Consuelo López-Zuriaga es licenciada en Geografía e Historia y tiene un máster en Administración de Empresas y en Relaciones Internacionales de la London School of Economics, aunque ha dedicado buena parte de su vida a la ayuda humanitaria en organizaciones como Oxfam o Médicos sin Fronteras. En un momento en el que su carrera profesional estaba en pleno crecimiento, una noticia inesperada hizo que su vida cambiara de rumbo por completo: a su pareja le detectaron un cáncer con una corta esperanza de vida y decidió marcharse a vivir al campo. Ella decidió acompañarle en esta aventura y allí encontró el lugar y la tranquilidad para escribir Quizás en otoño, su primera novela, que ha sido finalista en el Premio Nadal 2021.
En contra de lo que se puede deducir de su sinopsis, Quizás en otoño no va sobre los estragos de la enfermedad, ni el vértigo que provoca divisar la muerte, sino que es un elogio a la vida, a la de verdad, a esos giros de guion con los que a veces sorprende, a esos inteligentes dribles con los que algunos responden a la adversidad, a esos fueras de juego que nadie entiende. Sus páginas destilan lo bien que sabe el vino cuando se brinda celebrando el esfuerzo conseguido hoy, aunque el ayer no fuera como quisimos y la incertidumbre pese sobre el futuro, la belleza que adquiere la naturaleza cuando se rinde a su curso o la tranquilidad que impera cuando se actúa desde el corazón. Cómo, a pesar de todo, merece la pena luchar por lo que uno cree y quiere en cada momento. Y, todo eso, sin un ápice de drama, victimismo o regocijo en el dolor. Efectivamente, no es casualidad que haya sido finalista del Premio Nadal 2021. En esta entrevista nos cuenta un poco más acerca de ella.
Hay un momento del libro, en el que los dos personajes principales (Claudia y Mauricio) hablan sobre Méjico y dicen que allí “existe una conexión con lo invisible y una concepción de lo posible completamente diferentes a lo que aceptaríamos en Europa”. ¿Crees que la clave de la protagonista es un poco esa, la posibilidad de vislumbrar lo posible entre lo que, aparentemente, parece imposible?
Sí, esa es una de las citas o momentos clave del inicio del libro, cuando todavía no se ha desarrollado la trama, pero ella, de alguna manera, está interpretando que puede haber algo de luz dentro del proceso vital que va a vivir y que va a sucederse. Creo que es una de las anticipaciones que tiene la trama en el momento casi inicial porque esa cita se produce en las primeras páginas del libro. Y sí, es una anticipación de lo que va a ser después. De hecho, la primera anticipación es la propia cita que aparece en la introducción del libro, que tiene una dedicatoria y una cita del pintor Balthus, que dice: “Hay que aprender a atisbar la luz. Sus inflexiones. Sus fugas y sus filtraciones”. El libro es eso, es una persona que aprende a buscar la luz.
En otro momento, también hablan de la fina línea que separa el concepto de buscador e insatisfecho, ¿crees que los separa una distancia muy grande?
La distancia no es tan grande, creo que se busca y se busca por insatisfacción, la insatisfacción es un motor de búsqueda. Realmente el problema es cuando eso se vuelve incesante y cuando realmente no hay un punto de destino y de satisfacción con lo que se encuentra. Pero la insatisfacción tiene una parte positiva y es la motivación a buscar territorios nuevos, a salir de zonas de confort, a explorar aspectos y territorios de la vida que de otra manera nunca lo harías.
Claudia dice que llegó a la conclusión de que la ley podía proteger a las personas a pesar de sus gobernantes y que también se podían humanizar las guerras. Como profesional que ha dedicado a la ayuda humanitaria buena parte de su vida, ¿compartes esta afirmación de la protagonista?
Creo que sí. La protagonista hace esa afirmación en el momento en el que se está creando el Tribunal Penal Internacional y cuando hay un giro radical en la concepción de los derechos humanos y en la salvaguarda de los derechos humanos a nivel global. Ese momento fue de grandísima esperanza para todos los activistas y los defensores de los derechos humanos. Evidentemente, el hecho de que los perpetradores de violaciones de derechos humanos no se pudieran proteger bajo las leyes de la soberanía nacional fue un avance impresionante en el mundo de los derechos humanos. Y creo que sí, la humanización de la guerra es la base del derecho internacional humanitario y, desde luego, aunque hoy día está muy en entredicho y si ponemos el ejemplo de Siria o de Yemen vemos que realmente el respeto al derecho humanitario actualmente es mínimo, pero, sin lugar a dudas, la guerra sí tiene esa capacidad de humanizarse en la medida de lo posible a través de la ley y del derecho.
Aunque parezca un oxímoron…
La propia protagonista lo dice, es como una contradicción en sí mismo: guerra y humanidad, pero eso es lo sorprendente del ser humano, su capacidad de destrucción y de amar en la misma instancia, y el derecho internacional humanitario surge así. Aparece cuando Henry Dunant, fundador de la Cruz Roja Internacional, ve un campo de batalla, tras la contienda de Solferino, con cuerpos deshechos, mutilados, con un nivel de barbarie insoportable. A partir de ahí, él dice: “no, tenemos que crear reglas para poder ordenar, si es posible, la práctica de la guerra”.
En un momento de la novela, la madre de la protagonista le dice una frase buenísima: déjate de salvar el mundo, el incendio lo tienes en casa. ¿Qué le dirías a aquellas personas que piensan que solo pueden ayudar si están en África? A veces creemos que solo podemos contribuir al mundo si nos embarcamos en una experiencia internacional viajando a otro país más necesitado.
A esas personas les diría que están muy equivocadas, de hecho, creo que se ayuda cuando se desarrolla un nivel de compasión hacia el otro, cuando eres capaz de asumir el dolor del otro y eso puede pasar en cualquier espacio alrededor tuyo, no hace falta irse a ningún lugar exótico, ni a ningún país en desarrollo. Creo que la empatía se desarrolla todos los días, a todas horas y con cualquier persona que te rodea y eso es la esencia de la humanidad y de la mente compasiva.
En otro capítulo, Claudia dice que la ayuda humanitaria es un lujo que se permiten los países ricos, ¿crees que de verdad es así, que existe esa concepción de la cooperación?
Ahí Claudia está en un momento de máximo cinismo, está totalmente decepcionada tras el acontecimiento y la muerte dramática de su compañera, y cae en el cinismo, en dudar sobre los ideales que ha mantenido hasta el momento y adopta el papel crítico, hipercrítico de mucha gente que piensa que los derechos humanos y la cooperación al desarrollo son cosas superfluas, políticas que solo se pueden permitir los países ricos e, incluso, las personas bien educadas, bien alimentadas. Porque, en realidad, parten de un nivel de privilegio que en otras partes del mundo sería impensable. Estás bien alimentado, estás bien cuidado, la vida te da para pensar en ese tipo de buenismos.
¿Has tenido la desgracia de vivir una situación tan dramática como la que experimenta la protagonista con Rashida?
Sí, hemos vivido algunas situaciones muy dramáticas de asesinatos de colegas, de personas de los equipos y sí, tiene un impacto. Y es ahí donde ves cómo la ayuda humanitaria está llena de héroes anónimos, de personas que, día a día, se la están jugando y no me refiero solamente a expatriados occidentales, sino a muchísimo personal local, incluso gente que trabaja para sus comunidades: maestros, promotores de salud, periodistas, abogados, gente que se la juega todos los días en defender cosas que aquí nos parecen básicas.
¿El haberte dedicado tanto tiempo a la ayuda humanitaria también te convierte en alguien más fuerte para enfrentarte a situaciones adversas con otra mirada?
Considero que te ayuda a relativizar muchísimo tu propio sufrimiento. Cuando has visto situaciones muy dramáticas, de pobreza, de injusticia extrema, de sufrimiento, de mucho dolor, cuando te toca a ti, en tu propia vida, en tu propio entorno sí tienes la capacidad para relativizar. Una de las cosas que me sorprendió más cuando iba a visitar proyectos, las temporadas en las que he estado viviendo en países en desarrollo trabajando en proyectos era la firmeza, la valentía y el coraje de muchísima gente que estaba en unos niveles de sufrimiento, de injusticia y de presión muy fuertes. Veías que tiraban para adelante, incluso en campos de refugiados, en situaciones extremas, en donde la gente está sumida en la incertidumbre más absoluta, ves que tienen un poder de supervivencia y que son realmente personas inspiradoras, no que den lástima, como tenemos a veces esa idea de “pobrecitos”. No, ahí hay gente muy inspiradora y con capacidad para hacer cosas realmente valientes. Entonces, realmente cuando te toca a ti, te hace relativizar el sufrimiento, te hace salir de tu propio victimismo, de tu burbuja de dolor y de tu autoimportancia, creo que cuando nos olvidamos de la autoimportancia, las cosas dan menos miedo.
En otro momento del libro, cuando su jefe de Londres le regala a la protagonista una figurita de papel le dice que, al elaborarlas, se simboliza el espíritu del animal y se elimina lo superfluo. ¿Es lo que le ocurre a Claudia para tomar la decisión final?
Sin duda, yo creo que el proceso que vive Claudia es un proceso de despojarse de todo aquello que no es esencial en su vida. Al inicio del libro es una persona mucho más enfocada en la mundanalidad de su vida, en su éxito profesional, en la imagen que proyecta de sí misma, en cosas en las que piensa que debe triunfar, en trenes que no debe perder. Es una mujer que está totalmente poesía por esa necesidad de triunfar y de demostrarse a ella misma que es capaz de llegar a donde ella se ha propuesto. La vida, de repente, le da un vuelco y la sitúa en un lugar donde ella no se esperaba y la obliga a ir descubriendo poco a poco cosas que son muchísimo más importantes que todo lo que antes a ella le parecía que era esencial para su propio desarrollo. En definitiva, el libro es un proceso de deshojamiento de todo aquello que es superfluo y de aprender a vivir con cosas muchas más esenciales, minúsculas, a veces demasiado pequeñas, imperceptibles, pero que, precisamente ahí está la esencia de la vida y de nuestra humanidad.
¿Crees que el cambio de ambiciones es lo que permite el cambio de perspectiva?
Sí, esa es la clave. Considero que es uno de los momentos más difíciles para Claudia es hacer el cambio de ambiciones. Para ella y para cualquier persona. Realmente en nuestra educación, de alguna forma, nos vamos programando para cumplir una serie de objetivos, nos vamos programando tanto en lo profesional como en lo vital, como en lo afectivo, como en lo social. Tienes unos objetivos que te has propuesto conseguir y cuando, de repente, la vida te pone en una situación donde todo eso ya no va a ser posible, donde esas prioridades han cambiado y se han desestabilizado, hacer ese cambio de ambiciones es tremendamente complicado para Claudia y para cualquier persona y creo que pasa más veces en la vida de lo que pensamos que es posible. Pasa muy a menudo. Unas personas lo viven de una manera muy consciente y aprovechan esos golpes para re-priorizar su vida y reconducirse a un camino más luminoso y hay personas que sucumben.
¿Crees que es más fácil encontrarse en la naturaleza que en la ciudad?
Sí, creo que sí. Aunque también depende de lo que busques de ti y de cómo sea el camino de búsqueda que te has planificado. Para mí, sin duda, la naturaleza ofrece un silencio, un tiempo contemplativo, una falta de ruido que hace que te escuches de una forma mucho más nítida. La ciudad creo que está hecha para un mundo de realizaciones, de consecuciones, pero el ruido, la agitación, a veces es inconsistente, el tiempo frenético no ayuda, no ayudan en absoluto a saber quién eres.
¿Es la adaptación y no la resistencia un poco la clave?
Sí, sin duda. Creo que, ante las situaciones adversas, es mucho más positivo intentar ser flexible, esto es como el junco que, frente al vendaval, con su flexibilidad puede moverse y no se parte. La resistencia nos lleva a incrementar el dolor, a la ruptura, la destrucción porque no somos capaces de entender lo que nos está pasando. Con la adaptación el dolor puede penetrarte, puede transformarse en luz, puede llegar a tener algo de constructivo.
Refiriéndose a Mauricio, su pareja, la protagonista dice en un momento determinado que escribir siempre había sido lo que le había conectado a la vida, lo que le sacaba de los pozos más profundos, ¿te pasa a ti lo mismo con ella?
Estoy convencida de que tiramos de la ficción para narrarnos a nosotros mismos y para, a fin de cuentas, entendernos a nosotros mismos. Sin duda, a mí me ha ayudado, igual que a tantos otros escritores. Yo sí creo en el poder sanador de la palabra. La palabra tiene una polaridad tremenda, puede ser destructiva o muy senadora y creo que usada en positivo, el poder de sanación, de comprensión de ti misma es realmente impresionante.
Cuando están en la fiesta de cumpleaños de su amiga Alexandra, Claudia, la protagonista, dice: “Y, como tantas mujeres, nos tragamos la duda y el orgullo y seguimos interpretando el papel que tan bien nos habíamos aprendido”, ¿es Claudia ese tipo de mujeres? No corresponde con el perfil que tiene.
No, efectivamente, ella no es ese tipo de mujer. Claudia, aparentemente, es una mujer emancipada, muy autónoma, pero en ese momento está totalmente corroída por la duda, la incertidumbre y por el veneno de la supuesta infidelidad de su pareja y eso la hace dudar de sí misma, de su pareja, por supuesto, pero, fundamentalmente, dudar de sí misma y por eso dice esa frase, que tiene una carga profundamente convencional, de mujer sufridora, cuando ella no es una mujer sufridora. Pero sí, en un momento de inseguridad con ella misma adopta ese papel.
¿Cómo se escribe una autoficción? ¿Y cuánto de ti hay en esta novela?
Parto de la base de que la ficción pura no existe, creo que es imposible desprenderse del yo al escribir en términos generales y lo aplicaría tanto si escribimos una novela intimista como si estamos hablando de una novela futurista o distópica. Es imposible prescindir del yo porque el ejercicio de escribir es un ejercicio de explorar dentro de ti mismo. Creo que tiramos de la ficción para narrarnos y contarnos a nosotros mismos y, al final, poder entender y recolocar nuestra vida. En esta novela hay mucho de mí en el sentido de que el propio arranque surge porque en mi vida la situación es la misma que la de la protagonista. Empiezo a escribir la novela cuando a mi pareja le detectan un cáncer, cuando pido una excedencia y dejo de trabajar y, de repente, estoy en un espacio en el que el tiempo se vuelve mucho más contemplativo y puedo escribir, tengo tiempo, puedo hacer reflexión y puedo iniciar ese proceso. Ahora bien, el resto de los personajes y de la trama están totalmente ficcionados, pero el arranque y el impulso de escribir la novela parten de ahí, de un episodio biográfico dramático, como es la detección de un cáncer y el anuncio de una corta esperanza de vida que le dan a mi pareja, que es una persona que yo amo.
¿Cómo ha sido el proceso de creación de la novela?
Creo que escribir una novela es principalmente un ejercicio de persistencia. Una novela requiere mucha voluntad, bastante disciplina y para mí creo que esa es la parte esencial, tener la voluntad de escribirla, sentarte en soledad, pasar muchos momentos delante del ordenador e ir metiéndote en la historia, ir viviendo los personajes y construyendo ese mundo de ficción que va apareciendo como por arte de magia. En cuanto al proceso creativo, soy una persona que necesita planificar la novela. Sí tenía bastante planificado cada capítulo, tenía una escaleta bastante clara de lo que iba a suceder en cada momento y, sobre todo, porque me preocupaba que fuera aburrida, que al ser una novela de corte más bien intimista pudiera ser pesada, lenta. Siempre me preocupaba bastante de la trama, de la tensión narrativa, de la tensión dramática, de que realmente fluyera y para conseguir eso, creo que es importante tener todo el cuadro de la novela, es decir, toda la sucesión de capítulos para que puedas ver dónde están los momentos de tensión y dónde están los puntos de descanso. Para mí, es esencial hacer esa planificación previa. No suelo escribir de golpe, sino que estoy un tiempo largo planificando la novela y observando qué ritmo, qué tono, qué puntos de vista y qué perspectivas va a ofrecer todo ese artefacto narrativo.
¿Las tramas las tenías ya claras antes?
Tenía claro que quería una novela de estructura muy sencilla, lineal, no quería una novela ni fragmentada ni con excesivas subtramas. Básicamente, quería construir una novela que fuera, en primer lugar, desde el punto de vista de ella, no desde el de él. El punto de vista no es el punto de vista del enfermo, sino de la persona que está con él y de cómo la enfermedad impacta en quien acompaña a alguien enfermo y eso es esencial. Y, en segundo lugar, tenía claro que era una novela de dos, no una con grandes ramificaciones y con grandes subtramas, con laberintos, vericuetos y mucha pirotecnia. Quería una novela sencilla, lineal donde nos pudiéramos meter en el universo y en la cápsula en la que viven Claudia y Mauricio.
¿Cuál es el momento en el que te decides a escribir?
Probablemente en el momento en el que dejo de trabajar intensamente, me voy a vivir al campo y tengo una situación de paz mental y de concentración lo suficientemente grande como para poder invertir ese tiempo en escribir y tener un espacio que también lo favorecía. Luego me pareció importante contar lo que me estaba pasando, me pareció que podía ser, desde luego, muy sanador para mí y que, si en alguna medida, podía ayudar a alguna persona que fuera a leer la novela y que hubiera vivido situaciones similares, pues que sería un doble efecto para mí. Por lo menos yo, en algunas de mis lecturas, he obtenido muchísima alegría, consuelo, aprendizajes, me he emocionado con algunas historias, algunas me han servido para aprender, para empalizar y para poder mirarme en ese espejo. Si a alguna persona mi novela le sirve de espejo, sería estupendo.
Cuéntanos sobre tu trayectoria.
Estudié Geografía e Historia y después hice un máster en Relaciones Internacionales y Administración de Empresas en Londres. Pero mi trayectoria profesional la mayor parte del tiempo, exceptuando unos años que estuve dedicada al mundo del arte, fundamentalmente se ha desarrollado en la ayuda humanitaria y la cooperación internacional al desarrollo, he trabajado en varias organizaciones, entre ellas Médicos sin fronteras y Oxfam en diferentes puestos, fundamentalmente en la parte de campaña de incidencia política en Oxfam y creo que me ha dado una perspectiva impresionante sobre todas las problemáticas que agitan al mundo actual y sobre dónde están los puntos que realmente están haciendo que el sistema falle. Realmente toda esta trayectoria profesional creo que sí ha servido para algo, para ofrecerme una mirada propia del mundo, tener la posibilidad de salir de mis propias verdades y de deconstruir lo que había aprendido. Cuando entras en contacto con estas realidades, sobre todo con la de la pobreza y la desigualdad de la guerra, te transforma y te sirve para desaprender lo aprendido.
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