El artista David Wojnarowicz no eludió el choque contra la parte más reaccionaria de los Estados Unidos, esa que vuelve una y otra vez y que ahora está en la cresta de la ola con la era Trump. Wojnarowicz nació en 1954 en Nueva Jersey y murió enfermo de sida en 1992. Su legado es un continuo combate contra el atropello a las minorías y el abuso social contra los marginados. Brilló sobre todo en los ochenta y lo que pudo vivir de los noventa, unos años en los que el sida atacó con dureza ante la falta de respuesta y que provocó una debilidad en la vanguardia artística y social que fue aprovechada por los ultraconservadores. Él no se amilanó y fue el protagonista de sonadas polémicas contra el ala derecha de la sociedad norteamericana que veía en él a uno de los homosexuales empeñados en pervertir a esa Gran América a través del arte.
Cuando Donald Trump reina en los Estados Unidos encantado de encarnar el lado más turbio del movimiento conservador, llega a Madrid la exposición La historia me quita el sueño, una retrospectiva de la obra de Wojnarowicz, que pone de manifiesto su labor de activista en tiempos del sida y su combate continuo contra otras lacras de la sociedad. La exposición puede verse en el Museo Reina Sofía de Madrid hasta el 30 de septiembre y ha sido organizada en colaboración con el Whitney Museum de Nueva York y el Mudan Luxemburg-Musée de Art Moderne Gran-Duc Jean de Luxemburgo.
La faceta de combatiente tiene su continuidad en una obra de gran lirismo y belleza carga de simbología sobre la muerte, los sueños, el sexo, la religión y los mitos. Como tantos otros artistas, sus primeros pasos son la referencia a otros. Y así la exposición se abre con su homenaje a Arthur Rimbaud, una colección de fotografías en las que sus amigos pasean por Nueva York con caretas del poeta francés. No es de extrañar sus referencias a Rimbaud, quizá el más maldito de los poetas malditos, homosexual de corta vida que dejó una de las obras literarias más influyentes y que era adorado por el urderground neoyorkino de los setenta, con Patti Smith a la cabeza.
Sus primeras obras son referente de la época, tanto de las nuevas formas como de los materiales utilizados, más por la necesidad al contar con una escasa renta en el bolsillo que otra cosa. Wojnarowicz comenzó con la fotografía y aplicó técnicas de collage, mientras coqueteaba con la música con una banda del desafiante nombre, 3 Teens Kill 4, una rabiosa y a la vez poética mezcla de punk, garaje y new wave. Fue por esa misma época, los inicios de los años 80, cuando conoció a Peter Hujar, fotógrafo y celebridad en los círculos artísticos de Nueva York. Fueron amantes durante una corta temporada, pero mantuvieron una intensa amistad posteriormente. Hujar le enseñó el camino a Wojnarowicz, le convenció de que era una artista y le animó a pintar. En los textos de la exposición se incluye una cita de David explicando lo que Peter fue para él: “Mi hermano, mi padre, mi vínculo emocional con el mundo”.
Hujar es todo un icono de la fotografía. Su imagen más conocida es Candy Darlin en su lecho de muerte, en la que retrata a la actriz transexual en una cama rodeada de flores y que fue utilizada por Antony and The Johnsons para la portada de su disco I’am a bird now.
La relación queda muy bien descrita en la exposición. Hay una serie de fotos personales que Hujar le hizo a Wojnarowicz. Pero, sobre todo, queda patente en las tres imágenes que este tomó de su mentor en el hospital en el que falleció. Hujar murió de sida en 1987 y David pidió a todos los presentes que saliesen de la habitación para despedirse de él. También es el protagonista de la enigmática obra que puede verse en la exposición Peter Hujar Dreaming/Yukio Mishima: St. Sebastian, de 1982.
La muestra del Reina Sofía incluye referencias a los viajes a México de David. Allí rodó imágenes de la calle, pero, sobre todo, recogió la visión religiosa del país y su cercana relación con la simbología de la muerte. El aspecto más combativo de Wojnarowicz, ya presente en su serie Cabezas (1984), también se refleja en obras de gran formato en las que vincula hitos de la historia de Estados Unidos, como el Oeste o la Revolución Industrial con la violencia y la destrucción. Así, se muestra en El ocaso de la espiritualidad americana o en la radical mezcla de violencia y capitalismo de Das Reingold New York Schism. Esta explosión de arte político, en este caso con un potente uso del color y la imagen cercana al pop, incluso a las formas del cómic distópico, se mantuvo durante toda su trayectoria.
La última etapa de su vida estuvo marcada por el activismo que provocó el sida, desde los inicios, cuando apenas se conocía, pasando por la etapa en la que la exasperante lentitud de las autoridades sanitarias y los laboratorios dificultó el tratamiento, hasta la lucha por que la información se abriera paso entre la sociedad para facilitar el combate a la enfermedad.
Wojnarowicz fue atacado por los grupos derechistas. Utilizó las fotos que hizo a Hujar en el momento de la muerte de este para una obra que denunciaba la homofobia y la falta de atención del Gobierno. Formaba parte de la exposición colectiva de 1989 Witnesses: Against Our Vanishing. David escribió un texto para el catálogo de la obra, pero el tono le debió parecer demasiado duro a la National Endowment of the Arts (NEA) que retiró una subvención de 10.000 dólares que sólo aceptó volver a aprobar si el catálogo salía sin el ensayo de Wojnarowicz.
Las presiones al fondo de las artes venían, sobre todo, de la American Family Association, que en una carta que hizo pública acusó a la NEA de sufragar exposiciones de contenido homosexual que atentaban contra el sentimiento familiar, para lo cual utilizó imágenes de obras de Wojnarowicz. El artista los demandó y ganó el juicio, pero el clima seguía siendo asfixiante. «Cuando me dijeron que había contraído este virus, me di cuenta de que había contraído, además, una enfermedad social”, señalaba en el polémico texto, en el que atacaba a los políticos que intentaban paralizar la información necesaria para evitar la propagación del sida, entre ellos el entonces célebre Jesse Helms, un senador de Carolina del Sur que para el artista era “uno de los homófobos más peligrosos de Estados Unidos”.
Wojnarowicz falleció poco después. La fotografía de su cara semienterrada en el desierto de Mexico tomada poco antes o la obra Un día este chico, en la que lamenta la persecución de la homosexualidad, ponen fin a una exposición vibrante y amarga de un artista que no se rindió.
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