Con sombrero y abrigo largo negro, con cierto aire bucólico, como la tarde estaba, así apareció Carlos Boyero en La Térmica. Llegó a Málaga para “Palabras Mayores”, un acertadísimo ciclo de charlas, que tiene en su programa de actividades La Térmica, con ese tipo de personajes famosos a los que respetas, por los que sientes curiosidad, a los que deseas escuchar contar historias como “el subidón que te puede dar una película cuando te sientes muy solito”.
Allí estaba él, con puntualidad inglesa, los que le siguen ya saben cómo es, nunca se sabe por dónde ni cómo va a salir, por eso todos estábamos expectantes por ver sus reacciones ante determinadas preguntas, pero estuvo prudente, calmado y de muy buen rollo. Junto a Luis Alegre, que fue el encargado de guiar la charla haciendo un recorrido por la vida de este crítico, que se autodenomina “género”, contó cosas como que su paso por el internado, en el que estuvo de niño, le sirvió para desarrollar un odio prematuro hacia la autoridad y el poder, que en aquel entonces se encarnaba en “bestias ensotanadas”, y también para descubrir “el calorcito que se pueden dar los humanos” a través del refugio que encontró ya entonces en la amistad.
Niño malo, adolescente existencialista y de mayor, hombre tranquilo, como una de sus películas preferidas, también sin pelos en la lengua. “Siempre he contado lo que pienso y lo que siento, tanto en las críticas de cine como en cualquier otro aspecto de la vida, algo que puede llegar a ser muy doloroso”, reconoce el salmantino, quien afirma que las mayores repercusiones que le ha traído esta forma de ser no han sido en el cine, sino en la vida cotidiana y en la política. De esta última también habló refiriéndose a ella como “un cutrerío lamentable” en el que ni siquiera hay buenos actores. “No hay forma de encontrar villanos atractivos”, dice. Por ello, a sus 61 años, Carlos Boyero va a perder su virginidad en las urnas, según confesó entre risas asegurando que va a votar por primera vez porque lo que hay le provoca «un asco muy profundo» y que ya que «le van a joder, que sean otros» o, al menos, porque sabe que «tardarán un tiempo en corromperse».
Reconoció que desde muy pequeño ya supo que iba a ser alguien molesto. Contó que le echan de todos los lugares: del internado en el que estuvo de niño, del colegio mayor por drogadicto y de diversos trabajos como el que tuvo en la Guía del Ocio. También recuerda que desde muy pequeño supo que “la vida estaba en otra parte”: en los libros, en la música, en las películas. “De niño, la mayoría de cosas que tenía que aprender por cojones no me interesaban”, explicaba Boyero, quien con 3 o 4 años ya sabía que no existe un sitio mejor en el mundo que una sala de cine. “Lo que la vida no te ofrecía, te lo daban las películas”, reconoce este crítico de “escritura personal” y es que, como él mismo dice, su vida se cuela por cada cosa que escribe, una vida poco reposada, al igual que sus críticas, que escribe en caliente. “Nada en mi vida reposa y, a veces (no muchas porque tengo una extraña lucidez), me equivoco y me pillo rebotes conmigo mismo. A veces, como me pasó con La gran belleza, escribo sobre una película que no me gusta y vuelvo a verla en otro momento, lugar y con un estado diferente y pienso en lo tonto que he sido por no enterarme de lo buena que era; pero en cualquier caso siempre escribo desde mi verdad porque jamás tengo que decir nada por obligación y me da igual lo que cuenten y piensen los demás ”.
Boyero también corroboró que el cine configura nuestra percepción de la realidad y que en su caso hizo que tuviese una visión demasiado amarga de la vida. “El apartamento” y “El buscavidas” son su películas favoritas, con esta última recibió la mejor lección sobre el capitalismo: «el mundo de los ganadores y los perdedores, la autodestrucción y cómo sobrevivir cuando ya no se tiene nada», explicó.
Se considera una persona vitalista, aunque reconoce que fue un existencialista prematuro (y no por la pose de adolescente atormentado tan recurrente). También cuenta que en la universidad no hizo ni un solo examen, se presentaban por él sus maravillosos colegas de clase mientras él se dedicaba a jugar al póquer y levantarse a las tantas. “No quería hacer nada, no tenía ni idea de cómo quería ganarme la vida, yo con los libros, las películas, la música, las cartas, las copas y ligar de vez en cuando, me conformaba”.
Reticente a descubrir las bondades de Internet, aunque amante de las series (se declaró fan de “The Wire” o “Los Soprano”), ácido, una mezcla extraña entre lo clásico y lo contemporáneo, siempre alejado de lo rancio, por encima de todas las cosas opuesto a la modernez, contrario de lo cursi, siempre dispuesto con el bisturí en la mano, acusado de muchas cosas y por muchos, enredado en la polémica, siempre en el ojo del huracán, sin pelos en la lengua, descarado, a veces canalla, sin problema a la hora de prescindir de la piedad, pero es precisamente por eso por lo que nos gusta, si no ¿quién necesita a los críticos?
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