La fuerza generada entre el dominio neoliberal y el movimiento corporal se puede transformar en baile. La coreógrafa Luz Arcas ya dio muestras en un espectáculo anterior de cómo narrar mediante la danza las ansias de revolución política y ahora se ha marcado el reto de contar el intento de dominación del cuerpo para despojarlo de su individualidad y emoción liberadora. El neoliberalismo, que ha ocupado todas las esferas de la vida pública y privada, tiene que proceder a domesticarlo. Y es precisamente así, La domesticación, como se llama el nuevo espectáculo de la compañía La Phármaco, estrenado el 13 de noviembre en los Teatros del Canal de Madrid.
Se trata de un ambicioso proyecto en forma de trilogía bajo el título Bekristen / Cristianos del que La domesticación es el capítulo 1. Para ello Luz Arcas y Abraham Gragera se han remontado a la colonización como modelo que parte del Cristianismo y con el que se extiende el dominio político, social, cultural y religioso.
La Phármaco pone en escena un show que se inicia con un solo de la coreógrafa en el que mezcla movimientos con un bello, directo y contundente texto proyectado en la pared en el que da las claves para entender la complejidad que se le viene encima al espectador. “Pensé que bailar me salvaría de volverme del todo indiferente”, dice el texto.
Después aparecen los cuatro bailarines que proceden, excepto una de ellos, de fuera de Europa. Marcos Matus Ramírez, Danielle Mesquita, Paula Montoya y Papa de Zez.
El espectáculo no da tregua, quizá porque la dominación tampoco. Apela a la liturgia religiosa, la militar, el deporte, el sexo, Dios… toda aquella simbología que se ha trasplantado al mundo entero hasta el punto de hacer creer a las personas que los colonizadores saben más de sus vidas que ellos mismos.
La música sirve de hilo conductor, desde el piano clásico que da pie al cuadro inicial acompañado de sonidos distorsionados hasta una potente electrónica que marca el rito salvaje y tribal de la actualidad. Sobre la escena permanecen la violinista malagueña Luz Prado acompañada de la voz de David Azurza.
Este proceso de domesticación es sólo el capítulo 1 de esta trilogía de danza de combate tanto por su significado como por la potente fuerza física desplegada en escena por los bailarines. Es una muestra más, y Luz Arcas ya ha ofrecido varias, de cómo la danza contemporánea se aleja del elitismo al que siempre es asociada, para meterse sin protección en el charco de la gran batalla ideológica que subyace en lo que está ocurriendo en el mundo.
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