¿no? -dice Knausgård en uno de los paneles de la exposición- De la presencia. La presencia de un ser humano, de un paisaje, de una habitación, de un árbol. Y la presencia de una pintura que coloca en primer plano al ser humano, al paisaje, a la habitación y al árbol”.
Y todo ello queda plasmado con exactitud en la belleza de la serie de xilografías Towards the forest, que da el título a la exposición y sirve de cartel de la muestra. Un hombre vestido y una mujer desnuda posan de espaldas. ¿Un homenaje al escándalo de la mujer desnuda y los hombres vestidos que supuso Almuerzo sobre la hierba de Édouard Manet? ¿Una alegoría de la relación personal del artista con una mujer mayor que él? Otro misterio más para la obra del artista que estalló en un grito inaudible en el que tan bien se ha reflejado la sociedad europea del siglo XX.
Elisabeth Förster-Nietzsche (1906) – Edvar Munch
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