Junta los labios y sopla. Lauren Bacall dio un manual de instrucciones del silbido en «Tener y no tener». También lo dio sobre cómo comportarse ante los tipos más duros de Hollywood. Bacall ha muerto y hay que retroceder varias etapas en la historia del cine para recordarla. Hay tres películas que dejaron claro cómo convertirse en una leyenda y envejecer sin patetismo. Ahí quedan «Tener y no tener» (1944), «El sueño eterno» (1946) y «Cayo Largo» (1948), dando réplica a la nobleza chulesca de Humphrey Bogart y al actor que interpretó a los mafiosos más turbios del celuloide. Edward G. Robinson. Dirigidas las dos primeras por Howard Hawks y la tercera por John Huston. Los nombres citados son una de las pandillas que se inventaron el cine. Ahí es nada. Luego se apuntaría a algún melodrama notable, con «Escrito en el viento», de Douglas Sirk, e incluso al universo de Lars von Trier.
La madurez de Bacall ha sido intrascendente para el cine. Apartada y pequeños papeles. Alguna polémica sonada por aquí, un Oscar de reconocimiento por allá. Pero ella es la época dorada, el cine negro, las miradas turbadoras, los amores convulsos en tiempos oscuros, la independencia de la mujer en un mundo de hombres, el humo del tabaco, las frases secas, el sarcasmo, el puñetazo directo al mentón y la pistola humeante. Bacall no se dejaba aplastar por los nombres de dioses del cine y la literatura con los que se juntaba. Los Huston, Chandler, Bogart o Faulkner con los que compartía títulos de crédito. No es raro que tampoco se asustara ante el senador McCarthy y su obsesión anticomunista. Así que ahí está ella en las fotografías del blanco y negro en las protestas contra la caza de brujas, haciendo de pancartera, como la llamarían algunos ahora.
Bacall ha muerto y se rompe así uno de los escasos lazos que une al mundo con una época en la que el cine estaba hecho del «material con el que se forjan los sueños», como decían en «El Halcón Maltés», otra de las grandes películas de la época, aunque sin su presencia. Luego apareció ella: «Sabes que conmigo no tienes que actuar. No tienes que decir nada ni tienes que hacer nada. Nada en absoluto. O tal vez sólo silbar. ¿Sabes silbar, verdad Steve? Solo tienes que Juntar los labios y soplar». En aquella película, «Tener y no tener», ella era la Flaca y Steve era un Bogart boquiabierto, fascinado y sin palabras. Como todos. Y así está el cine ahora que ella ha muerto, silbando.