Aviso a incautos lectores: este artículo está plagado de spoilers conceptuales, que no argumentales. Si viendo la película uno piensa que tal o cual secuencia está siendo calzada en un concepto que ya leyó en este artículo reventando la sorpresa, no es mi culpa.
La película fractal
Desde pequeño, siempre he especulado con la idea de cómo sería una película que tratara sobre un viaje intergaláctico que nos llevara a los confines del universo. Es decir, más que el argumento en sí, me fascinaba pensar en el “cómo”. Por eso, al comprobar que ciertas ideas de películas como “2001: Odisea en el espacio” o “Contact” (salvando las distancias, no nos rasguemos las vestiduras, por favor), por abstractas o conceptuales, conectaban tan felizmente con cómo imaginaba una película de estas características, de inmediato pasaron a formar parte de las películas esenciales de mi vida.
“Interstellar” es una película de tesis por dos razones: primero, porque busca la explicación racional ante una cantidad ingente de conceptos y, segundo, porque gana enteros cuando la película argumental pierde peso ante la película expositiva. Es decir, lo más interesante de “Interstellar” es que los conceptos verbalizados y los acontecimientos catalizadores son de una fuerza plástica y conceptual tan brutal que, paradójicamente, mi interés decae en los momentos valle que dilatan en exceso la película. Y por ideas de gran impacto hablo de, por ejemplo, las nubes de polvo, o de la belleza del agujero de gusano (salida de la mente del científico Kip Thorne), o de las escenas fractales de cierto momento de la película, o los fantasmas, o del concepto del amor tan puro, prístino y deliciosamente transversal que expone. Son imágenes e ideas que apuñalan el hipotálamo de mi cerebro con una destreza y violencia tales, que siento exactamente el mismo vértigo que siento cuando contemplo la noche estrellada una noche sin luna. Y es que…
…Los confines del cine son los confines del universo
A Christopher Nolan le encanta doblar horizontes. Y además, tiene la habilidad de que resulte tan natural y a la vez solemne que parece algo físicamente viable. Ya lo demostró en «Origen», cuando Leonardo DiCaprio contemplaba pasmado cómo se levantaba París en una secuencia ya casi mítica de esa película. En “Interstellar” vuelve a esta poderosa imagen, como también vuelve su recurso estrella: la combinación montaje paralelo-secuencias en off-banda sonora de increscendos infinitos que ya nos hizo levitar en “El caballero oscuro”.
Por cierto, y de esto no estoy tan seguro (no he visto todo el cine de toda la historia mundial), pero creo que “Interstellar” tiene el primer montaje paralelo interdimensional e intergaláctico de la historia. Y es en este momento cuando siento vértigo por segunda vez. Si no fuera poco con los tótems conceptuales de tesis, Nolan ejecuta una pirueta formal creando una imagen, otro conceto, que lleva el principio primigenio del cubismo a través de la yuxtaposición de secuencias a una nueva dimensión. Literalmente. Una emoción construida con secuencias separadas por miles de millones de kilómetros y dimensiones y vete a saber tú qué más. Cualquiera en su sano juicio hubiera desechado esta idea por ridícula, por inasumible y por inabarcable argumental y económicamente. Pero Nolan es demasiado cerebral como para no jugar con tus sentimientos mientras lleva más allá los límites del cine. Como el hueso de “2001”.
Matthew McConaughey es el mejor actor de su generación
Suena a tópico, y lo es (al fin y al cabo, aún no me pagan por escribir aquí), pero es que Matthew McConaughey tenía ante sí el papel más difícil de su carrera por una razón que lo resume todo: tiene que transmitir una emoción desbordante en primer plano mientras un finlandés llamado Hoyte Van Hoytema (me parece sublime este nombre) le mete un pelotazo de luz rotatoria cada 5 segundos y mientras observa una pantalla que representa algo que, muy probablemente, jamás llegaremos a alcanzar los seres humanos. El trabajo de McConaughey es extraordinario por emocional y creíble dentro de la abstracción pura.
Hans Zimmer es el tercer mejor compositor vivo
Sólo por encima tiene a dos titanes llamados John Williams y Ennio Morricone. Es un hecho casi objetivo. La música de «Interstellar» me conmueve porque, como la película, apela a la abstracción, al discurso expositivo y a la emoción. Zimmer huye del subrayado y vuelve a las piezas de protagonismo decidido, como en sus mejores tiempos inmortalizados en “La delgada línea roja”, para qué vamos a andarnos con rodeos.
Sirvan estos apuntes para complementar críticas más armadas y certeras. Si no lo he conseguido, no te debo nada. En peores cosas has perdido tu tiempo.
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