Bueno, bonito y valiente, así fue el concierto que dieron la noche del domingo en Madrid Beach House. Bueno porque el dúo de Baltimore solo destila calidad en forma de belleza. Bonito porque la puesta en escena es como ver una película de Xavier Dolan con banda sonora en directo. Y valiente porque la noche del domingo París estaba más cerca que nunca de Madrid. Porque, aunque Victoria Legrand fue la única que se atrevió a verbalizarlo en voz alta, las mentes de cada uno de los presentes en la madrileña sala La Riviera volaron inevitablemente en varias ocasiones a la sala Bataclan acompañados de la melancólica voz de Victoria. Pero no fue el miedo, ni la psicosis lo que dominó el concierto de Madrid, sino ese llamado dream pop al que Beach House hacen tanto honor y el amor que desprendió la banda en cada una de sus canciones. También el calor de un público fiel y valiente, cuya presencia constituyó un paso firme más por corroborar la libertad y la paz, tan lastimadas en los últimos días.
Es curioso pero, a pesar del look tan contemporáneo de Beach House, del corte de pelo punk de Victoria, de la elegancia del negro que vestía Alex Scally, del posmodernismo que desprenden sus letras y de la psicodelia de su electrónica fusionada con pop barroco-experimental, no pude evitar que vinieran a mi cabeza flashes de algún momento que otros vivieron en los 60, retrotraerme a uno de esos conciertos que he visto en películas o fotos donde los hippies y otros jóvenes rebeldes intentaban luchar contra el sistema establecido mediante la música. Tal vez será por el momento actual que vivimos, en el que amigos y familiares a no tantos kilómetros de España viven encerrados en sus casas desde hace días, en un lugar donde el estado de alerta máxima ha terminado aniquilando la libertad. Tal vez sea por la voz entusiasta de Victoria que alzó un grito en varias ocasiones a favor de los niños, la paz, el amor por las mujeres y un mundo mejor. Tal vez fue por su look, por su larga melena moviéndose al compás de su teclado, que no nos dejó ver su cara, y que tanto me recordó a una vieja gloria, a una tal Patti Smith…
No lo sé, tal vez solo fue que me dejé llevar por las embriagadoras atmósferas que tan bien saben crear Beach House lo que me hizo viajar a otras épocas, a otros lugares que ya no nos pertenecen. Y es que no es para menos, el sugerente juego de luces, el delicado tul blanco que caía por las tres enormes columnas que componían la escenografía como si de un altar sagrado preparado para la liturgia se tratara, sumado a las seleccionadas y breves proyecciones impedían mantener la cabeza en el aquí y el ahora. Un juego de suaves luces, melancólicas voces y psicodélicas imágenes compusieron un bonito cuadro, imposible de captar ni por el mejor de los Iphone, a pesar del empeño de los que aún pretenden disfrutar más y mejor del concierto a posteriori con sus móviles que en el momento en el que a pocos metros de ellos está ocurriendo un verdadero espectáculo.
Como dice mi amiga María, más que de música, Beach House son creadores de atmósferas. Y es así, aunque discrepo un poco, también son unos genios de la música, ¿si no por qué fueron capaces de erizar el vello de todos cuando sonaban temas como Myth, Levitation o Wishes mientras la mayoría los escuchaba con los ojos cerrados?
On the Sea, 10:37, Irene, Space Song o la mítica Walk in the Park fueron otros de los temas que sonaron etéreamente y en forma de efectos especiales para abrazar y apartar del mal a un público que ha tenido que aprenderse dos discos en apenas tres meses (Depression cherry, 28 de agosto 2015, y Thank your lucky stars, 16 de octubre 2015). Música para evadirse, para recordar, para soñar, para disfrutar en soledad, para volar en espiral y volver a la tierra con los golpes limpios y precisos de Daniel Franz, el batería.
La pareja formada por Victoria y Alex ofreció un viaje espacial y un completo concierto en el que dieron un repaso a todos sus álbumes, aunque los enamorados de su joya musical echásemos de menos un poco más de esa magistral obra llamada “Bloom”, que se encarga de recordarnos que la vida puede ser bella.
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