Un lunes tonto de junio, de esos de calor asfixiante, una gente del norte vino a tocar a Madrid. En un teatro pequeño y silencioso cinco chavales de veintipocos o veintitantos, vestidos como si hubieran olvidado chequear la app del tiempo antes de montarse en la furgoneta, se subieron al escenario para recorrer, uno a uno, los temas de un disco lleno de matices. Permitidme contaros cómo celebramos junto a Joe la Reina el aniversario de su sello Subterfuge y el Día de la Música.
Me gustaría entrar directamente en materia pero mi sentido crítico no me permite obviar esta breve introducción. Antes de que se subiera al escenario esa banda con nombre de “personaje bizarro de peli del oeste”, una para mí desconocida Luthea Salom hizo los honores de abrir el espectáculo. Trataré de reprimir al máximo mi carlosboyerismo y solo diré que esta plana, edulcorada y anodina aparición me resultó absolutamente prescindible. Apuesto los euros que no tengo a que a más de uno le subió la glucosa mientras esta jovencita con aires de cuentacuentos trasnochada nos deleitaba con sus tralarís, tralarás. (Cuatro discos publicados, ¿en serio?) Quizá fuera culpa del Lara que, en completo silencio y a 50 grados, imponía…
Al menos eso decían los que llegaron después. Y no a modo de excusa. Era la primera vez que Joe la Reina tocaban en un teatro y allí estábamos nosotros para hacerles perder la virginidad. Inmóviles, atentos, con la vista y el oído clavados en ellos y las piernas literalmente pegadas a las butacas de cuero. Apenas se había retirado la tal Luthea (aplausos, por favor) cuando los chicos que se dieron a conocer con Change of Masks hace un par de años aparecieron sobre el escenario, tomaron posiciones y, bajo un foco incriminatorio, “evitaron las preguntas y empezaron a bailar”. La voz de Lucas, tan oscura y personal como su vestimenta, rompió el silencio. La frase de la intro se repitió dentro del teatro hasta perder su significado, hasta arañar las paredes y crear una atmósfera entre cálida e incómoda, perfecta para adentrarnos en Bailamos por miedo, un disco complejo, coherente y absolutamente genuino. Bienvenidos al enigmático y caleidoscópico mundo de Joe la Reina. Un viaje por arena y costa, por silencios y estruendos, por miedo e incertidumbre. Un viaje cuyo punto de partida y destino desconocemos. Una ruta salpicada de pistas difíciles de descifrar. Que se graba en el recuerdo. Que mueve y que conmueve.
Los donostiarras nos ofrecieron una hora y media demoledora, intensa, emocionante. Una tormenta eléctrica. Los truenos —¡bienvenidos!— solo amainaban de vez en cuando para que el tímido portavoz interviniera. Los movimientos de Lucas son prudentes; su voz, desgarradora y lastimera. Tiene un control absoluto sobre el qué y el cómo que no está reñido con su capacidad para dotar a cada canción de una dimensión nueva, más intensa y menos melódica. Solo el batería, un Jay Adams poseído por Keith Moon que nos regaló sus muecas a lo largo de todo el espectáculo, fue capaz, a ratos, de hacerle sombra. El carisma se repartió entre ambas figuras fifty-fifty sin desprestigiar a los demás que, aunque no sobresalieron, aprobaron el examen con buena nota.
Prefirieron obviar su sonido más folkero —heredero de Fleet Foxes o de The Tallest Man on Earth— con el que se presentaron en 2012 para entregarse a su nueva apuesta: al completo y sin anestesia. Y es que bucear por las profundidades de un debut tan maduro y sólido exige hacerlo sin interrupciones. Así, nos sumergieron en un magnético trance en el que escuchamos a Dios maldecir, conocimos a un rey llamado Caravana de fuego, nos enamoramos en medio de una tempestad, temblamos, visitamos Rusia, sufrimos, nos hicimos preguntas y, por supuesto, bailamos. Aunque, quizá por miedo, lo hicimos sentados.
Tendremos que esperar a próximas visitas o festivales de verano para volver a disfrutar del potentísimo directo de una banda con el alma afincada en un western que en poco tiempo se ha labrado un nombre dentro del circuito indie nacional. Joe la Reina nos ha conquistado con uno de los mejores discos de 2014 y su puesta en escena debería estar apuntada en todas las agendas. Dicho queda.
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