Comienza la película y la cámara sigue a un anciano que se despierta en su habitación barroca y decadente, se levanta de la cama y camina con torpeza por el pasillo. Llega a la habitación donde duerme su mujer, le retira lo justo la ropa para que se le vean las nalgas desnudas y saca una pequeña cámara para fotografiarlas. Así empieza El diablo entre las piernas, la última película de Arturo Ripstein (Ciudad de México, 1944) que cuenta con un poderoso guion de Paz Alicia Garciadiego (Ciudad de México, 1949), su mujer y escritora de las películas del director. Ripstein ha recibido un homenaje por su trayectoria en el Festival de Málaga, donde ha presentado también la cinta en la sección oficial, aunque no ha podido asistir por las exigencias del coronavirus.
Así que estábamos con el protagonista tomando fotos y la cámara guía al espectador hacia el rostro de la mujer, que no está dormida y tiene los ojos bien abiertos. La escena da pie a una negra tragicomedia sin concesiones, de lenguaje excesivo, imagen rotunda en blanco y negro y una atmósfera de decadencia para narrar una historia de sexo y celos en la vejez.
“Es el último tabú que queda ahora que hay un culto al cuerpo juvenil», dice Paz Alicia Garciadiego en una charla entre SidesOut desde Málaga y ella y Arturo Ripstein desde Ciudad de México vía Zoom. El director corrobora lo que dice su guionista: “Antes, en los años sesenta, todo estaba determinado por la instancia política y ahora eso se ha diluido en la superstición de la salud. Y la salud está determinada por la juventud y la belleza. Por eso el sexo sólo corresponde a la juventud y la belleza”, añade.
La película muestra imágenes de ancianos practicando sexo, pero además disfrutándolo y deseándolo, insultándose —ella anota en un cuaderno el número de veces exactas que él le ha llamado ‘puta’—, mostrando celos exacerbados o lamentando, en el caso de otro de los personajes, que su marido no los tenga.
“Cuando éramos jóvenes queríamos que a nadie se le tuviera en cuenta con más de 30 años. Así que la película es también una respuesta a nosotros cuando éramos jóvenes. Es una cachetada a mí misma·, dice Paz Alicia Garciadiego.
Paz Alicia Garciadiego y Arturo Ripstein.
El lenguaje empleado es duro y plagado de insultos “por la cotidianeidad después de tantos años, que borra todas las barreras de la decencia”, añade Ripstein, a lo que la guionista agrega que los protagonistas “se insultan para saber que siguen vivos”.
“Esto es también para ir un poco en contra de la corrección política. Darle un soplamocos”, dice el director que recuerdan los tiempos, hace más de veinte años, en los que estaban en la californiana Universidad de Santa Cruz, que es donde nació el término political correctness, y le llamaron de la emisora de radio Pacific, la más izquierdista y liberal del lugar, para preguntarle su opinión. “Yo dije que estaban destruyendo el lenguaje. Se querían prohibir las palabras. Cómo nos hemos acostumbrado al eufemismo. Y sabe qué me contestaron, simplemente con un ‘basic decency’. No tienen derecho”.
La corrección política no sale bien parada en las películas de Ripstein. Ni en esta ni en las anteriores. Todo parte de la escritura de la película, como subraya la guionista: “De alguna manera el lenguaje del insulto es el instrumento que usan para una construcción mental de ella. Con los insultos se siente más querida, no es algo lacerante”. ¿Eso no es arriesgado en tiempos del me too? “¡Qué se jodan!”, dice sin dudarlo Paz Garciadiego.
La actriz Sylvia Pasquel, en una escena e El diablo entre las piernas
Risptein dice siempre que le hubiera gustado ser otro. ¿Quién? “Cualquiera de los cineastas que admiro” y cita nombres como Federico Fellini o Akira Kurosawa. ¿Y no nombra a Luis Buñuel aunque siga siendo considerado, pese a sus desmentidos, casi como un continuador de su obra? “Eso es una mierda, un peso que he tenido yo en mi vida. Ni siquiera es uno de mis directores favoritos. Le he admirado mucho, tiene cuatro o cinco prodigios y ya está”.
Desmentir esa supuesta estrecha relación entre el cine de Buñuel y el suyo es una continua lucha de Ripstein, sobre todo que fuera su asistente. “Eso se lo inventó Max Aub, seguramente porque no sabía cómo me llamaba”. “Yo no soy su continuador, mis películas son muy diferentes. El venía de una España convulsa donde se desarrolló el surrealismo. Y en México el surrealismo es inevitable porque es un país enloquecido”.
En su larga trayectoria ha hecho mucho cine y visto mucho también, hasta llegar a la que se ha considerado una etapa dorada del cine mexicano con directores que han triunfado en Estados Unidos, como Alfonso Cuarón o Alejandro González Iñarritu. ¿Cine mexicano? Eso, en boca de Ripstein, es otro asunto, pues no cree que se pueda hablar de ese fenómeno. “No es que yo lo piense, es lo que es. No dudo del talento de las películas que han hecho en Estado Unidos. Se lo merecen. Pero no se hace una película mexicana con Brad Pitt o Leonardo di Caprio. Están al otro lado”.
Y no se puede hablar de cine mexicano, como a nadie se le ocurriría, añade, que películas de Roman Polanski como La semilla del diablo o Chinatown sean cine polaco. “El reconocimiento es merecidísimo, pero no es cine mexicano; salvo Cuarón, que sí ha hecho una película mexicana con Roma”, añade. “No es envidia, ni celos. Nunca he querido ir a Hollywood. De todos modos, nunca me han invitado a ir por razones obvias”, y sólo hay que ver cualquier de sus películas para encontrar el motivo.
Con todo, Ripstein y Garcíadiego desarrollan su carrera cinematográfica en un país vecino sureño del gigante estadounidense. “Cuando yo era joven los óscar eran los premios mas importantes de Estados Unidos, ahora son lo más importantes del mundo, los únicos importantes. Los gringos nos han convencido de que hacen las mejores películas del mundo y eso es falso”.
Y eso impregna toda la vida mexicana. Paz Garciadiego cree que el peso de esta vecindad es fuerte. “La ciudad más nacionalista que he conocido es Tijuana, que está pegando a Estados Unidos. Los conocemos muy bien, dicen allí, para admirarlos; hemos limpiado sus vómitos”, subraya ella. “Es complicado ser el vecino de Estados Unidos —apunta él— aunque también tiene una ventaja, que nunca van a dejar que las cosas vayan tan mal aquí como para que nos queramos ir todos allí”.
Ripstein ha firmado de películas como Tiempo de morir (1965), Profundo carmesí (1996), La virgen de la lujuria (2002) o La calle de la Amargura (2015) y, pese a todo lo filmado, cree que aún tiene territorios por explorar. “En el caso de El diablo entre las piernas ha sido un territorio virgen para mí. Divertidísimo”.
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