Crónica del encuentro con Carlos Pumares, en el Festival de Cine de Málaga, de la actriz y periodista Azahara Memberg, el cineasta Jon Rivero y el escritor riojano Ánjel María Fernández
“Te espero junto a Carlos Boyero” le escribí a mi contacto malagueño, la periodista y actriz Azahara Memberg, promocionando mis dotes para el pareado. Quedaban unos minutos hasta las nueve de la mañana. Estaba a punto de iniciarse la primera sesión del martes 25 de agosto, quinto día de festival, en el habitual teatro Cervantes. Vi al periodista, sentado delante del teatro, departiendo con quienes fuera que se escondían tras las máscaras. Reconocí su figura menuda pero enérgica de siempre y su cada vez más canosa raya al lado. Más tarde, ya dentro, tomada la temperatura (35,7º), sentado reglamentariamente a dos butacas de mi contacto malagueño, la figura de Boyero nos quedaba a la izquierda, al otro lado del patio, en la misma fila 14. Quise escribir un wasap, adolescente por la distancia, a quien tenía dos butacas más allá para decirle que intentaríamos abordar al periodista tras el pase del filme y caí en la cuenta de que me equivocaba de Carlos. Mirando la peli, absurdo enmascarado, en una tonta epifanía descubrí sin más que me confundía de Carlos. Al ir a escribir el apellido me percaté. Le puse gafas y gesto adusto al periodista de El País y comencé a buscar apellido al periodista sin gafas, menudo, todo canas, sentado a siniestra. Quería decir algo así como “Abordemos a Carlos X a la salida, lo tenemos bien cerca. Tratemos de entrevistarlo”, pero no daba con la equis de mi quiniela, no podía acabar y enviar el mensaje. Proyectaban sin pena ni gloria la argentina El silencio del cazador, de la que Carlos X nos diría más tarde, entre otras cosas, que “no se entendía nada”. En uno de esos diálogos en el que, en efecto, poco o nada se entendía, escuché lo que fuera que escuché, la onomatopeya con su “p” y su “m” y algo parecido a una “r” final que, reunida en un palabro, enmendó mi equis: Pumares. Carlos Pumares. Polvo de estrellas. Envié el mensaje a mi contacto malagueño. Asintió, reglamentariamente, dos butacas más allá, con su inigualable sonrisa de ojos. Me pidió de paso que bajara la luz del móvil y el sonido de la vibración. No lo hice. Pasado un buen rato, y sin acabar la peli, don Carlos hizo mutis. Quizá solo va al baño, me dije; pero ya no regresó. Fuga de Pumares y adiós a la entrevista.
Tras el pase, en el café de rigor, mientras llegaban las doce y cuarto de la película siguiente, de charleta animada con mi contacto malagueño y con el cineasta Jon Rivero, vi a Pumares. A unos pocos metros de nosotros, parecía venir al encuentro. Traía el lento caminar de las estrellas del cine, y el de los largos ratos de espera. Le hice un gesto, familiar, como si nos conociéramos. Me levanté, me acerqué a él y le pregunté si tenía tiempo para unas preguntas. Me miró pensando tú quién eres, nos echó un rápido vistazo y se sentó, muy amable, a la mesa. Con permiso, nos pusimos a grabar. A Pumares las escenas de sexo de la recién vista le parecieron oscurísimas. Cuando objeté que no lo eran tanto, me vino a explicar que un polvo es algo personal, privado. Y lo adornó con un chiste: Ese que va por el bosque, oye ruidos y pregunta:
-¿Quién anda por ahí?
-Gente.
-¿Y qué están haciendo?
-Más gente.
Entre risas, nos cuenta que viene a Málaga desde que Carmelo Romero inventó el festival, hace veintidós años. Le pregunto cuánto ha mejorado la industria española de entonces para acá. Y responde con un hecho: estamos viendo cintas de 2019 en agosto de 2020. Como la que vendrá a continuación, de Arturo Ripstein:
-¡Las de Ripstein son siempre un coñazo!
-Por el tráiler de la de hoy diría que no lo va a ser tanto.
-¡Uy, los trailers! ¡Los tráilers son siempre cojonudos!
-Incluso los de Ripstein…
-¡Incluso los de Ripstein! –repite divertido, y remata- ¡Debería haber un concurso de tráilers!
-Pero, Carlos, ¿no es esa la magia del cine? La ilusión…¿No son los tráilers ilusión? ¿No es cine?-La hermosa pregunta, la afirmación en realidad de Jon queda en el aire pues estamos con ganas de broma.
-Tenemos que hacerlo. Hagamos un concurso de tráilers. Lo propondré a Octubre Corto, el festival de Arnedo. ¿Podemos contar con usted?
Saltamos de un tema a otro. Pumares nos cuenta que está tratando de hablar con Rebordinos para confirmar o no la celebración del festival de San Sebastián. Según Jon, hay un acuerdo entre varios festivales para desarrollarlos online. Don Carlos nos declara su amor por Sitges. Al ser en octubre es posible que se lleve a cabo, según cree. Lo dudo en silencio. Supongo que lo confunde el deseo.
-Yo, si solo hubiera un festival en el mundo y fuera Sitges, voy. Y si hay dos mil festivales y solo he de ir a uno, voy a Sitges. Porque es cojonudo. Seis películas diarias. Y además es perfecto porque la primera es a las 8,15, y de verdad empieza a las 8,15. Después desayunamos y seguimos. ¡Seis películas diarias! Maravilloso.
-¿Las ruedas de prensa allí son más largas?
-No, yo no voy a las ruedas de prensa. Solo voy a las ruedas de prensa en Cannes. Donde hay gente…
El tema de la gente lo lleva a contarnos su encuentro más hermoso con eso que llamamos “gente”, a la que ponemos comillas:
-Mi mejor recuerdo lo tengo de Los Ángeles. Fui dos años seguidos a los óscars y desde el mismo hotel hacía Polvo de estrellas. Pero un año le concedieron a Martín Ferranz hacer la gala por televisión. Y allí nos permitieron acudir a los ensayos. Nunca lo olvidaré. Mientras esperábamos, oí un taconazo y vi pasar a Elizabeth Taylor. A esta distancia. –mueve los brazos como si diera un capotazo- y a continuación llega Paul Newman. Fue increíble. Después, en el programa teníamos siempre cierto cachondeo con Kathleen Turner. Y en estas que se oye un taconeo, va y aparece, con un traje chaqueta… ¡La Turner! Se queda parada y me pregunta: “¿Español?” Asentí, se acercó y allí estuvimos charlando un buen rato. Yo sabía que su padre había sido diplomático y que habían vivido muchísimos años, desde que era pequeña, por Sudamérica así que hablaba español perfectamente. Ya nunca más volví a Los Ángeles. Habiendo visto a esa distancia a Elisabeth Taylor y a Paul Newman para que iba yo a volver.
-Entonces fue un sueño, una fantasía. Lo que debería ser el cine…-dice Jon.
-Sí, claro. Yo nunca lo olvidaré. Y esa charla con Kathleen Turner, preguntándome quién era, qué hacía allí…
Nos habla como un niño quien colaboró con Balbín en la selección de las películas que ilustraban el viejo y añorado espacio televisivo que fue La clave, quien experimentó en radio con formatos novedosos para hablar de cine, quien conformó el grupo de los contertulios de aquellas televisivas y taradas Crónicas marcianas de Javier Sardá, quien colabora desde hace años en el diario La Razón escribiendo sobre festivales…Carlos continúa, nos explica que compró un “chisme” con el que viaja y ve todas sus películas. Abre en el hotel su pantallita y se pone a la tarea. Generalmente se desplaza en coche, excepto a Málaga y pocos sitios más, así que lleva su álbum, donde caben unas doscientas películas y tira millas. En tres de esos álbumes nos cuenta que dispone de unas seiscientas cuarenta cintas en total.
El periodista crítico de cine Carlos Pumares.
-Carlos, ¿qué película vería una y otra vez? ¿El apartamento, por ejemplo?
-No. Yo la que he visto muchas veces es Casablanca. Y Blancanieves –bromea- ¿Sabéis por qué? Porque desde que vengo a Málaga, en la butaca que me dan, llevan veinte años sin poner a nadie en los tres asientos siguientes y siempre pienso en Blancanieves y los siete enanitos. Para que quede bien el enanito no hay butacas ocupadas a su lado. Veinte años sin asientos.
-Su lugar en el mundo –dice Jon.
-Mi lugar en el mundo –sonríe.
Debatimos con Carlos sobre el tema de las entradas, la molestia que le causa tener que andar con el tiquecito en cada sesión. Comentamos la estafa que supone el cargo de 0,9 céntimos de euro en una entrada de 3,5 cuando la compramos online. Nos demoramos en el problema de auditorio del festival malagueño, en la inconveniencia de que el teatro sea el espacio principal (mil butacas) ya que no está bien acondicionado para ver cine, para perderse en la caja oscura y mágica que ha de ser un cine: la sonoridad no es la adecuada, hay reflejos de luz, se ven los palcos, cuesta recordar que estamos ante uno de los inventos más alucinantes creados por los seres humanos. Peroramos sobre la oportunidad de construir un auditorio. Parece que es un problema de espacio pues no hay solares adecuados en el centro. Sugerimos las afueras, el uso de autobuses y hasta bromeamos con la idea de que tiren varios edificios para levantar una gran sala. A la pega del teatro, sumamos las de los Albéniz en algunas de cuyas salas se oye la película que uno ve y las de las otras dos salas. Se explaya Pumares acerca de la pesadilla de los teléfonos sonando y las pantallas iluminando el patio y asentimos a pesar de que algunos de nosotros lo hacemos. Nos detalla la anécdota en Sitges, la mañana en aquel auditorio tremendo (2.680 personas), cuando, harto de la mujer que asistía a todas las sesiones con el telefonito, muy cerca de su asignada butaca de siempre, viendo Blair Witch 2, “peor aún que la primera”, le dijo a la mujer en cuestión, “en un tono normal”, algo así: “Apaga de una puta vez el jodido teléfono”. En ese momento, a la mujer, sobresaltada, se le cayó el aparatito al suelo. Se levantó de su butaca y se fue del auditorio. Al final del pase, la plana mayor del festival lo estaba esperando. Mientras él les explicaba que no había hecho nada, se acercó la mujer del teléfono y le mostró el texto escrito en su pantalla: “El grito de Pumares, lo mejor de la película. Lo deberían poner en casi todas”. Trending topic.
Yo tenía a Pumares por catalán. En realidad, siempre pensé que su apellido no era ni Boyero ni Pumares, sino Pomares, y él lo hacía sonar con “u” en vez de “o” porque era de Barcelona, pero don Carlos es de Portugalete, de1943. Ahora lo entiendo todo. Insisto en la pregunta sobre la industria española del cine y la elude, o quizá responde, como quien no quiere la cosa, mirando (apuntando) a otro lado: “Esa no es la cuestión. Aquí, por ejemplo, el festival está muerto. Es un error programar solo cine español. Que sea como San Sebastián, como Valladolid: un festival internacional con películas de todo el mundo. Se acabó lo de las películas españolas porque no puede ser que, a medio festival hayamos visto tres películas de 2019 en agosto de 2020”. Supongo que Pumares no contempla la posibilidad de que en este año peliagudo pocos quieran estrenar. Tampoco estamos contemplando la idea de que el festival estaba programado para marzo así que casi lo que resulta extraño es que haya tantas películas de 2020.
Se acerca la hora de la segunda película de la mañana, El diablo entre las piernas, De Ripstein. Insiste don Carlos en lo mal que se escucha el cine en el teatro, en lo coñazo que son las películas de Ripstein, “aunque se entiendan” y en el falso blanco y negro con el que se filma. “Blanco y negro era lo de antes. Aquellas películas en sacas de treinta y cinco kilos. Yo lo conozco porque trabajé en una época en la Filmoteca Nacional de Madrid y cuando enviábamos las cintas a la de Barcelona, me encargaba de llevarlas a la RENFE. Por eso sé lo que pesaban”. Bien ligeros de equipaje, volvemos al cine (al teatro) a ver la de Ripstein. En la entrada me apuntan en la frente: 36,2 º. Tras un rato de conversación con Pumares me subió la temperatura medio grado. Mi contacto malagueño y yo decidimos entre risas que abandonaríamos el Cervantes detrás de don Carlos. Don Carlos abandona el lugar ciento cuarenta y dos minutos después del inicio, o sea, cuando acaba la película. Ya en la calle, lo busco con la vista. Apenas diez o quince metros más allá departe con otro hombre y atisbo a comprender lo que Pumares le dice entre aspavientos: “¡La mejor película de Ripstein!” Y continúa calle abajo. Lo sigo. A diez o quince metros, de nuevo, no puedo contenerme y grito: ”¡Pumares!” Se gira. Me espera.
-La has visto entera -le digo.
-Muy buena película, con un sentido del humor negro finísimo. ¡No muere nadie!
Nos felicitamos por la película, por su aire profundo, moroso y teatral, muy a tono con el Cervantes; por su inteligencia para abordar las relaciones maritales crepusculares, el amor, los roles de pareja, los celos… Nos despedimos y le recuerdo que ha de ser el presidente de honor en el jurado del I Premio Internacional de Tráilers Octubre Corto de Arnedo. Y asiente, sonríe. Ya nadie da la mano. Saluda con un parco gesto y se va. De no ser Málaga, a donde viene en tren, lo esperaría en el hotel, tras la comida, el chisme ese con el que Carlos ve, festival tras festival, cine, cine y cine.
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